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Crítica: The Sixteen y Harry Christophers interpretan «Israel in Egypt», de Georg Friedrich Händel, en el «Universo Barroco» del CNDM

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Autor: Mario Guada
15 de abril de 2019

El coro y orquesta ingleses, formados por Harry Christophers hace cuatro décadas, ofrecieron una versión técnicamente impecable, con las dos formaciones extraordinariamente sólidas, sin apenas altibajos, en una gran velada en la que solo la participación de algunos solistas vocales no estuvo a la altura del nivel general ofrecido.

Sin sorpresas en un Händel muy británico

Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid. 14-IV-2019. Auditorio Nacional de Música. Centro Nacional de Difusión Musical [Universo Barroco]. Israel in Egypt, de Georg Friedrich Händel. Julie Cooper y Katy Hill [sopranos], Daniel Collins y Edward McMullan [contratenores], Mark Dobell y Tom Robson [tenores], Ben Davies y Eamonn Dougan [bajos] • The Sixteen Choir & Orchestra | Harry Christophers.

[…] Es una composición sublime, en la que Händel ha ejercido cada fuerza que la naturaleza humana es capaz de llevar a cabo.

William Hayes [acerca del oratorio Israel in Egypt en 1753].

   No es muy habitual, pero a veces ocurre que ciertas agrupaciones sustentan su carrera sobre la «normalidad interpretativa», sin ofrecer excesivas sorpresas, manteniendo un estilo propio a lo largo de los años que uno ya se espera cuando tiene la oportunidad de escucharles en concierto. El caso de The Sixteen es quizá uno de los más paradigmáticos en este aspecto. Cuando uno va a presenciar uno de sus conciertos, acude en cierta manera con una idea preconcebida de lo que allí puede suceder –por los años de escucha, tanto en directo como por el conocimiento de su extensísima discografía–; el resultado final es, efectivamente, el predecible. No sé si esto es excesivamente bueno, o quizá no tanto. Que no haya sorpresas quiere decir que uno se puede evitar los sustos de notable calibre que le acechan con según qué agrupaciones de las ya legendarias; pero, por otro lado, puede que une desee un punto más de emociones no tan predecibles en una versión en directo. Sea como fuere, lo que ayer se esperaba de esta agrupación británica fue lo que realmente se cumplió, porque The Sixteen son tan extremadamente perfectos, que su versión en directo sonó a grabación.

   Acudían al Universo Barroco del Centro Nacional de Difusión Musical [CNDM] para ofrecer uno de esos excepcionales oratorios ingleses del genial Georg Friedrich Händel (1685-1759): Israel in Egypt, HWV 54. Este es uno de los cinco oratorios anteriores al Messiah que pueden calificarse como «oratorios ingleses», dado que Händel ya había compuesto previamente algunos oratorios en estilo italiano y algunas pasiones alemanas. Puede decirse que Händel fue el creador de una nueva tipología de oratorio con estas obras que desarrolló en Inglaterra e Irlanda a partir de la década de 1730, un momento en el que la ópera italiana empezaba a diluirse en el interés del público londinense. Su Messiah fue el gran éxito que aseguro a Händel que esta senda del oratorio inglés tenía un claro futuro, pues previamente varios de sus intentos no resultaron nada halagüeños, incluido el estreno en abril 1739 de la primera versión de este Israel in Egypt. Anthony Hicks –uno de los grandes especialistas händelianos– lo explica así: «el éxito de la temporada de Dublín [tras estrenar el Messiah en 1741] le dio a Händel la confianza de regresar a London con una visión clara de que la producción de obras de concierto en inglés en forma de oratorio era suficiente para que él mantuviera su posición como el principal compositor de Inglaterra. Con los coros agregados a las formas operísticas de recitativo y aria, todas las formas vocales en las que se destacó se reunieron, y los conciertos y otras músicas orquestales también podrían incluirse, ya sea en el curso de una de estas obras o en sus intermedios. Existía la ventaja adicional, verdaderamente práctica, de que las actuaciones estaban bajo su control exclusivo, libre de las complicaciones y gastos relacionados con la presentación de la música de escena».

   La versión aquí interpretada de este oratorio pertenece ya a la época posterior al Messiah, ya que con Händel muy establecido como compositor de estos oratorios ingleses. En 1756 Händel acomete una importante revisión de este oratorio, originalmente compuesto en tres partes: elimina entonces una de las partes –toda la parte I [Lamentations of the Israelites for the Death of Joseph] de la primera versión–, pasando de tres a dos, con la parte II del original [Exodus] como parte I en esta segunda versión y la III [Moses' Song] pasando aquí a ser la segunda parte. Como es habitual en el compositor germano, toma material previamente compuesto, ora por él mismo, ora por otros autores, para «inspirarse». La parte I se compila con fragmentos previos de sus Peace Anthem, HWV 266, Occasional Oratorio, HWV 62, y Solomon, HWV 67, pero también toma partes preexistentes del ignoto Dionigi Erba [Magníficat], especialmente, y en menor medida de Alesandro Stradella [una de sus serenatas] y Francesco Urio [Te Deum] –como así lo atestigua Hicks–.

