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Crítica: Tom Harrell inaugura la temporada 2019/2020 en el Ciclo de Jazz del Centro Nacional de Difusión Musical

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Autor: Juan Carlos Justiniano
5 de octubre de 2019

Los hombres de Harrell

Por Juan Carlos Justiniano
Madrid. 03-X-2019. Auditorio Nacional de Música. Jazz en el Auditorio. Centro Nacional de Difusión Musical. Infinity. Tom Harrell [trompeta y fliscorno)], Mark Turner [saxofón tenor], Charles Altura [guitarra], Ugonna Okegwo [contrabajo] y Johnathan Blake [batería].

   Otro año más. Y que sean muchos. Ya ha quedado inaugurada la nueva temporada de Jazz en el Auditorio, el espacio que el Centro Nacional de Difusión Musical [CNDM] dedica a esas otras músicas si se quiere menos clásicas, menos académicas, pero igual de cultas. Para la temporada 2019/2020, el organismo público (y va in crescendo cada año) ha montado posiblemente la programación más impactante de los últimos años: con músicos ya consagrados por la Historia como Herbie Hancock, Chick Corea o Wynton Marsalis; por otros que, como Jacky Terrason, van camino de ello; por promesas (o ya casi estrellas) como Cécile McLorin Salvant; y, por supuesto, por vecinos y locales como el contrabajista Pablo Martín Caminero.

   Esta temporada los encargados de abrir al jazz las puertas del Auditorio Nacional han sido los cinco hombres de Tom Harrell, un curtido trompetista que tanto por generación como por derecho propio podría pertenecer perfectamente al primer grupo de los arriba mencionados. Tom Harrell visitó el pasado jueves la sala de cámara del escenario madrileño para presentar Infinity [HigNote Records, 2019], su nuevo trabajo discográfico, una nueva pequeña delicia; y lo hizo junto a su quinteto habitual de unos años a esta parte: Mark Turner al saxo tenor, Charles Altura a la guitarra, Ugonna Okegwo al contrabajo y Jonhathan Blake a la batería. ¡Vaya cinco!

   Como Woody Allen con su filmografía, Tom Harrell va prácticamente a disco por año. Así que era de esperar que, como ocurrió, el trompetista se ciñera a presentar algunas de sus últimas composiciones o, lo que es lo mismo, a presentar una nueva revisitación de su libro de estilo: predilección por la melodía (como compositor, pero también como solista), por las sonoridades modales y una querencia un tanto juguetona por decantar el lenguaje jazzístico con otras músicas populares. Todas caben. Quizá de Infinity se puede decir, como elemento distintivo, que de entre todo el caldero de músicas, sonidos y ritmos en los que se inspira el trompetista (desde el bop a lo latin pasando por la bossa) es en torno al rock donde esta vez ha preferido moverse Harrell.

   En total fueron siete temas los que interpretaron el trompetista y su quinteto. Ground, que cabría en lo que en la jerga podría denominarse medium rock, hizo las veces de obertura y sirvió de calentamiento para que todo el grupo pudiera desperezar los dedos y soltarse a solear. Le siguió Dublin, una página cálida, mesurada, ¿otoñal?, donde manda la omnipresencia rítmica de la guitarra y que alterna dos grandes humores (muy típico también de las composiciones del trompetista) sobre los que Harrell y Mark Turner volaron.

   Cruzando el ecuador del concierto, el trompetista y su quinteto presentaron The Isle, una bellísima melodía cargada de lirismo, que juega con el unísono de guitarra y saxo y camina sobre compases irregulares. Pero uno de los momentos destacados de la visita del quinteto de Harrell se vivió con Taurus, una página en la que resuena el quinteto del Miles de los sesenta (¡quinteto!, ¡qué coincidencia!) planteada como un gran ostinato de guitarra y bajo que acaba oscilando por todos los instrumentos (también por la batería de Jonhathan Blake, sí) y una excusa perfecta para que el quinteto se exhiba como cinco solistas que también son.

   Hope insufló un poco de aliento al grupo. En forma de deliciosa balada, ora bolero, ora swing, el tema es otra delicia donde la guitarra de Charles Altura no perdió la oportunidad de lucirse ni de explorar las atmósferas y el color de las armonías de la composición de Harrell.

   Sin embargo, todo volvió a explotar de nuevo con The Fast, que recuperó las resonancias davisianas y emprendió sobre un riff poderoso una melodía de los vientos al unísono, doblada… y todo a la vez; una melodía repleta de arabescos y semicorcheas, de las que ponen a prueba la pericia técnica y las horas de estudio. No obstante, ni Harrell ni Turner se salieron de la curva y el encuentro del trompetista con el fraseo del saxofonista, tan imaginativo, tan narrativo y tan incofundible (con ese sonido un tanto a lo Coltrane) no defraudó.

   The Fast resultó ser la última página que dentro del programa interpretó Harrell. Y en su interpretación merece una destacadísima mención Johnathan Blake, un baterista cada vez más solicitado, y con razón, que gusta de una peculiarísima disposición en un solo plano de su instrumento. Si hubieran abierto las puertas del Auditorio Nacional habría desbordado con su poder rítmico y melódico todo Prosperidad. Pero como no lo hicieron, solo quienes lo tuvimos enfrente pudimos disfrutar de otro espectáculo viendo cómo extraía de su instrumento tanta música, tanto ritmo, con tan solo un ligero golpe de muñeca y sin perder un solo pulso en ningún momento. El broche final lo puso Coronation, reordenando todo y volviendo al comienzo, a ese medium rock que nace de un bajo como el de Ugonna Okegwo que camina sigilosa pero implacablemente, sólido.

   A pesar de la aparente fragilidad que exhibe Harrell, que ya ha pasado de los setenta, el trompetista aguantó el tipo durante prácticamente hora y media sacando de su trompeta ese sonido tan característico, oscuro y fliscorneante coja o no el fliscorno. Harrell es reconocido por su sensibilidad, delicadeza y detallismo como músico. También lo es por su generosidad y capacidad, como quedó demostrado, de ceder espacio a sus compañeros, casi todos ya viejos amigos y excepcionales creadores que por solvencia, talento y brillantez podrían prestar, cualquiera de ellos, su nombre al quinteto. Sin duda, la custodia de la música de Harrell está compartida por los cinco en igual medida.

   Desafortunadamente, la acústica no jugó a favor de la noche. Ya casi parece un tópico, una frase recurrente y vacía, pero la planificación técnica suele fallar en la sala madrileña cuando se presentan propuestas amplificadas. La mala acústica aparece casi siempre como convidada de piedra. Y en esta ocasión se cebó principalmente con el contrabajo de Okegwo y la guitarra de Altura, a quien, para mayor complejidad y desgraciadamente para técnicos, le encanta tirar de delay y reverb. Pero, aunque es cierto que en ocasiones el sonido quedó excesivamente enmarañado, la música reconfortante de Tom Harrell y su quinteto pudo con todo y levantó un jueves cualquiera de comienzos de octubre.

Fotografía: Elvira Megías/CNDM.

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