Por Beatriz Cancela | @beacancela
Santiago de Compostela. 16-XII-2017. Teatro Principal. Il segreto di Susanna (Ermanno Wolf-Ferrari). Libreto: Enrico Golisciani. Clara Jelihovschi (Susanna), Javier Franco (Gil), Cándido Pazó (Sante). Taller Atlántico Contemporáneo (TAC). Director musical: Diego García Rodríguez. Director de escena: Cándido Pazó.
De un tiempo a esta parte venimos presenciando las incesantes labores de distintos sectores de melómanos por revitalizar y dignificar espectáculos como el que en esta ocasión nos concierne. Me refiero a la ópera; en concreto a la presencia –más bien ausencia– del fenómeno operístico en Galicia. A comienzos de 2016 en A Coruña se congregaba un importante elenco de cantantes en torno al grito unánime de ¡Ópera si!, reivindicando y rememorando una parte de la magna tradición lírica que trajo a la ciudad herculina espectáculos de máximo nivel en el panorama nacional con su Festival Mozart y que hoy queda en el recuerdo como un dulce sueño. Los esfuerzos no fueron en vano y hoy semeja remontar dicha crisis con ilusión y energía gracias a la labor de la Asociación Amigos de la Ópera de A Coruña, que se afana por mantener su continuidad.
En Santiago la cosa pinta peor y no por la ausencia de tradición lírica, que la hubo (parece que siempre tenemos que justificarnos con un testimonio pasado para legitimar un hecho). Compostela alcanzaría a presenciar la representación en el Teatro Principal de Il trovatore verdiano apenas cinco años después de su estreno en Roma, por citar un ejemplo. Años son los que desde la capital gallega se llevan luchando por normalizar e integrar la ópera y la lírica dentro de su programación musical habitual, como nos viene demostrando la Asociación Amigos da Ópera de Santiago de Compostela y que este 16 de diciembre de 2017 nos regalaba Il segreto di Susanna en versión escenificada, de cámara y con cantantes vinculados a Galicia.
En la semana en la que la última esperanza de proyectar o reproyectar un Teatro de la Música en la faraónica Cidade da Cultura se desvanecía a través de la transformación de dicho espacio en un jardín botánico, no nos queda más que ceñirnos a los recursos de los que disponemos. El contexto histórico que nos brinda el Teatro Principal es, sin duda, acogedor y significativo para la ciudad y su tradición lírica, aunque no logramos entender cómo teniendo en el Auditorio de Galicia una Sala Brage con foso incluido no se representen más espectáculos líricos de este estilo y con más efectivos. Más contando con una orquesta en la ciudad del nivel de la Real Filharmonía de Galicia (RFG).
Patrocinado por la Xunta de Galicia y la Deputación da Coruña, en colaboración con la Universidade de Santiago de Compostela y el Concello de Santiago, esta producción de los Amigos da Ópera de Santiago de Compostela recaía sobre la dirección musical de Diego García Rodríguez y del Taller Atlántico Contemporáneo (TAC), 'grupo estable, de formación abierta'. En esta ocasión configurado por un quinteto de cuerda y piano formado por caras conocidas vinculadas a la RFG.
La juventud de García viene acompañada de una gran inquietud. Precisamente en la semana en la que tuvo que sustituir a Antoni Wit que, por motivos de salud, no pudo estar al frente de la RFG, el prometedor director demostró aplomo y seriedad en la dirección. Acorde al carácter de la obra, la sonoridad del conjunto musical fue grácil y comedida. Echamos en falta un mayor protagonismo sonoro de la agrupación entendida como un personaje más del argumento, más que acompañante. De todos modos, el equilibrio se hizo plausible a lo largo de toda la obra a través del juego de intensidades que discurrían desde un sonido compacto en conjunto hasta juegos tímbricos donde distintas melodías se acoplaban y entretejían sin grandes artificios.
Aunque si hay que destacar un protagonista es, sin lugar a duda, Javier Franco. Automáticamente, desde que puso un pie en el escenario se hizo con el público, y no es para menos. Su potencia vocal, su dominio técnico y un abanico profusamente rico en expresiones tanto vocales como gestuales, coadyuvaron a enriquecer el personaje de Gil en su registro bufo. La soltura y aplomo que demostró recorriendo el escenario, los distintos cambios de afecto que van desde la desesperación más exasperante hasta el amor más tierno eran tratados con total naturalidad a través de un timbre nítido, un registro consistente en los graves y potente en los agudos.
Susanna, fue representada por una Clara Jelihovschi Panas profesional y correcta, que nos brindó un ejercicio magnífico de pulcritud técnica a lo largo de toda la representación. Corporal y vocalmente echamos de menos mayor plasticidad y versatilidad, aunque su timbre cristalino, la delicadeza a la hora de enfrentarse a los fragmentos más ágiles o agudos y la contención energética, nos dejaron ver una condesa comedida, discreta e inocente. Algo que favoreció a la hora de afrontar el hermoso fragmento "Oh gioia, la nube leggera". Pero pese a las dos visiones diferentes de los personajes, en los dúos ambos se compensaron dejándonos fragmentos como "Care memorie!" o, por supuesto, el magnífico dúo final "Tutto e fumo a questo mondo".
La escenografía corrió a cargo de Cándido Pazó, que propuso un modesto salón donde él mismo se presentaba como operario que se veía en la obligación de afrontar el papel del mayordomo mudo, Sante, antes de iniciar un monólogo que incidía en el carácter cómico de la velada. El único elemento en escena que no concordaba con aquella ambientación nobiliaria de los años 20 pero que despertó carcajadas en el venerable llegando, en ocasiones, a desviar la atención.
La distensión y el humor arrastraron a un público entregado que prácticamente llenaba el aforo del histórico coliseo. La representación gustó y mucho, como demostraron sobremanera los aplausos y ovaciones finales, que obligaron a subir el telón en varias ocasiones.
En definitiva, todo un reto superado con creces, que pone de manifiesto la loable actividad que viene realizando la Asociación de Amigos da Ópera de la ciudad del Apóstol, por intentar mantener latente el espíritu lírico que hasta ahora se circunscribía a conciertos, recitales y óperas en versión concierto y que, en esta ocasión, se aventura con el montaje de esta ópera cómica.
Una vez más, todo esto nos conduce a pensar que quizá haya que arriesgar y deshacerse de prejuicios arraigados, desempolvar fosos y recuperar una tradición legítima y más que merecida. Aprovechando que estamos en Navidad –y que por pedir no quede– ojalá el año nuevo nos traiga un poquito de esto que anhelamos y no se quede en rutinarios y quiméricos propósitos, que no son tan lejanos.
Fotografía: L. Soto.
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