   Se trata, en esencia, de un oratorio coral, en el que el 90% del total está sostenido por el conjunto coral, en una magnífica escritura que demuestra toda su capacidad en estas lides, con una particularidad que hace de este un oratorio muy especial: buena parte de los coros están concebidos como dobles coros [SATB/SATB], en una escritura policoral realmente fascinante, que se imbrica de forma magistral con sus habituales coros a 4 [SATB], ya per se realmente monumentales. Esto es, sin duda, lo que hace de Israel in Egypt uno de los oratorios más interesantes y adecuados para una formación de este tipo, pues The Sixteen se sostiene, en gran medida, sobre el extraordinario trabajo que realiza su formación coral en este tipo de repertorio. En esto se distingue de otros de sus grandes oratorios [Saul, Solomon, Theodora, Judas Maccabaeus o Jephtha], en los que los recitativos y las arias aportan la mayor parte del desarrollo dramático, mientras los coros sirven para reafirmar algunos aspectos esenciales. En Israel in Egypt sucede al revés, aunque es necesario destacar que no se trata de un oratorio especialmente dramático, toda vez que el libreto de Charles Jennens no es de su autoría, sino que él probablemente –tampoco se sabe con seguridad que fuera él– únicamente selccionó y aunó varios textos tomados de los libros del Éxodo y los Salmos]. Apenas se encuentran en todo el oratorio unos pocos recitativos –elaborados por el tenor, a la manera de un narrador– y unas pocas arias y dúos, que no destacan por aportar nada a nivel estructural, ni tampoco por su belleza –salvo unos pocos casos–.

   Es, pues, de un maravilloso oratorio coral. Y en ello radicó gran parte del éxito de esta velada, dado que el coro de The Sixteen rindió a un nivel absolutamnte estratosférico. Sonido absolutamente pulido, con un empaste entre cada cuerda y a nivel global realmente impresionante, un afinación milimétrica, podrío sonoro, gran presencia escénica, una dicción tan bien trabajada como fluida, una sincronía impresionante en entradas y finales de frase, articulaciones trabajadas al detalle y una elegancia superlativa en cada una de las líneas. Diría que es prácticamente imposible presenter una version major que esta desde el punto de vista coral. Colocados en formación de doble coro y conformado por un total de 26 cantores [8/6/6/6], el balance entre las cuerdas y el trabajo policoral resultó absolutamente apabullante, digno de un maestro de la filigrana coral en este tipo de repertorios como es Harry Christophers, que dirigió con soltura, naturalidad, un gesto muy académico, atento a cada mínimo detalle y con ese vigor que le caracteriza. Cuando un director proviene del mundo coral y es un profundo conocedor del mismo, el resultado es absolutamente inmejorable en comparación con los directores de orquesta que tienen que dirigir coros en ocasiones concretas. Christophers, que surge de ese mundo, ha sabido hacer extensivo ese tipo de trabajo a su orquesta, por eso la imbricación entre ambas agrupaciones resulta tan lograda.

   Por su parte, el trabajo de la orquesta rindió también a gran altura, con una sección de violines –comandados por Sarah Sexton– de tersa y límpida sonoridad, con un gran trabajo en la afinación y una fuerza conjunta imponente. Correcto, aunque sin alardes el trabajo en los oboes de Hannah McLaughlin y Catherine Latham. Especialmente destacable resultó la labor de los metales, sobre todo de los sacabuches de Susan Addison, Stephanie Dyer y Stephen Saunders –que tienen en esta obra un exigente y preponderante papel–, pero también de las trompetas con agujeros de Robert Farley y Christopher Pigram. Mención destacada merece el sobrio, pero muy bien elaborado continuo de Sarah McMahon e Imogen Seth-Smith [violonchelo], Pippa McMillan [contrabajo, de excepcional sonoridad y una sorprendente expresividad], Sally Jackson y Damian Brasington [fagotes], y Alastair Ross y Christopher Glynn [órganos positivos]. Se echó en falta un aporte extra de color de algún instrumento de cuerda pulsada en el continuo, aunque realmente en el trabajo de esta sección resultó modélico. Fantástico, por lo demás, el concurso del enérgico y certero Robert Howes a los timbales.

   Lo menos interesante de la velada llegó con el aporte de los solistas vocales, de entre los cuales los dos contratenores [Daniel Collins y Edward McMullan] fueron, con diferencia, lo más prescindible, ejemplos de buenos cantores de conjunto que no poseen el empaque para acometer con solvencia pasajes a solo de cierta exigencia. Algo mejor, aunque no especialmente brillante por su parte la labor de la soprano Julie Cooper, cuya compañera Katy Hill sí destacó algo más en su aria a solo y en el dúo entre ambas. Mark Dobell –que es uno de los grandes tenores ingleses de la última década– brilló con su presencia, firmando unos recitativos severos, pero de hermoso color, y un aria tan solvente técnicamente como evocadora expresivamente. De entre los bajos, el dúo entre Ben Davies y Eamonn Dougan sirvió para evidenciar la notable distancia, tanto técnica como de belleza tímbrica, entre ambos, destacando este último –que es además el Director asociado de la agrupación– por su magnífica capacidad vocal.

   A pesar de estos destellos, en general las partes solísticas no aportaron grandes momentos. Por fortuna, la capacidad de un conjunto vocal como es The Sixteen, al que sumar su orquesta, que rayó a un gran nivel, hicieron que la velada –a pesar de que el resultado a priori era predecible y nadie que conozca este conjunto creo que se haya soprendido– se convirtiera en un espectáculo de esos que el público recuerda largo tiempo... De hecho, creo que ha sido probablemente la mayor ovación en lo que va de temporada del Universo Barroco del CNDM, a pesar de que el auditorio presentaba más huecos de lo habitual, teniendo en cuenta la cercanía de las vacaciones.

Fotografía: Elvira Megías/CNDM.

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