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Crítica: David Afkham dirige la 'Sinfonía nº 3' de Mahler en la temporada de la Orquesta y Coro Nacionales de España

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Autor: Raúl Chamorro Mena
13 de marzo de 2017

¡EL MUNDO ES PROFUNDO!

   Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 10-III-2017, Auditorio Nacional. Ciclo Orquesta y Coro Nacionales de España. Sinfonía número 3 en re menor (Gustav Mahler). Elizabeth Kulman, mezzosoprano. Pequeños cantores de la CAM. Orquesta y Coro Nacionales de España. Director: David Afkham.

   La monumental Tercera sinfonía de Gustav Mahler es una de esas obras de enormes proporciones, que ponen a prueba a una orquesta y un director musical. La máxima plasmación de la idea del genial compositor bohemio -que una sinfonía debía contener de todo, como el mismo Mundo-, la encontramos en esta creación extensa y heterogénea, con abundante presencia de la recopilación de temas populares de “Des Knaben Wunderhorn”, que contiene, efectivamente, de todo y de forma aparentemente asimétrica y hasta caótica -a juicio de algunos-, pero que no lo es, ni mucho menos, en la fecunda mente de su autor.

   Desde la llamada inicial de las nueve trompas en el larguísimo y fascinante primer movimiento, pudo escucharse una estupenda prestación de la Orquesta Nacional con un sonido vigoroso y compacto, una cuerda densa y empastada, unos metales ajustados y en su sitio. Faltó eso sí, una mayor paleta de colores y cierto refinamiento a un sonido más poderoso que transparente, si bien la batuta de un ya recuperado David Afkham mantuvo en todo momento el pulso, el nervio y la tensión que requiere la pieza con una vibrante exposición de la marcha y de la breve coda final, que quedó algo embarullada. Adecuado el contraste de esos tonos penumbrosos del primer movimiento con la luz y despreocupación del Minuetto que constituye el segundo. De la gravedad, tensión y oscuridad a la la ligereza y la distensión;  Bien expuesta, igualmente, la ironía del Scherzo del tercer movimiento, que contiene el sublime solo de corneta de posta (posthorn) en interno, brillantemente ejecutado, a pesar de un leve desliz que no empaña para nada su gran intervención, por el solista Manuel Blanco. Magnífica la prestación de las maderas en estos dos movimientos, así como del concertino. En el cuarto, la atmósfera de misterio, la oscuridad de la noche, está fundamentalmente atribuida a la voz de contralto que entona la “Canción de medianoche de Zaratustra” procedente de la obra de Nietzsche. La mezzosoprano Elisabeth Kulman mostró una voz bien emitida, en su sitio, y un canto bien calibrado, con un fraseo cuidado, pero a su sonido le faltó la redondez, la profundidad, la oscuridad y solidez en los graves de una contralto genuina y absolutamente esenciales para esa atmósfera de misterio que, sin embargo, sí fue bien expuesta por la orquesta. En el quinto irrumpe el coro de niños –impecable el aplomo de los pequeños cantores de la Comunidad de Madrid-  y el femenino, que bien empastados, ofrecieron ese necesario tono celestial en ese pasaje nuevamente procedente de “Des Knaben Wunderhorn” (La trompa maravillosa del muchacho) que expresa la alegría de los ángeles por la absolución de los pecados de San Pedro y el arrepentimiento de este. Muy bien delineada y con una musicalidad impecable, la intervención de Kulman en este pasaje. Siempre a más, la sinfonía culminó con el bellísimo y grandioso sexto movimiento, un canto al amor de fondo espiritual, místico, y con reminiscencias Wagnerianas (Parsifal), que culminó en un intensísimo clímax conclusivo bien construido por la batuta, apenas emborronado por una descoordinación final de los timbales. Ovaciones y Bravos! del público saludaron este espléndido remate del concierto.

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