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Crítica: Daniele Callegari dirige 'Poliuto' de Donizetti en el Teatro del Liceo de Barcelona, con Gregory Kunde y Sondra Radvanovsky

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Autor: Raúl Chamorro Mena
16 de enero de 2018

A LA ANTIGUA

   Por Raúl Chamorro Mena
Barcelona. 13-I-2018. Gran Teatro del Liceo. Poliuto (Gaetano Donizetti). Gregory Kunde (Poliuto), Sondra Radvanovsky (Paolina), Gabriele Viviani (Severo), Rubén Amoretti (Callistene), Alejandro del Cerro (Nearco), Josep Fadó (Felice). Orquesta y Coro del Gran Teatro del Liceo. Dirección musical. Daniele Callegari. Versión concierto.

   Variada, singular y muy ajetreada la trayectoria de la ópera Poliuto, que el siempre creativo y despierto Gaetano Donizetti se aprestó a adaptar -con la colaboración del inevitable Eugene Scribe-,  a los modos de la Grand Opera parisina, cuando su estreno en Nápoles fue vetado por la particularmente conservadora censura del Reino Borbónico. El resultado fue “Les Martyrs” que vío la luz el 10 de abril de 1840 en la Salle Le Peletier de la Opera de París protagonizada por el mítico Gilbert Duprez, que volvía a asestar un “golpe moral”, esta vez definitivo, al no menos legendario tenor Adolphe Nourrit, previsto en el inicial Poliuto y que ya empezaría a sufrir un deterioro mental que le llevaría al suicidio arrojándose por la ventana de su hotel en la ciudad Partenopea, a la que había viajado por consejo del propio Donizetti, después de ser desplazado por Duprez y su Do agudo a plena voz, como tenor favorito de la Opera de París. De tal modo, que el original Poliuto no se estrenó en Nápoles hasta el 30 de Noviembre de 1848 (la censura se había dulcificado con los acontecimientos revolucionarios de ese año), ya fallecido Donizetti y protagonizado por otro gran tenor-divo de la época, Carlo Baucardé, quien fuera unos años después el primer Manrico de Il trovatore.

   Ante todo y a pesar de su poca presencia en los teatros, hay que subrayar, que Poliuto es una magnífica ópera donde encontramos al gran Donizetti en plena madurez creativa. La obra es pródiga en momentos de alta inspiración melódica y del instinto y maestría teatral marca de la casa, en una senda claramente preverdiana. Igualmente, estamos ante una muestra más del gran talento de Salvatore Cammarano (libretista, entre muchas otras, de la inmortal Lucia di Lammermoor, de la fabulosa Roberto Devereux, de las verdianas Alzira, La battaglia di Legnano, Luisa Miller e Il trovatore), de quien se decía que podía convertir cualquier texto en un triángulo amoroso tenor-soprano-barítono. Efectivamente, así lo demuestra conviritiendo una tragedia como Polyeucte de Corneille, un argumento esencialmente sagrado, en un melodrama romántico en que el asunto religioso queda relegado en favor de la pasión amorosa, de ese triángulo aludido soprano-tenor-barítono y todo ello con una gran demostración de concisión y viveza teatral.

   La mayoría de aficionados se han acercado a esta ópera mediante la grabación en vivo de la interpretación Milanesa de 1960, que suponía el regreso, después de una ausencia de dos años, de Maria Callas al Teatro alla Scala acompañada de Franco Corelli y Ettore Bastianini, si bien, existen también otras ediciones interesantes como la de Roma 1988 con un insuperable Renato Bruson en el papel de Severo.

   Volvía pues la historia de este noble armenio, mártir del cristianismo, al Gran teatro del Liceu, ausente desde 1975 en que fue interpretada por la gran Leyla Gencer junto al tenor Amadeo Zambon y el buen barítono Barcelonés Vicente Sardinero.

   Me decía un veterano Liceísta que había vivido esta versión concertística “a la antigua”, con destacados cantantes protagonistas, orquesta poco pulida y un tanto desbocada, pero vibrante, y sin importancia de la escena (obviamente en este caso) y todo ello tuvo como consecuencia un gran éxito de público que ovacionó de manera entusiasta, con especial fervor a la pareja protagonista y con merecimiento en opinión de quien suscribe, pues se vivió una interpretación muy disfrutable a pesar de los peros que puedan ponerse. Gregory Kunde, ya fatigado sí, con un centro cada vez más erosionado, áfono, y un registro agudo, que aún funciona, pero ha perdido facilidad, brillo y punta, pero inalterable su musicalidad, su dominio del estilo, su generosidad (cantó el aria “Fu macchiato l’onor mio!” completa con el da capo de la cabaletta enriquecido con variaciones propias) y esos acentos, tanto áulicos cuando corresponde, como vibrantes y convenientemente “agitati” en esos momentos en que se cree engañado por su esposa. Su aria obtuvo una larga ovación, así como el sublime dúo del último acto con la fabulosa cabaletta al unísono “Il suon dell’arpe angeliche” en que la genial escritura de Donizetti se funde con los estupendos versos de Cammarano en un fragmento que inspiró a Verdi para un pasaje de La forza del destino. En el papel de Paolina, Sondra Radvanovsky certificó ser la soprano favorita del público del Liceo actualmente. La voz caudalosísima (como ha gustado siempre en este teatro tan grande) de la canadiense llena el recinto con sonidos plenos de mordiente y plenitud. Asimismo, fue capaz de domeñar y recoger el enorme instrumento en un legato y línea canora de factura, como pudo comprobarse ya desde su bella cavatina “Di quai soavi lagrime”  precedida por una estupenda introducción orquestal con solo de clarinete, para lanzarse posteriormente a la cabaletta “Perchè di stolto giubilo” en la que Radvanovsky destiló una meritoria coloratura con variaciones en el da capo. Una aglidad que expresa la agitación de la Paolina al enterarse de que su amado el procónsul Severo no ha fallecido como creía, pero, de todos modos, ese amor ha devenido imposible. Notable también la canadiense en el dúo con el barítono con un par de espléndidos ascensos al agudo con descenso posterior al grave en salto interválico de gran efecto en sala. En el lado negativo, hay que consignar su articulación extraña, escasamente nítida del italiano. A menor nivel se situó el procónsul del barítono Gabriele Viviani (que reemplazaba a Luca Salsi), falto de mordiente en el agudo, desguarnecido en el grave, apenas ofreció un centro de cierto color baritonal y un canto falto de sutilezas, de clase, apoyado en un fraseo más bien monótono, cuando no vulgar. Más gris y desdibujado que otras veces el siempre profesional Rubén Amoretti en el papel de Callistene y resonante la voz tenoril, aunque nada bella y un tanto temblona, de Alejandro del Cerro, que dotó de relieve al comprimario Nearco.

   La dirección musical de Daniele Callegari, que al igual que Antonino Votto en la famosa edición Scaligera de 1960 interpretó la obertura de Les Martyrs con el correspondiente pasaje del coro en interno, no fue pulida, ni organizada y cualquier cosa menos refinada, con algunos pasajes de filiación bandística, aparatosos y bombásticos, pero tuvo teatralidad y tensión, destacando la stretta del fabuloso concertante con el que concluye el acto segundo, un tanto embarullada sí, pero absolutamente flamígera y que levantó del asiento al público. Asimismo, acompañó al canto, amparó las variaciones que introdujeron los dos protagonistas en sus arias, además de escucharse los fragmentos completos con sus da capo y repeticiones.

Foto: A. Bofill

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