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Crítica: KOAN 2 protagoniza el concierto de entrega del XXX Premio Jóvenes Compositores Fundación SGAE-CNDM, en el ciclo «Series 20/21» del CNDM

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Autor: David Santana
21 de noviembre de 2019

Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos.

Por David Santana | @DSantanaHL
Madrid. 19-XI-2019. Auditorio 400, Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. XXX Premio Jóvenes Compositores de Fundación SGAE-CNDM. Centro Nacional de Difusión Musical [Series 20/21]. Firefly, de Antón Alcalde; Res nata, de Bruno Angelo; Overthinking Ic, de María del Pilar Miralles; y La noche de Walpurgis, de David Cantalejo. KOAN 2. José Ramón Encinar, dirección.

   No sé si recuerdan, que el año pasado, cuando hablé de la 29.ª edición de este certamen de Jóvenes Compositores que celebra la Fundación SGAE junto con el Centro Nacional de Difusión Musical y Juventudes Musicales, respiré aliviado al final de mi reseña pensando que los genios nobeles habían sido al fin capaces de alzar la voz frente a la generación de sus mayores, bajarse del altar del intelectualismo y mirar de nuevo hacia un público abandonado. Sin embargo, esta edición, que es ya la numero treinta, fue una preocupante muestra de los males que acaecen a la composición contemporánea y que nos alejan del camino del que hablaba en mi primera crítica a este certamen.

   Firefly, la primera obra que escuchamos, compuesta por el gallego Antón Alcalde no supone, al oído, una única pieza, sino una multitud de ellas. Completamente alejada de cualquier concepto de cohesión, el oyente puede comenzar a escucharla cuando le plazca, desde el principio o cinco minutos después de haber comenzado: la percepción será la misma en esta obra sin narrativa alguna, lo que es especialmente alarmante al estar ésta inspirada en un poema. Por otro lado, es una pieza muy exigente para los instrumentistas a los que demanda realizar mil fruslerías a sus instrumentos. Especialmente sufre un percusionista que debe dar prácticamente cada golpe con una baqueta o un instrumento diferente, ¡incluso hace falta encender un ventilador! Destacó en este caso un joven Guillermo Masiá Salom que con gran concentración supo dar cada nota en su sitio.

   Bruno Angelo nos ofreció Res nata, subtitulada como «Reflexión ontológica sobre el ornamento». Peca de pretencioso al ponerle un nombre tan pomposo e intelectual que responde a un complicado ejercicio filosófico que, por mucho que se intente transmitir en la música, es imposible que llegue a un oyente más allá de él mismo. Al margen del título, es una obra que resulta fácil de escuchar comparada con el resto puesto que cada instrumento tiene una función más o menos establecida. La parte más melódica es asignada principalmente a las cuerdas que deben realizar una interpretación muy específica, diferentes grados de presión del arco sobre las cuerdas para emitir timbres diferentes. Demostraron maestría en este aspecto tanto Cecilia Bercovich al violín como Paloma García del Busto al chelo, pero destacó especialmente el violista Abel Nafee con un hermoso sólo de su instrumento a mitad de la obra. El piano, interpretado por Juan Carlos Garvayo –conocido por ser el pianista del Trío Arbós, muy relacionado siempre con las nuevas músicas– hizo también una labor espectacular tanto con las melodías como con la generación de texturas sonoras a base de motivos repetitivos que en ocasiones chocaban con patrones rítmicos que aún no sé cómo Garvayo es capaz de gestionar en su prodigiosa mente. Los instrumentos de viento tienen un papel más secundario en la obra, limitándose a adornos y complementos en la formación de texturas y armonías.

   Estas obras quedaron, respectivamente, en tercera y cuarta posición.

   María del Pilar Miralles, segundo premio de los galardones a Jóvenes Compositores,  fue menos presuntuosa. Ya en las notas al programa comentaba que era una obra construida a base de fragmentos, ideas incongruentes, y así fue. Algunas de esas ideas, eran muy buenas, pero yo me pregunto, ¿dónde está el genio compositivo? ¿No es lo admirable –o al menos así lo era antes– el desarrollar y dotar de cohesión esas ideas? ¿No reside la base del arte de la composición en imbricar melodías creando prodigiosas armonías? Pues parece que ya no o, al menos, esto es lo que ahora se premia. Sin embargo, del trabajo de Miralles se debe destacar de forma positiva el solo para clarinete bajo, que aprovecha bien las capacidades del instrumento, la orquestación, muy bien realizada en ciertos pasajes en los que se lograba un sonido realmente hermoso y, por último el uso de la percusión: ajustado y justificado.

   Estoy de acuerdo con los jueces de los premios en que la obra más interesante de la velada fue la de David Cantalejo, que recibió el principal galardón de la noche, dedicado a Xavier Montsalvatge por La noche de Walpurgis. No me resisto a mencionar que hay delito en que un vasco se base en una tradición de Europa central habiendo nacido en una tierra rica en leyendas de brujas y danzas del fuego. Pero el desapego al hogar es algo endémico en la mayoría de los compositores desde mediados del siglo pasado hasta nuestros días. En fin, ya le tirará la tierra cuando sea el Gobierno Vasco el que le encargue obras, que eso a las autonomías se les da de muerte, y a Cantalejo estoy seguro que el trabajo no le va a faltar si sigue así. Pero basta de quejas, que al final no hablo de lo que importa, que es la música. La noche de Walpurgis es una obra con ritmo y sonido, pero ante todo con muchos contrastes que la convierten en una pieza capaz de atraer la atención del espectador. Como toda obra temprana en la creación de un compositor tiene partes mejores que otras. Me gustaría destacar un fragmento en el que el trío de cuerdas se queda a solas y los muchachos del KOAN 2 supieron sacar un sonido puro y cristalino que contrastó con el displacer generado más adelante por el clarinete y el oboe emitiendo a propósito un sonido roto y estridente.

   Y, en fin, este es un poco el resumen de este concierto-certamen que se integra dentro del ciclo Series 20/21 del Centro Nacional de Difusión Musical en el que tuvimos la oportunidad de disfrutar una vez más del excelente director José Ramón Encinar. Pero me imagino que habrán coincidido conmigo en que la sensación final es destemplada. ¿Hacia dónde vamos? ¿De verdad merece la pena premiar la búsqueda de la vanguardia por la vanguardia? En un mundo globalizado como es el nuestro, ¿no hay espacio para un sonido nacional?

   Les dejo meditando a ustedes, los oyentes, y a los compositores les aconsejo que «rompan la rueda» y que piensen que la música contemporánea, para que llegue más allá de los propios creadores, tiene que estar abierta al público, a los musicólogos, a los periodistas y a los expertos que, sin saber componer, muchas veces pueden saber mejor los caminos de la composición actual hacia dónde se deben proyectar, para que den fruto y no caigan en tierra baldía y que puedan ser admirados por todos y no por sólo unos pocos.

Fotografía: Fundación SGAE.

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