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Crítica: «Arabella» en el Teatro Real

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Autor: Raúl Chamorro Mena
31 de enero de 2023

Crítica de Raúl Chamorro Mena de la ópera Arabella de Strauss, programada en el Teatro Real de Madrid bajo la dirección musical de David Afkham y escénica de Christof Loy

«Arabella» de Strauss en el Teatro Real

¿Final feliz?

Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 28-I-2023. Teatro Real. Arabella (Richard Strauss). Sara Jakubiak (Arabella), Joseg Wagner (Mandryka), Sarah Defrise (Zdenka), Matthew Newlin (Matteo), Martin Winkler (Conde Waldner),  Anne Sophie von Otter (Adelaide), Elena Sancho-Pereg (La Fiakermilli), Dean Power (Conde Elemer), Roger Smeets (Conde Dominik), Tyler Zimmerman (Conde Lamoral). Orquesta y coro titulares del Teatro Real. Director musical: David Afkham. Director de escena: Christof Loy. 

   Arabella culmina la relación entre el compositor Richard Strauss y el libretista Hugo von Hofmannsthal, una de las más gloriosas de la historia del teatro lírico, una magnífica ópera que, algo insólito, se mantenía inédita en Madrid desde su estreno en 1933.  

   A partir del deseo de realizar una «hermana de El caballero de la rosa», Strauss y Hoffmannsthal nos sitúan, sin embargo, en la Viena ya  decadente de mediados del siglo XIX en los comienzos del Imperio austrohúngaro. Esa decadencia y depravación moral de la alta sociedad vienesa de la época se plasma en la familia del Conde Waldner, que presa del vicio del juego, se encuentra arruinado y su única esperanza es lograr el mejor de los matrimonios para su hija mayor, la hermosa Arabella a la que asedian varios pretendientes ante su indiferencia, cuando no desprecio. Al no poder mantener la familia más que a una hija casadera, por lo que suponen los gastos en vestidos, joyas y demás atributos de una dama de la alta sociedad vienesa, la hermana pequeña Zdenka es educada como un chico y se enamora de uno de los más correosos pretendientes de su hermana, el oficial Matteo. Arabella entra en el juego, pero no aceptará a cualquiera, sabe lo que quiere y tendrá claro cuando encuentre al hombre de sus sueños. Un forastero eslavo, procedente de los bosques de Croacia, de los confines del Imperio, de modos toscos, pero expresión sincera, que contrasta con la hipocresía de la sociedad vienesa y del que se enamora al primer vistazo antes de hablar siquiera con él, será ese hombre. Como es inmensamente rico será acogido por el Conde Waldner con los brazos abiertos. El enredo, el equívoco, provoca un inesperado y temprano ataque de celos y desconfianza por parte de Mandryka, pues la alta comedia aparente encierra pesadumbre y sinsabor a pesar del final aparentemente feliz.    

«Arabella» de Strauss en el Teatro Real

   La ópera combina el canto conversacional con una buena dosis de melodías memorables, de las más inspiradas fruto del estro del genial músico bávaro. A destacar el maravilloso dúo entre las dos hermanas, Arabella y Zdenka, en el primer acto, el aria y vals de la protagonista al final del mismo, el fabuloso dúo de Arabella y Mandryka en el segundo capítulo, así como la escena final de la ópera, ese «Das war sehr gut» con Arabella invitando a Mandryka a beber el agua clara de la fuente que sella su compromiso en la alegría y en la pena, en el dolor y en el perdón. Una tradición procedente de la tierra de su prometido y que ella ya ha asumido. 

   La buena soprano norteamericana Sara Jakubiak completó una estimable Arabella en lo vocal y lo escénico, pero no más allá y sin llegar al nivel que le encontré como protagonista de El Milagro de Heliane de Korngold en Berlín o como Eva de Los maestros cantores en Munich. Jakubiak con su timbre de soprano lírica de centro consistente y esmaltado, atractivo, aunque no especialmente singular, y muy bien emitido, mostró buen concepto de canto, sensibilidad musical y fraseo bien torneado, pero se echó en falta un mayor juego de dinámicas y reguladores, sin llegar a ese punto de suprema clase que uno espera en este papel. Asimismo, la soprano estadounidense, un tanto reservona en el primer acto, luchó con un registro agudo tensionado en el que el sonido se abre conforme asciende en la tesitura. Como intérprete, la Jakubiak caracterizó bien esta mujer joven, pero madura mentalmente y sabia, que sabe lo que quiere –«No puedo ser otra, ¡Tómame como soy!» exclama a Mandryka al final de la ópera-, que rechaza a sus pretendientes no sin cierta arrogancia, pero siempre humana. Eso sí, a la Arabella de Jakubiak le faltó algo de carisma, ironía y savoir faire. 

