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Crítica: Daniel Harding dirige la Sexta de Mahler en Berlín

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Autor: Alejandro Martínez
7 de diciembre de 2014

FRUSTRACIONES Y EXPECTATIVAS

Por Alejandro Martínez

05/12/2014 Berlín: Berliner Philharmonie. Berliner Philharmoniker. Daniel Harding, dir. musical. Programa: Sinfonía no. 6 de Gustav Mahler.

   Las expectativas son todo un peligro para la vida del melómano. Sobre el papel algunas citas resaltan con fuerza y la realidad sin embargo no siempre está a la altura. De hecho a menudo los desengaños y decepciones más notables llegan incluso antes de que comience el concierto o la representación, con el anuncio de la cancelación de turno que ya obliga a torcer el gesto y pensar, a menudo equivocadamente, que la velada ya no será igual sin tal o cual intérprete. Precisamente eso sucedió con estos conciertos de la Filarmónica de Belrín del pasado fin de semana, que tenían el aliciente de contar con Kirill Petrenko como director al frente de una Sexta de Mahler. Apenas unos días antes del primero de los conciertos, la Filarmónica anunció que Petrenko se caía del cartel por indisposición, saltando en su reemplazo el director británico Daniel Harding, con apenas dos o tres días de margen para preparar este programa. Se pueden imaginar la decepción, ya que entre la genialidad de Petrenko y el discreto oficio de Harding dista ciertamente un abismo.

   Daniel Harding es una suerte de frustrada esperanza blanca. Tiene oficio, qué duda cabe, y se aprecian en su gesto y en su hacer rasgos de quienes fueran sus principales maestros, Rattle y Abbado, a quienes sirvió como asistente no hace tantos años. Aparecía Harding por entonces como una promesa por cumplir, como un joven talentoso que iba a dar que hablar. Pero los años pasan y su talento no termina de despegar. Probablemente los tempranos inicios de su carrera hayan jugado un tanto en contra de sí mismo, proyectando unas expectativas que a día de hoy está lejos de satisfacer. Asimismo, quizá no hayamos tenido fortuna en cada una de las ocasiones en que hemos podido contemplar el trabajo de Harding, pero lo cierto es que ninguna de ellas nos ha parecido digna de elogio y recuerdo. Tampoco es el suyo un trabajo abiertamente criticable, pero lo cierto es que presenta a menudo una corrección y un academicismo que a veces reviste más bien el aspecto de una aproximación demasiado taimada e impersonal. No es una mera cuestión de pulso, porque a su Mahler no le falta brío, no le falta hondura cuando se requiere, pero faltan contrastes, no abunda en dinámicas, etc. No arriesga, en suma, y la genialidad raramente brilla en su caso, a decir verdad.

   Mahler es, en todo caso, un compositor con el que Harding da muestras de tener una afinidad particular, destacada dentro de todo el repertorio que maneja. Ha interpretado con relativa frecuencia, de hecho, varias de sus sinfonías en los últimos años. En el caso de esta Sexta, Harding hizo gala desde luego de una comunicación directa, franca y eficaz con la orquesta, pero sin mayores alardes. La Sexta sinfonía de Mahler es por cierto una de esas obras emblemáticas, con las que toda gran batuta debe batirse en algún momento de su trayectoria. En una hipérbole, decía Alban Berg que “ésta es la única Sexta, a pesar de la Pastoral de Beethoven”. Es conocido asimismo el debate sobre el orden de sus movimientos centrales. Todavía hay hoy quienes sostienen que el Andante debe ir en tercer lugar, tras el Scherzo, aunque la fórmula más habitual y canónica, la que se ha impuesto al fin y al cabo, es la que se proponía en esta ocasión, con el Scherzo como tercer movimiento detrás del Andante.

   Sea como fuere, de algún modo la maestría de los atriles se impuso en esta ocasión a la personalidad de la batuta, de un perfil demasiado bajo, como políticamente correcto, falto de aridez, incisión e inspiración, en suma. La Sexta de Mahler, sigularmente, requiere a nuestro parecer un enfoque más ácido, más árido, menos redondo y regular, donde quepan la desesperación y la tragedia, junto a a una desasosegante ironía y una alegría incierta, inquietante. No es una sinfonía a la que cuadren bien los acentos académicos de una discreta dignidad con esporádicos destellos de algo más, como Harding dispuso en esta ocasión. No querríamos menospreciar el trabajo del director británico, meritorio sin duda habida cuenta del escaso margen de tiempo con el que llegó a estos conciertos en sustitución de Petrenko, pero no hay que olvidar que estamos ante la mejor orquesta del mundo, que responde con una precisión asombrosa a cualquier demanda de la batuta de turno. El resultado fue una Sexta de expresividad un tanto prosaica, a menudo previsible, por instantes diría que epidérmica, sostenida sobremanera sobre el virtuosismo en la ejecución del que hacen gala los atriles de la Filarmónica de Berlín.

   Decíamos antes que se apreciaban en algunos momentos, en el hacer de Harding, los rasgos de quienes fueran sus maestros, Rattle y Abbado. Hasta tal punto que resulta en ocasiones irritante identificar calcado el gesto de alguno de ellos, singularmente el de Abbado, en el trazo de Harding con la batuta. Más allá de la anécdota es esto algo muy significativo, y que también sucede con Dudamel, como si todos ellos, batutas en torno a los cuarenta años de edad, no fuesen otra cosa que geniales epígonos de quienes les llevaron de la mano en sus comienzos. De forma generalizada lo que falta en esta nueva generación de batutas, que lleva al menos una década en la primera plana de la agenda de los principales conciertos y teatros, es precisamente esa personalidad de los grandes. Por resumir las sensaciones al término de esta Sexta de Mahler, si me permiten la provocativa exageración, contemplando el trabajo de Harding queda la sensación de estar ante la labor de un excelso alumno, pero no todavía ante el hacer de un maestro.

   Por último, comparto con ustedes una reflexión que me comentaba un amigo y que no es en absoluto baladí. La cancelación de Kirill Petrenko probablemente tenga que ver no sólo con su salud (venía de dirigir unas funciones de Rosenkavalier en Viena sin mayor problema) sino con el hecho de haberse perfilado en alguna ocasión como posible candidato a la hora de suceder a Rattle en la titularidad de la Berliner, asunto que debe ventilarse esta próxima primavera. No es Mahler un compositor demasiado presente en la programación de esta orquesta y cuando aparece está siempre ligado a batutas, digamos, especiales a las que la formación quiere de algún modo poner a prueba o tentar. Rattle mismo debutó con la Filarmónica de Berlín precisamente con una Sexta de Mahler en 1987. Todo parece apuntar pues a que estos conciertos escondían de hecho una suerte de bautizo previo a la más que plausible elección de Petrenko como titular. ¿Quién será finalmente el elegido? El camino parece cada vez más despejado para Dudamel. Veremos.

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