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Crítica: Vandalia interpreta madrigales de Carlo Gesualdo para la Fundación Montemadrid

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Autor: Mario Guada
23 de febrero de 2018

Fantástico concierto el ofrecido por el conjunto vocal sevillano, que interpretó con brillantez uno de los repertorios vocales más complejos de la historia.

Un Gesualdo de altos vuelos

   Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid. 21-II-2018. Casa de las Alhajas. Curso Tres asesinos: Caravaggio, Marlowe y Gesualdo. La belleza del mal. Música de Carlo Gesualdo. Vandalia.

   El presente concierto se enmarca dentro del curso que la Fundación Montemadrid, en colaboración con La Casa Encendida y Yorokobu, ha organizado para tratar un tema tan sugerente como poliédrico y complejo, bajo el título de Tres asesinos: Caravaggio, Marlowe y Gesualdo. La belleza del mal, esto es, la figura de tres autores –pintor, dramaturgo y compositor– que marcaron sus carreras por conocidos excesos vitales y actos deplorables a los ojos actuales, a pesar de los cuales su obra sigue marcada por el signo de la genialidad. Dicho curso se estructura en torno a conferencias, mesas redondas, proyecciones y conciertos, cada una de las cuales puede ser dedicada de forma monográfico en uno de los autores, o bien se pueden tratar se tema transversal como artista y figuras malditas.

   La presente velada se centraba en exclusiva en uno de los tres protagonistas: Carlo Gesualdo (1566-1613), Principe di Venosa, Conte di Conza, Signore di Gesualdo, una de esas figuras compositivas sobre las que la historiografía se ha encargado de poner una espesa pátina colmada de especulaciones, narrada en muchas ocasiones más con la imaginación desbordante de quien escribe una novela que con la seriedad que los textos científicos y divulgativos merecen. Conocido de manera célebre por el asesinato perpetrado contra Maria d’Avalos y Fabrizio Carafa –esposa de Gesualdo y el amante de esta–, a quienes se cuenta cogió in fraganti en su infidelidad, en su propio Palazzo San Severo [Napoli], y asesinó a espada, cuchillo y arma de fuego –ayudado en realidad por su séquito–. El crimen, como no podía ser de otra forma, causó furor en la época y se derramó sobre él ríos de tinta. Gesualdo salió indemne del uxoricidio perpetrado, gracias a su condición de noble, sus poderosos lazos familiares con la iglesia vaticana y al deshonor al que él se había visto sometido –en la época el verdadero delito se consideró el adulterio, no el asesinato provocado por aquel ataque a la honestidad de Gesualdo–.

   Para muchos, además del carácter bastante inclinado hacia la melancolía que nuestro protagonista arrastraba desde su juventud, este asesinato terminó por pasarle factura a nivel psicológico. Sea como fuere, y sin tener todavía claros muchos de los hechos y del notable desconocimiento en torno a su figura, son otros tantos son los que consideran que estas circunstancias, y no otras, son las que hacen de la música de Gesualdo algo tan avanzado. Sin embargo, cuando uno entra a conocer su estilo, la música que conoció y la labor que otros compositores anteriores y coetáneos a él estaban realizando –especialmente en el terreno del madrigal–, se da cuenta de que hay demasiada especulación y un exceso por buscar agentes ajenos al proceso creativo que no se detienen a reflexionar que simplemente fue un hombre de su tiempo, aunque notablemente más avanzado en ciertos recursos que los demás compositores de su tiempo, es cierto. Fue un innovador, sin duda, pero nada más alejado de esa visión que sobre él se tiene hoy día, la de una mente del siglo XX en un cuerpo de finales del XV.

   Como se intentó aclarar en la conferencia previa al concierto, a cargo del musicólogo italiano, y gran especialista en Gesualdo, Marco Bizarrini –a pesar de los notables intentos de Xavier Güell, director del curso, por entrar en el terreno de la carnaza–, la modernidad de Gesualdo ha de verse en relación a ciertos aspectos, a saber: su tratamiento extremo de la disonancia; las increíbles modulaciones y, en gran parte, el innovador tratamiento armónico, a los que somete a sus composiciones; la brevedad de los textos que utiliza para sus creaciones madrigalísticas, así como el hecho de que rara vez acuda a grandes literatos, sino a autores anónimos, lo que lleva a Bizarrini a conjeturar que varios de esos textos puedan ser de su propia mano; y el carácter fragmentario y contrastante de sus madrigales, concebidos como bloques que se alejan y acercan en su carácter expresivo. Personalmente prefiero ver a Gesualdo como un genio innovador, pero continuador de una transgresora tendencia hacia el madrigalismo extremo que ya venía siendo tratada por otros autores con anterioridad, como Luca Marenzio o Luzzasco Luzzaschi, y que se encarga de llevar a sus últimas consecuencias, sin encontrar, por lo demás, continuidad tras su fallecimiento. Creo que la visión en la que es necesario incidir no se encuentra, en realidad, en la propia innovación, sino en la calidad con la que es capaz de llevarla a cabo, que sin duda le sitúa a la altura de los grandes compositores del momento en Europa –exceptuando quizá a Claudio Monteverdi, que está en otra esfera–.

