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CD: 'Spanish Dances'. Diego Ramos graba música para piano de Enrique Granados para Orpheus Classical

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Autor: Juan José Silguero
17 de enero de 2018

LA NOBLEZA AL PIANO

   Por Juan José Silguero
Spanish Dances. Enrique Granados. Diego Ramos, piano. Orpheus Classical.

   Uno se dispone a enfrentar un disco íntegramente dedicado a Granados con cierta predisposición emocional, paladeando de antemano el consabido baño de encanto, imaginación, fulgor, que sin duda nos aguarda, pero resignado también a sufrir el inevitable peaje de pasión desaforada, virtuosismo vacuo, convencionalismos folclóricos de los que cansan y, en definitiva, sentimentalismo barato, triste herencia de tantos años de maltrato musical (probablemente solo comparable al padecido por Chopin o Tchaikovski) y que conforma, en suma, lo que podríamos llamar “el modo en que se toca Granados habitualmente”.

   Decía Nietzsche que las convicciones son enemigos más peligrosos de la verdad que las mentiras. Es cierto. De la convicción surge el prejuicio. Y ¿qué es el cliché sino el peor de los prejuicios? El cliché toma indefectiblemente lo consensuado por lo correcto, por un solo motivo: porque lo hace todo el mundo. No se detiene a considerar si quizás, solo quizás, podría tratarse del borgiano consenso del error, incluso en aquellos casos (numerosos) que contradicen expresamente las indicaciones del propio compositor.

   El artista se asemeja aquí al niño cuando repite algo simplemente porque ha hecho gracia. Y ya no tiene ni la mitad de gracia.

   Pues bien, no es el caso del pianista que nos ocupa.

   Absolutamente despojado de cualquier atisbo de sentimentalismo, la interpretación de Diego Ramos impresiona desde el primer momento por su autoridad, su franqueza y su lucidez. De hecho, esa primera impresión puede resultar tan contundente como un puñetazo. El paso de lo frívolo a lo trascendente es lo que tiene, que no deja a nadie indiferente.

   Se llama madurez.

   Su interpretación dignifica la música de un autor abordado históricamente de un modo condescendiente, otorgándole, por fin, el tamaño que realmente posee.

   Su ausencia de afectación rezuma confianza, nobleza y verdad, y tiene, además, la intensidad de un rayo láser, una intensidad que sorprenderá a más de uno encontrar en Granados. No hay una sola concesión a la remilgada ñoñería habitual; y, aún estando todo tan evidentemente trabajado, la impresión global resulta tan espontánea como seductora. Desde la primera nota hasta la última, Diego Ramos hace amplia gala de una personalidad y una claridad de ideas fuera de lo común, secundadas por una técnica fiable y versátil que le permite hacer en todo momento (también es evidente) exactamente lo que quiere hacer. Se puede decir que el piano no tiene la menor oportunidad. El supuesto encanto presumido de Granados es domado aquí mediante unos dedos y una mente disciplinada e independiente que no dan nada por sentado. Su interpretación tiene algo, o más bien tiene mucho, de sometimiento.

   Maestría, lo llaman.

   Un sonido de bronce, rotundo, magnífico, orgulloso y altivo por momentos, dan voz a un Granados inusualmente urgente, emocionante y sugestivo. En algún momento puede sorprender la escasez de pedal, pero es parte del ilusionismo. Un tenso nervio de acero recorre e impulsa cada danza como un resorte a punto de saltar. En cambio, todo comparece perfectamente organizado y ensamblado. No hay una sola voz descuidada, un crescendo sin preparar ni un bajo carente de contenido. Su interpretación es de mármol, sin fisuras, y la impresión de grandeza es tan poderosa que uno se olvida de estar escuchando, en realidad, piezas de humildísima forma. Todo es sobrio, proporcionado, lógico. Y se halla penetrado de una naturalidad maravillosa.

   Francamente sorprende encontrar semejante tamaño en un pianista relativamente desconocido. Hasta que se hojea el currículum del artista… Solo entonces se comprende que nada de todo esto es fortuito: alumno de la insigne Alicia de Larrocha (alumna, a su vez, del más famoso discípulo de Granados, Frank Marshall, continuador de la famosa “Academia Marshall” creada por el maestro en Barcelona), Esteban Sánchez (pupilo directo de un tal Alfred Cortot) y el mundialmente respetadísimo Vitaly Margulis.

   Casi nada.

   Por si fuera poco, la grabación se ubica a la altura del artista: limpísima, natural y dotada de una sencilla elegancia. Se agradece, además, un libreto en español, extenso y bien documentado, con comentarios incluidos sobre cada danza, así como sobre el autor y el intérprete.

   Una gozada de disco, en definitiva, que, vaticino, se convertirá con el tiempo en referencia absoluta. Y una gozada de pianista.

   Un pianista poderoso.

   Un pianista de altos vuelos.

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