   Por su parte, Josef Wagner defendió bien vocalmente la onerosa tesitura de Mandryka, la propia del bajo-barítono wagneriano –Holandés errante, Wotan-  y si bien no mostró timbre especialmente dotado ni una línea de canto de especial relieve, además de un registro agudo más bien precario, sí demostró ser un buen actor con una caracterización creíble de este terrateniente eslavo procedente de las fronteras del Imperio Austrohúngaro cuyos modos rudos, pero también honestos y francos, contrastan con la falsa sociedad vienesa. 

   Mucho mejor en lo interpretativo la Zdenka de la soprano belga Sarah Defrise, que en lo vocal, pues, junto a un canto correcto, pero sin especiales sutilezas, mostró voz pequeña y pobretona, incapaz de emitir un solo sonido con mordiente. Notable el tenor Matthew Newlin en el complicado e ingrato papel de Matteo –Strauss siempre fue cruel con los tenores- pues mostró sano timbre, emisión segura, adecuada proyección y saludable registro agudo. Irreprochable el Conde Waldner de Martin Winkler, sólido vocalmente y ajustado en la creación escénica del ludópata y manirroto aristócrata que ha llevado a la ruina a su familia. Muy desgastado ya el timbre de la veterana Anne Sophie von Otter, por lo que la intérprete tomó las riendas y demostró sus tablas en la encarnación de Adelaida, la supersticiosa y banal esposa del Conde. 

   Elena Sancho Pereg se mostró segura en la coloratura y el sobreagudo, con notas afiladas y radiantes, en su intervención como la Fiakermilli en el baile de los cocheros del segundo acto, además de superar la incomodidad de verse agredida sexualmente por Mandryka, según prescribe la presente producción. Respecto a los tres Condes pretendientes de Arabella, el más ajustado resultó Roger Smeets como Dominik, entre un inaudible y sin proyección Dean Power, Elemer, y un engoladísimo Tyler Zimmerman, en el papel de Conde Lamoral. 

«Arabella» de Strauss en el Teatro Real

   Buen trabajo de David Afkham, titular de la Orquesta Nacional de España, en su segunda actuación en el Teatro Real, después del estupendo Bomarzo de 2017, pues obtuvo un sonido, si no transparente, sí suficientemente claro y mórbido de la orquesta, además de escapar de la vulgaridad y el trazo grueso. Cierto es que faltaron dosis de fantasía, colores orquestales y no se escucharon todos los detalles de la depuradísima orquestación straussiana –la orquesta tiene las limitaciones que tiene-, pero Afkham templó el foso, mantuvo siempre el equilibrio con el escenario y firmó una apreciable labor.  

   La producción de Christof Loy, ya vista por el que firma en Barcelona en 2014, cambia el marco temporal, lo que no es ningún acierto, pues esa Viena decadente y de moral corrupta de mediados del siglo XIX es fundamental en la historia. La puesta en escena se basa en una escenografía de Herbert Murauer, más bien desnuda y de rutilante blanco con paneles que se deslizan y dejan entrever en el primer acto las habitaciones y pasillo del hotel donde se ha instalado la familia Waldner y en el segundo, la escalera, lavabos y ante sala, lugares a veces reducidos donde transcurren escenas, diálogos y pasajes, de gran importancia en el discurso de la obra. En el último acto todo se cierra, el color blanco se vuelve cegador y la puesta en escena se centra en la caracterización de los personajes y el juego escénico, el enredo y equívoco que desencadena la temprana desconfianza del impetuoso Mandryka. Al final todo se aclara y se produce el final feliz con Arabella ofreciendo el vaso de agua clara a su prometido, no desde lo alto de la escalera como está mandado, pues no existe tal en este montaje. Un final feliz, pero lleno de incertidumbre ante el futuro de la relación, dada la diferencia social y de educación entre ambos y esa desconfianza tan bruscamente mostrada a las primeras de cambio por el acaudalado provinciano. 

Fotos: Javier del Real / Teatro Real

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