   El ensemble Vandalia, con sede en Sevilla, fundado ya hace algunos años por cuatro cantores con notable experiencia en el campo de la interpretación vocal de conjunto, fue el encargado de poner en atril una excepcional selección de madrigales de los tres últimos libros de madrigales del Principe di Venosa, por otro lado, las más complejas y exigentes colecciones que compusiera el autor napolitano. Se trata, probablemente, del repertorio para conjunto vocal más exigente, complejo y extremo al que uno se puede enfrentar en relación a toda la música vocal polifónica en la Europa del momento. Y, pensándolo con cierta calma, únicamente algunas composiciones del siglo XX podrían compararse en complejidad a estas. Estos tres últimos libros de madrigales denotan un extraordinario cambio en relación a buena parte de lo que venía publicando con anterioridad, especialmente entre el Quarto [1596] el Quinto Libro de Madrigali [1611], a los que separan quince años. Un total de diez madrigales fueron interpretados –dos del Quarto y cuatro de cada una de las dos publicaciones postreras–, algunos de los cuales se encuentran entre los más conocidos de su producción, como Luci serene e chiare, O dolorosa gioia, T’amo mia vita, O dolce mio tesoro y, por supuesto, Moro, lasso, al mio duol, sin duda el madrigal gesualdiano que ha pasado a la posteridad como ejemplo más eficaz de su innovación extrema –por mucho que tanto o más increíble resulten el inicio de O dolorosa giogia, con ese sujeto, entre inquietante y perturbador, que inicia la línea de alto y que es continuado en imitación por el resto de las voces; o la dolorosa intensidad expresiva que crea la apabullante inestabilidad armónica en Itene o miei sospiri–.

   Las interpretaciones resultaron absolutamente descollantes casi desde el inicio mismo del concierto. Si bien es cierto que el conjunto tardó un par de madrigales en establecerse en la poderosa autoridad con la que reinó sobre el escenario, es algo que, teniendo la complejidad extrema del repertorio, no resta importancia a lo que aconteció en la Casa de las alhajas este 21 de febrero. El conjunto, conformado por los cuatros miembros fundadores, Rocío de Frutos [soprano], Gabriel Díaz [contratenor], Víctor Sordo [tenor] y Javier Cuevas [bajo], se vio complementado para la ocasión por Jorge Enrique García [contratenor]. Inteligente el aporte de este cantor extra, pues la estructura de estos madrigales, todos a cinco partes, con doble superius, altus o tenor –dependiendo de la ocasión–, fue solventada con su aportación con voz natural en los madrigales a doble tenor, mientras que como contratenor afrontó los restantes partes de alto, pasando Díaz a acometer las partes del altus primus o superius secundus cuando estas se duplicaban.

   Pudiendo hacer un análisis más pormenorizado de las voces, en un repertorio que exige buenos solistas pero que tengan una evidente vocación de conjunto, me parece más interesante destacar el impresionante trabajo coral de los cinco cantores. Afinación casi impoluta –algunos momentos de ciertos problemas, pero teniendo en cuenta la indefinición armónica de la música de Gesualdo, resulta algo casi inevitable–, con un cuidado extremo del sonido conjunto, sincronía envidiable para un grupo que trabaja sin director al frente, además de lecturas tremendamente expresivas, repletas de un refinamiento, elegancia y sutileza impecables. El intrincado contrapunto fluyó con una naturalidad ajena a su propia concepción, esto es, con un final que llega al oyente con una aparente sencillez que no es tal, pues exige de los cantores una concentración máxima en todo momento. Puedo decirlo sin miedo a equivocarme, las versiones que pude escuchar en este concierto no tienen nada que envidiar –en directo, que es donde verdaderamente importa– a cualquiera de las ofrecidas por los garantes de este repertorio: La Venexiana o La Compagnia del Madrigale. Sin duda, un trabajo que sería totalmente inconcebible de no haber tras el mismo una labor exhaustiva e implicada al extremo, lo que vuelve a demostrar –por si no hubiera quedado claro aún– que la única clave del éxito para lograr un nivel de excelencia como este es el trabajo duro y continuado en el tiempo con una plantilla estable. Como siempre, el sistema español no augura a conjuntos de este tipo una carrera muy halagüeña, pero, en mi opinión, Vandalia se ha posicionado como un ejemplo brillante a seguir y un ensemble merecedor de los mayores éxitos. Este Gesualdo de gran altura así lo merece.

Fotografía: Miguel Berrocal/Fundación Montemadrid.

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