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Crítica: La Filarmónica de Viena triunfa con 'Der Rosenkavalier'

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Autor: Javier del Olivo
31 de agosto de 2015
©Monika Rittershaus


EL CABALLERO
DE LA FILARMÓNICA

Por Javier del Olivo
Salzburgo. 26/08/2015. Festival de Salzburgo. Strauss: Der Rosenkavalier. Sophie Koch (Octavian), Krassimira Stoyanova (Feldmarschallin), Günter Groissböck (Ochs), Golda Schultz (Sophie), Adrian Eröd (Faninal). Dirección musical: Franz Welser-Möst. Dirección de escena: Harry Kupfer.

   El Festival de Salzburgo reponía, con cuatro representaciones, la producción de Der Rosenkavalier estrenada el año pasado. La obra maestra de Richard Strauss es un clásico dentro del festival, siendo, después de la trilogía mozartiana de Da Ponte, de las óperas más representadas. Poco hay que decir de la belleza de Der Rosenkavalier, el cambio de estilo que supuso en la trayectoria de Strauss es mucho más relativo de lo que se cree, y el sonido de Salome o Elektra sigue ahí, aunque proyectado de una manera muy diferente, pero igualmente subyugante. Hugo von Hoffmannsthal vuelve a ser el libretista de Strauss y vuelve a crear, también, una obra llena de diálogos que resumen la vida, un fresco de personajes perfectamente caracterizados, llenos de matices, y a los que el devenir de la historia contada cambiará sin remedio.

   Sophie Koch sigue siendo un Octavian de referencia. Aunque los años no han pasado en balde, y algún agudo suena más desabrido, más metálico, su actuación sigue siendo maravillosa. Conoce el personaje a la perfección, y su Conde Rofrano es el apasionado joven que el libreto demanda y la música refleja. Fue la voz femenina que mejor traspasó la barrera orquestal straussiana, y su bello timbre, la facilidad de emisión, la elegancia de su canto siguen siendo admirables.

   Aunque no sale la última a saludar, La Mariscala es el personaje clave de la obra. Es la mujer enamorada que se da cuenta del inexorable paso del tiempo, reaccionando con enfado y desasosiego, pero que después acepta con elegancia y dignidad la realidad de la madurez. Krassimira Stoyanova encarnó a esta mujer tan especial de una manera serena y clásica. Desde el principio dibujó una Marie Theres que mantiene las distancias, como si lo que verbaliza en su monólogo del final del primer acto ya lo pensara desde antes de comenzar la acción. Se adapta perfectamente a su papel, que canta con una facilidad que esconde las dificultades de la partitura. Brillantísima en el trío del tercer acto, su voz, de muy bello color, destacó en todo momento, aunque le faltó el empuje necesario para dejarse oír en ciertos pasajes. Es una buena, una excelente Mariscala, pero le falta ese punto arrebatador que el aficionado espera en este rol.

   Es un placer ver a un Ochs que no raye en la estulticia, y el creado por Günther Groissböck fue perfecto. No deja de ser un personaje esperpéntico y bufonesco, pero también se nota que no es estúpido, que sabe muy bien lo que quiere y que va a por ello, y que al final se da perfecta cuenta del juego que mueve la trama. Vocalmente estuvo impecable, aunque en la zona más grave tuvo algún momento menos brillante. Se le oyó sin dificultad en todo el teatro, y su vals "Ohne mich…", emocionó.

   La joven sudafricana Golda Schultz presentó una Sophie con voz menos cristalina, más robusta de lo que estamos acostumbrados, sin que este comentario vaya en menoscabo de su excelente trabajo. Pero sí que se echó de menos un punto más de contraste vocal con sus compañeras, sobre todo en el tercer acto. Aún así, su canto fue rico en matices y con una excelente proyección. Tanto en la ceremonia de la entrega de la rosa como en el trío y dúo finales estuvo realmente brillante, perfectamente empastada con Octavian y la Mariscala, y haciendo justicia a estos pasajes que son de lo mejor que escribiera el maestro muniqués. Esa robustez vocal también la transmitió en escena, dibujando una Sophie nada tímida, siempre decidida y con carácter.

   Del extenso grupo de comprimarios destaca el Faninal de Adrian Eröd, con gran presencia vocal, la Annina de Wiebke Lehmkuhl y el Comisario de policía de Tobias Kehrer, que demostró ser un excelente cantante. Gorka Gorrotxategi fue un tenor que no destacó en su aria italiana, por otro lado nada fácil. Su voz sonó un poco engolada, y resolvió los agudos con soltura pero con cierta tosquedad. Más flojo el Valzacchi de Rudolph Schasching, y correcta el Ama de Silvana Dussmann. Bien el Wiener Staatsoperchor.

   La Filarmónica de Viena fue la verdadera protagonista de la representación. El llamado “sonido vienés” de la partitura sonó con una perfección absoluta en manos de estos reputados maestros. Todas las familias orquestales estuvieron a muy alto nivel, pero destacaríamos unas cuerdas en estado de gracia, con un primer violín magistral en el bellísimo final del primer acto. Claro que una orquesta no rinde a esos niveles si no tiene una batuta de categoría que la dirija. Franz Welser-Möst fue hasta hace tiempo director musical de la ópera estatal de Viena, y lo sigue siendo de una de las grandes orquestas americanas, la de Cleveland. Es un maestro solvente que no tuvo dificultades en interpretar con todo lujo de detalles esta partitura. Optó desde el preludio por tempi vivos que sólo se aminoraron en las partes más líricas. Esa viveza en los tiempos le restó a la música ese punto decadente que a menudo se asocia a la obra, pero también algo de la elegancia que le aporta. De todas formas, en la prueba de fuego para la dirección que es el vals final del segundo acto, mostró pulso y belleza. Sólo en contadas ocasiones llevó a la orquesta a unos forti que dificultaron la buena escucha de los cantantes. En fin, una dirección muy bien llevada y muy aplaudida por el público salzburgués, que supo reconocer en la orquesta a la verdadera estrella de la representación.

   Harry Kupfer presenta una dirección de escena que se basa, sobre todo, en una perfecta dirección de actores, aunque se pudiera a veces creer que el caos se apoderaba de la acción en los números corales, sobre todo en el tercer acto. Con una escenografía muy básica que firma Hans Schavernoch, con pocos elementos que, junto al vestuario de Yan Tax, sitúa la acción a principios del siglo XX (época de estreno de la obra), Kupfer resuelve perfectamente su tarea, que también se ve apoyada por unas excelentes proyecciones que cubren todo el fondo del escenario y que nos sitúan tanto física como emocionalmente en la acción. Los cantantes respondieron a la perfección a este trabajo escénico, y la historia fue contada a un ritmo vivaz y entretenido. Una dirección que se puede tildar de clásica, pero cuyos resultados son de gran belleza, y que nunca desvincula de lo que se escucha.

Fotografía: Monika Rittershaus

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