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Crítica: David Afkham dirige 'La Creación' de Haydn con la Orquesta y Coro Nacionales de España

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Autor: Raúl Chamorro Mena
25 de septiembre de 2018

Y la luz se hizo

   Por Raúl Chamorro Mena
Madrid. 22-IX-2018. Auditorio Nacional. Ciclo Orquesta y Coro Nacionales de España. Die Schöpfung - La Creación (Franz Joseph Haydn). Genia Kühmeier, soprano (Gabriel, Eva), Maximilian Schmitt, tenor (Uriel), Markus Werba, barítono (Rafael, Adán). Orquesta y Coro Nacionales de España. Dirección: David Afkham.

   Un Joseph Haydn (1732-1809) en plena sesentena, dueño de una dorada madurez y maestría, con una gran trayectoria a sus espaldas, importantísima, para la historia de la música, decide componer una obra directamente para la eternidad. Para ello y asumiendo la influencia de Händel, elige un tema tan indudablemente grandioso y monumental como La Creación divina, pero no sólo para exaltar a Dios, toda vez, que el esencial elemento espiritual debe compartir protagonismo con el enaltecimiento de los valores humanísticos y filosóficos, tan propios de la Ilustración.

   Sólo cabe decir que “objetivo cumplido” por parte de Haydn, ya que la obra, monumental y transcendente, tiene garantizada la posteridad y su presencia en las salas de concierto es, por supuesto, habitual.

   Desde el comienzo pudo apreciarse en la labor de David Afkham –con su gesto claro, amplio y preciso- una minuciosa organización, un afán por garantizar el equilibrio y el sentido de las proporciones con una cuidadísima concertación. La orquesta respondió impecablemente con un sonido refinado, claro de texturas, una cuerda pulidísima, luminosa, y unas maderas espléndidas con prestaciones sobresalientes de todos los solistas. Asimismo, sería incluso insuficiente subrayar que Afkham garantizó el balance sonoro entre orquesta, coro y cantantes, puesto que más bien mimó a estos últimos. En definitiva, una interpretación de gran pulcritud, bien construida, diligentemente concertada, con un sonido refinado y luminoso, que garantizó el elemento objetivo y racional del equilibrio y las proporciones, pero en la que faltó, además de un acabado más personal y constrastado, el elemento subjetivo de la emoción, también presente (no olvidemos que  la música de Haydn participó del movimiento “Sturm und drang”), así como ese punto de trascendencia y hondura.

   Buena nota también para el Coro Nacional dirigido por Miguel Ángel García Cañamero, que ofreció un sonido redondo y empastado, suficientemente rotundo, pero sin excesos, en los forte, y capaz también de recogerse en esmerados pasajes de canto piano.  

   Del elenco vocal formado por tres cantantes de voces más bien modestas, bien preparados musicalmente, pero ayunos de variedad, de contrastes en cuanto a fraseo y acentos, es preciso destacar a la soprano salzburguesa Genia Kühmeier merced a su proyección en la zona alta, que gana brillo y timbre respecto a un centro débil e inconsistente.

   Su fraseo fue indudablemente refinado y musical, si bien escasamente imaginativo. Se encaramó con aparente facilidad al Do 5 sobreagudo en su primera intervención (Solo con coro, Nº 4) “Mit Staunen sicht das Wunderwerk” y delineó con buen legato su primera aria propiamente dicha, la espléndida (Nº 8) “Nun beut die Flur”. En la segunda parte, Kühmeier logró, junto a un primoroso acompañamiento de la orquesta y una espléndida intervención de las maderas -especialmente la flauta- que describen el volar de las aves, uno de los momentos más bellos del concierto en el aria (nº 15)”Auf starkem Fittiche”. Muy ajustada, de igual modo, resultó Kühmeier en la reproducción de los pasajes de agilidad. La soprano austríaca intervino, asimismo, en otro estupendo momento de la noche, el dúo con coro de Adán y Eva “Von deiner Gut´, o Herr und Gott” de la tercera parte, en el que ambos solistas se fusionaron de manera impecable con el canto recogido del coro y el delicado acompañamiento orquestal.

   De mucho menos interés fue la prestación del tenor Maximilian Schmitt, del que no puede negarse su corrección musical, pero que exhibió material vocal tan insulto como su fraseo, con lo que quedó un tanto desvaído y falto de la debida grandeza un momento tan espléndido como el de los recitativos números 11 y 12, en los que Uriel describe la creación de los astros. Por su parte, Markus Werba, barítono austríaco de timbre gris, árido y emisión gutural, aunque de suficiente presencia sonora, se enfrentó al doble papel de Arcángel Rafael y Adán. Mientras este último corresponde a un barítono, el primero está destinado a un bajo genuino. “Hace falta una buena voz de bajo, no la de los barítonos que habitualmente cantan la obra” escribe Arturo Reverter en su buen artículo del programa de mano. Por tanto y, aunque la tesitura de Rafael le permitió a Werba sortear las apreturas que mostró en la zona alta, la falta de rotundidad y enjundia de bajo genuino fue indudable. Justo es destacar que el austríaco fue capaz de emitir las abundantes notas abisales requeridas, pero a las mismas les faltó, lógicamente, redondez y cuerpo.    

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