Por Óscar del Saz | @oskargs
Madrid. 28-I-2019. Teatro de la Zarzuela. Centro Nacional de Difusión Musical. XXV Ciclo de Lied. Winterreise, Op. 89, D 911, de Franz Schubert. Adrianne Pieczonka (soprano), Wolfram Rieger (piano).
Contando sólo con 26 años, y cuatro más tarde de la composición de Die schone Müllerin [La bella molinera], Franz Schubert (1797-1828), ya muy enfermo de sífilis, adoptó 12 poemas del mismo autor de aquella, Wilhelm Müller (1794-1827). En los versos del poeta reposan las más profundas y negativas experiencias vitales, cuya causa se debe probablemente a haber perdido a su madre y hermanos a una edad temprana. Además, se encuentran muy presentes las ideas fuerza del ciclo: el caminante-vagabundo y el camino, aquello –el viaje– que nos conduce por la senda de una vida desolada y triste cuyo culmen o parada final es la ansiada y romántica idea de la muerte. Al año siguiente, Schubert agregó otras 12 canciones a la colección (cambiando el orden de las primeras doce), llevando el ciclo a su sombría conclusión: una identificación total de los discursos vitales de ambos autores que agotarían sus vidas, prematuramente, poco tiempo después.
El ciclo de canciones denominado Winterreise, inicialmente pensado por Schubert para la voz de tenor (voz que el músico poseía), se ha transportado con éxito para poder ser cantado por una voz de cualquier rango, entendiendo que Schubert aceptó la idoneidad de una voz más grave, en principio más apta para expresar las sombras emocionales del texto. No sería aplicable esto que comentamos a la artista que nos ocupa, ya que la soprano Adrianne Pieczonka (1963) atesora en su arte –volcado más en el repertorio operístico– un compendio de simplicidad-sinceridad, con una facilidad de comunicación de emociones profundas, de cuño verdaderamente romántico –no siendo éste su terreno natural–, sin tener que recurrir a la utilización de artificios ni aspavientos innecesarios.
Además, la artista es acreedora de una muy buena técnica de canto que le permitió abordar las dificultades vocales de este ciclo sin ningún tipo de cortapisas y sin necesitar el apoyo de la partitura para hacerlo. Aun llevando ya la abultada cifra de 31 años sobre los escenarios cantó en todo momento con una voz fresca y con esmalte –si bien, no arrebatadoramente bella, pero sí de una densidad armónica singular–, logrando una muy buena capacidad de adaptar el sonido de forma adecuada a cada una de las atmósferas de cada canción: tristeza, autoafirmación, ánimo doliente, descorazonamiento, etc. La versión que la cantante ofrece aprovecha de manera nada disfrazada o afectada el largo ciclo de 24 canciones –que recrean una atmósfera de infinidad de facetas en lo sonoro (considerando el dúo cantante-pianista como un todo)–, versión no exenta de un cierto hieratismo escénico que la artista compensa con buenas dosis de transmisión de la emoción que el vagabundo plantea por cada número.
Aunque comenzó con cautela y un tanto destemplada la primera de las canciones –«Gute Nacht» [Buenas noches]–, enseguida desplegó todo su arte en la segunda, «Die Wetterfahne» [La veleta], de ritmo acalorado y efectista expresividad. De la primera parte del ciclo resaltamos la interpretación de la delicada «Der Lindenbaum» [El tilo], en la que el piano se encarga de rematar la atmósfera relevando en protagonismo a la voz. Por cierto, excelente la contribución del experimentadísimo Wolfram Rieger, volcado literalmente sobre el teclado, escudriñando cada frase musical y adelantando con el gesto todas las entradas de nuestra soprano. Nunca perdió la concentración y derrochó fluidez en un binomio voz-piano que pocas veces aparece tan sólidamente armado. También brillaron a gran altura «Rückblick» [Mirada hacia atrás], que contiene un difícil y raudo parlato –declamado y violento–, así como la luminosa «Frühlingstraum» [Sueño primaveral], en la que Pieczonka muestra ese carácter para luego resaltar el despertar a la pesarosa realidad utilizando inteligentemente los cambios de dinámicas para ello.
Después de sobrepasado el ecuador del ciclo, que se ejecutó sin pausa para el descanso, nos resulta más complicado resaltar ésta o aquella canción ya que en muchas de ellas anotamos cosas positivas que nos llamaron la atención. En «Der greise Kopf» [La cabeza gris] se expresa la idea de que «lo romántico es morir», y donde Pieczonka es capaz de fluidificar las dinámicas con reguladores muy suaves. La sencilla, pero muy bellamente interpretada y matizada, «Das Wirtshaus» [La posada] y «Die Nebensonnen» [El parhelio] destacan porque se cantan a media voz, sul fiato, imprimiendo un legato y un fraseo impecables, si bien la segunda contiene más contrastes porque ha de aplicarse mayor volumen de voz en algunos pasajes. Para rematar, la belleza hipnótica marcada por las repeticiones del piano de «Der Leiermann» [El zanfonista]. En ella se encuentra al final la paz del camposanto, habiendo proyectado un viaje en el tiempo hacia los orígenes del romanticismo, como si esta canción tuviera la facultad de hacernos balance de aquello que en la vida nos ha sido desfavorable pero que en la muerte encuentra su finalidad y su bálsamo definitivo.
El público de este Ciclo de Lied –nos consta que mayoritariamente especializado y conocedor de este repertorio– salió muy complacido con esta versión de Winterreise. Además, se dieron esos segundos de mágica emoción –con respiración contenida– entre que suena la última nota y se producen los primeros aplausos. No es para menos: El viaje de invierno es obra de poderoso y profundo magnetismo, poesía convertida en música, que ha obsesionado a tantos y tantos musicólogos, músicos y aficionados. Si en él están contenidos todas las angustias, las soledades, los cambios y los miedos por parte de poeta y músico, también lo están los de cualquier ser humano. Quizá ello es lo que justifica su innegable longevidad en los escenarios y que necesitemos escucharla, renovada por cada intérprete, de vez en cuando.
Fotografía: adriannepieczonka.com
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