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Crítica: Voces8 en el IX Festival Internacional de Música de Las Navas del Marqués

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Autor: Mario Guada
2 de agosto de 2018

El conjunto vocal británico ofreció un recital marcado por su eclecticismo en el repertorio, su excelencia técnica y su presencia escénica, pero en el que faltó un mayor contenido musical.

El espectáculo sobre la música

   Por Mario Guada | @elcriticorn
Las Navas del Marqués. 28-VII-2018. Castillo-Palacio de Magalia. Danzas corales. IX Festival Internacional de Música de Las Navas del Marqués. Obras de William Byrd, Benjamin Britten, Sergei Rachmaninov, Jonathan Dove, Johann Sebastian Bach, Ward Swingle, John Mundy, Thomas Hunt, Nat ‘King’ Cole, Simon & Garfunkel, Van Morrison, Luis Demetrio & Pablo Beltrán y Duke Ellington. Voces8.

Los músicos sabios son aquellos que tocan lo que pueden dominar.
Duke Ellington.

   Voces8 es sin duda uno de los conjuntos vocales de mayor trascendencia en la actualidad internacional. Conformado en Gran Bretaña en el año 2005 como un conjunto que buscaba la excelencia vocal en formato de octeto, tardó tan solo dos años en dar el paso a la profesionalidad. De aquel octeto inicial solo quedan hoy dos miembros. Es necesario tener en cuanta esto, pues por el conjunto han pasado en su historia nada menos que dieciocho cantores –una de las cuales, su actual alto, se estrenaba sobre el escenario con el conjunto en este mismo concierto–, pero a pesar de ello el conjunto ha logrado mantener un sonido, presencia sobre el escenario e imagen que permanecen casi inmutables en el tiempo y que han conformado una marca reconocible: la marca Voces8. Esto, sin ser ni especialmente reprochable, ni tampoco excesivamente interesante, al menos para el que firma, sí demuestra una inteligencia comercial más que notable y una identidad musical potente, que parece querer perpetuarse en el tiempo. Sin ser una novedad dentro de los conjuntos vocales de este tipo –esto ya lo llevan haciendo hace varias décadas, con insuperable éxito, The King’s Singers–, lo que puede diferenciar a Voces8 de otros conjuntos similares es su repertorio extremadamente amplio y ambicioso, que ha ido derivando de forma importante por diversos derroteros: desde los arreglos del repertorio del pop, rock o jazz, hasta la música contemporánea compuesta ex profeso para ellos, pasando por el repertorio sacro y profano del Renacimiento, el Barroco –con acompañamiento de conjuntos instrumentales– y hasta el Romanticismo coral a cappella. Como bien dice el insigne Duke Ellington (1899-1974) –del cual se interpretó su célebre It Don’t Mean a Thing (en arreglo vocal de Ben Parry) para cerrar el presente concierto–, un intérprete ha de saber qué es lo que domina, porque, no nos engañemos, no puede hacerse todo y pretender hacerlo bien. Es pura lógica, intelectual, artística y humana. Pero hay quien pretende ir siempre más allá que sus congéneres.

   Desde luego, el programa interpretado en el magnífico enclave del Castillo-Palacio de Magalia, dentro del IX Festival Internacional de Música de Las Navas del Marqués que organiza Zenobia Música, es un ejemplo fantástico de la idiosincrasia de este ensemble. Bajo el título de Danzas corales se interpretó una selección de obras que cubrieron un espectro tan amplio como el período isabelino –tanto de la primera Elizabeth como de la actual–, con obras vocales extraídas del repertorio sacro del Renacimiento, pero también de algunos madrigalistas ingleses, así como composiciones para la escena operística del siglo XX, composiciones puramente contemporáneas escritas para el conjunto, y arreglos corales de obras del imaginario musical popular de la segunda mitad del pasado siglo, esos que les han hecho mundialmente famosos. Conformado en dos partes de generosa duración, el concierto se abrió nada menos que con William Byrd (c. 1543-1623) y el que es uno de sus grandes motetes sacros, Vigilate a 5 –extraído del Liber primus sacrarum cantionum [1589]–, en el que es capaz de expresar, como otras tantas veces, sus asfixias personales, las de un recusante, un católico acérrimo en una corte protestante. Es por eso que, en este motete, cuando Byrd pone música a un hermoso texto que habla de cómo hay velar el sueño dado que el amo puede entrar y encontrarte dormido, lo que Byrd hace en realidad es narrar la angustia de aquel que no tiene descanso posible ante las miradas acusadoras y las intrigas palaciegas a su alrededor, a pesar de contar con el apoyo incondicional de la reina, dado su inmenso talento compositivo. Por ello, interpretar este motete escenificando un aparente miedo físico y humano carece de sentido, sino que se ha de buscar una experiencia más espiritual, un miedo más indescriptible, mucho más profundo y extrasensorial. Sin duda, una ardua tarea interpretativa que pocos son capaces de conseguir, y desde luego Voces8 no se encuentra entre los elegidos.

