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Crítica: David Afkham y Daniil Trifonov con la Orquesta y Coro Nacionales de España

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Autor: Raúl Chamorro Mena
23 de febrero de 2021

Belleza eterna

Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 20-II-2021. Auditorio Nacional. Ciclo Orquesta y Coro Nacionales de España. Canción del destino, op. 54 (Johannes Brahms). Nänie, op. 82 (Johannes Brahms). Concierto para piano núm. 1, op. 15 (Ludwig van Beethoven). Daniil Trifonov, piano. Coro y Orquesta Nacionales de España. Director: David Afkham.

   «Incluso la belleza debe morir» es el primer verso del texto de Friedrich Schiller sobre el que Johannes Brahms compuso Nänie, un canto fúnebre en memoria de su amigo fallecido, el pintor Anselm Feuerbach. Al igual que Canción del destino, la obra que abrió el concierto, estamos ante dos composiciones para coro y orquesta que constituyen una especie de oda a la belleza y nos traen a la mente inmediatamente el sublime Requiem alemán del genial músico nacido en Hamburgo. Orquesta y Coro nacionales parecieron contradecir el contenido del verso al defender la inmortal belleza de estas piezas con una interpretación refinada y de impecable impronta musical. El coro dirigido por Miguel Angel García Cañamero y formado por 50 miembros ataviados con mascarilla adoptó la habitual ubicación en tiempos de pandemia, con la que rodea prácticamente toda la orquesta hasta la mitad del primer anfiteatro para asegurar la separación entre sus efectivos. De tal forma, el sonido envolvente contribuye a resaltar el tono elevado de esta música no exento de matiz dramático. En Canción del destino, después de una entrada del coro en forma «celestial» se produce una transición dramática que fue bien subrayada por coro y la orquesta bajo la batuta de su titular David Afkham, que en una exposición siempre clara y elegante, logró plasmar esa fusión entre voz y orquesta que piden estas obras como resalta Luis Suñén en sus notas del programa. La magnífica coda orquestal que coronó la canción del destino fue buena muestra de la pulcra y cuidada ejecución de orquesta y batuta.


   Aunque se compuso después que el concierto número dos, el catalogado como Op. 15 se publicó antes, por lo que ha pasado a la posteridad como el primero de los cinco conciertos para piano fruto del estro de Ludwig van Beethoven. Estamos ante una obra, que estrenó el propio autor, todo un virtuoso del teclado, del período del genio que, por supuesto, bebe del clasicismo maduro, encarnado principalmente por Mozart y Haydn. De todas formas, la personalidad del genio de Bonn ya aparece aquí y allá con la audacia de las armonías, los acentos y ese pálpito de energía y temperamento que se manifiesta, si bien aún latente.

   La intérprete inicialmente prevista para este concierto número uno, la japonesa Mitsuko Uchida, no pudo comparecer debido a las restricciones de la pandemia, por lo que fue sustituida por, ¡cómo no! un ruso, pues parecen ser los más «lanzados» y «valientes» en estos tiempos invadidos por el Covid. El prestigioso Daniil Trifonov apareció esta vez concentradísimo y, después de la larga introducción orquestal, con una delicada digitación afrontó el primer movimiento mediante un sonido no especialmente voluminoso, pero suficiente, además de pulido, limpio y bien calibrado, que sostuvo un fraseo sutil, esmerado y flexible, si se quiere no especialmente contrastado y carente de una mayor hondura y variedad de colores. En las mismas coordenadas discurrió el Largo en el que Trifonov expuso hermosamente la melodía principal y demás subtemas en que se desarrolla la pieza, además de resaltar apropiadamente el diálogo con el clarinete, que prácticamente, se convierte en solista en este movimiento y alcanzó una notable prestación a cargo de Enrique Pérez Piquer. En el Rondò apareció el Trifonov extrovertido, inquieto y arrebatado, su sólida técnica, propia de la gran tradición de la escuela rusa, tomó el mando absoluto y surgieron vertiginosas las cascadas de notas y el intenso pulso rítmico en esa pugna con la orquesta que Beethoven plantea en este tercer capìtulo del concierto. Afkham no se limitó a colaborar con el solista, ya que asumió el importante papel de la orquesta con buen pulso y sonido cuidado y con músculo, a pesar de la separación y reducción de músicos. El que suscribe recuerda el concierto número uno de Beethoven que ofreció antes de «acabarse el Mundo» en Ibermúsica la Filarmónica de San Petersburgo con ¡10 contrabajos!. Esta vez, fueron sólo 3 y 5 violonchelos, pero aún así la cuerda grave se hizo oir dentro del buen tono general de la orquesta.


   Trifonov premió las ovaciones del público con una propina, una bella interpretación de la transcripción para piano de Jesu, joy of man’s desiring de Johann Sebastian Bach.

Foto: Dario Acosta

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