   Sin embargo, y a pesar de que este inicio decepcionante, con las Choral Dances extraídas del excepcional drama Gloriana, de Benjamin Britten (1913-1976), la cosa mejoró exponencialmente, sobre gracias a una interpretación técnicamente apabullante y una asunción magnífica del carácter de unas obras que, a nivel de escritura, van realmente muy bien a este conjunto. El ensemble británico fue capaz de solventar la tremenda exigencia de varias de estas piezas con insultante facilidad. Este conjunto de seis obras, que tienen luegar en la primera escena del segundo acto de la ópera, retratan una colorida mascarada en Norwich Guildhall bajo la asistencia de la reina Elizabeth I; por ello Britten impregna las breves piezas de una soberbia descripción del vívido espectáculo de la canción y el baile isabelinos. Realmente, diría que estas «piececillas», junto al magnífico Hymn to Saint Cecilia, Op. 27 –magistral obra a 5 en la que Britten demuestra su imaginativo y singular don para unir palabras y música–, fueron los más exquisitos momentos de la velada.

   Entre medias de los dos momentos protagonizados por Britten, otros dos ejemplos claros de lo que es Voces8: Bogoroditse Devo de Sergei Rachmaninov (1873-1943), en una visión antagónica de lo que se espera de una composición de este tipo –no hay que olvidar que se trata de repertorio de la Iglesia Ortodoxa rusa, aunque con matices, ya que esta obra plantea también una escritura muy diáfana y cristalina para lo que suele suceder con las obras de este tipo–, casi minimalista, con una voz por parte y un tempo extremadamente lento para poder sostenerse con tan solo ocho cantores –a pesar de que la gestión del aire resultó realmente increíble–. Sin duda, la belleza sonora y la etérea atmósfera dominaron una interpretación carente de densidad textural y de los cambios dinámicos anotados por el autor ruso, en la que se imprimió una expresividad demasiado europea. La otra pieza –penúltima de la primera parte–, se debe a Jonathan Dove (1959), quien es el compositor en residencia del conjunto para las temporadas 2017/2018 y 2018/2019. De él se interpretó In Beauty May I Walk, obra de 1998 en la que el compositor británico utiliza una breve y sencilla frase de las voces masculinas para construir sobre la misma toda la pieza. Interesante aquí el trabajo de Voces8, de gran elegancia y un magnífico equilibrio de contraste entre las voces agudas y graves.

   La segunda parte comenzó con un recuerdo a los legendarios Swingle Singers, uno de los conjuntos vocales pioneros [1963] en los arreglos vocales de piezas originales para otras formaciones, además de la unión del repertorio Barroco con el jazz. Casi míticos resultan ya sus arreglos vocales de obras instrumentales de Johann Sebastian Bach (1685-1750), como es la Bourrée de una sus Englische Suiten aquí interpretada. Le siguieron dos breves ejemplos de madrigales ingleses del Renacimiento, extraídos de la colección The Triumph of Oriana que en 1601 publicara Thomas Morley con una selección de veinticinco madrigales de veintitrés autores, entre los que se encuentran John Mundy (c. 1555-1630) y Thomas Hunt (1580-1658). Interpretaciones magníficamente expuestas en dicción y carácter de Lightly She Wipped O’er the Dales y Hark! Did Ye Ever Hear Such Sweet Singing?, otro repertorio que va realmente bien al orgánico y las disposiciones vocales de estos cantores, y que supuso otro de los grandes momentos del concierto.

   Para el resto del concierto quedaron los arreglos de obras del repertorio jazzístico y popular urbano del pasado siglo, ya con unos Voces8 despojados de atriles y de esas pseudoseriedad que intentan proyectar en sus interpretaciones del repertorio más «académico». Arreglos de Alexander L’Estrange y Jim Clements para piezas de Nat ‘King’ Cole, Simon & Ganfurkel –arreglo de Naomi Crellin–, Van Morrison, Louis Demetrio & Pablo Beltrán o Duke Ellington –arreglo de Ben Parry– sirvieron para poner en valor uno de los aspectos más reconocibles del conjunto: sus puestas en escena, con movimientos coreográficos milimetrados, cantores actuando a la manera de un musical, interacción constante entre sus miembros y una vocalidad más cercana a la de la música actual, a la que el público está acostumbrado. Personalmente no encuentro apenas interés en este tipo de repertorio, que considero un notable gasto de energía y talento para estas magníficas voces, en un repertorio de escasa enjundia, pero hay que reconocerle algo a Voces8: lo interpretan realmente bien. El espectáculo se antepone a la música, qué duda cabe, pero como espectáculo es magnífico. Todos –o casi– tienen espacio para su lucimiento personal, para demostrar lo bien que cantan, su mueven, actúan y cuán estupendas les sientan sus impolutas vestimentas. El público lo disfruta, de esto tampoco queda ninguna duda. Por tanto, ¿para qué cambiar algo que funciona? No seré yo quien responda a esa pregunta, faltaría más. Lo único que puedo decir es que yo tengo ya mi ración de Voces8 para una larga temporada, al menos hasta que no presenten propuestas musicales de mayor interés y a la altura real de sus capacidades.

Fotografía: avfotos.com

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