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Crítica: «Der Zwerg» [«El enano»] de Alexander von Zemlinsky en la Deutsche Oper de Berlín

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Autor: Paula Villanueva
18 de abril de 2019

Zemlinsky resurge de la mano de Runnicles y Kratzer

Por Pedro J. Lapeña Rey
Berlin. Deutsche Oper  12-IV-2019. Der Zwerg-El enano (Alexander von Zemlinsky/Georg C. Klaren). David Butt Philip (El enano), Mick Morris Mehnert (El enano actor), Elena Tsallagova (Donna Clara), Emily Magee (Ghita), Philipp Jekal (Don Estoban). Orquesta y coro de la Deutsch Oper Berlin. Dirección Musical: Donald Runnicles. Dirección de escena: Tobias Kratzer.

   Entre las múltiples personalidades fascinantes que poblaron la ciudad de Viena en los albores del cambio del S.XIX al S.XX, una de las mas destacadas fue sin duda Alexander von Zemlinsky. Excelente músico y gran director de orquesta, fue entre otras cosas profesor y novio de Alma Schindler, con quien rompió posteriormente debido a las presiones de la familia de ésta. En su azarosa vida, Zemlinsky compuso ocho óperas de las que solo seis se estrenaron en vida. La reacción del público fue de todo tipo. Tuvo estrenos con éxito y obras que pasaron sin pena ni gloria. Como su madre era judía, la llegada de los nazis al poder implicó que su música fuera encuadrada en la denominada «Entartete musik-música degenerada» y sus obras desaparecieran de la escena.

   A partir de los años 80 del siglo pasado, varios teatros alemanes empezaron una breve renaissance, programando varias de sus óperas. Desde entonces, tres de ellas –Una tragedia florentina, El enano y El rey Kandaules – han tenido una vida más o menos estable en teatros austriacos y alemanes. La Deutsche Oper de Berlín también participó en esta renaissance y en 2008 y 2009, pudimos ver en sus tablas Der Traumgörge-El viaje de Jorge en una controvertida producción de Joachim Schloemer dirigida musicalmente por Jacques Lacombe.


   En esta ocasión, el estreno ha sido de El enano, la sexta de sus óperas. Está basada en la obra homónima de Oscar Wilde El cumpleaños de la infanta, una de las cuatro historias recopiladas en el libro de cuentos Una casa de granadas - A House of Pomegranates. La historia, la enésima versión de La bella y la bestia, narra la celebración del decimoctavo cumpleaños de Donna Clara, infanta de España. Entre los múltiples regalos que recibe, destaca el que le hace el Sultán turco: un enano deforme y feo que canta y baila, con el que la infanta disfruta muchísimo. Tanto, que quiere que actúe solo para él. El enano piensa erróneamente que ella se ha enamorado de él. Cuando la infanta se da cuenta, ordena a Ghita, su doncella favorita que le lleve ante un espejo, para que se dé cuenta de su realidad. El enano, al verse reflejado, comprende que la infanta no puede amar a alguien tan feo y desagradable, y que solo le utiliza para divertirse con él. Ante eso, al enano le da un ataque al corazón y muere de amor. Cuando la infanta le ve desplomado en el suelo, le ordena que se levante y baile para ella. Guita se da cuenta de lo ocurrido y comunica a la infanta que no podrá ser porque al enano se le ha roto el corazón. Esta ordena que a partir de ese momento no entre en palacio nadie con corazón. Cuando Zemlinsky conoce el cuento de Oscar Wilde, se ve reflejado en él. Su viejo noviazgo con Alma Schindler, a estas alturas ya viuda de Gustav Mahler y a punto de divorciarse de Walter Gropius, le vuelve a atormentar y decide componer la ópera.

   Estrenada con éxito en Colonia en 1922 bajo la batuta de Otto Klemperer, la obra se representó en varias ciudades alemanas. Su corta duración, en torno a una hora y cuarto, le hace ser pareja ideal de otra de sus óperas cortas, Una tragedia florentina. En 2004, Andreas Homoki hizo una preciosa producción en la Komischen Oper de Berlin, muy simbólica y colorida, perfecta para conocer la obra. Años después, Inmo Karaman realizó otra producción aún más tradicional para la Deutsche Oper am Rhein de Dusseldorf, de gran belleza y plasticidad que agotó las entradas en casi todas las funciones.

   En esta ocasión no fue así. No hubo dos obras. Parece que en su día sí iba a haber una segunda, pero por diversos problemas se tuvo que cancelar. La Deustche Oper aprovechó para exprimir la idea de la relación Zemlinky-Alma mediante la interpretación escenificada a la manera de un prólogo de la obra de Arnold Schoenberg Begleitmusik zu einer Lichtspielszeneacompañamiento a una escena de película, op. 34. En él, la soprano Adelle Eslinger-Runnicles y el pianista Evgeny Nikiforov interpretan una especie de pantomima con las clases de piano que Zemlinsky dio a la futura esposa de Gustav Mahler. Sin un solo momento para respirar, entramos de lleno a la ópera de Zemlinsky.


   La producción de Tobias Kratzer moderniza la obra desde el respeto. Nos la actualiza con una producción bellísima, donde predomina el blanco y negro. El escenógrafo Rainer Sellmaier crea un gran espacio blanco abierto que simula la habitación del palacio dónde hay nueve columnas con una escultura encima de cada una de ellas, y un piso superior a la manera de un anfiteatro. La fiesta de la infanta, más que una puesta de largo, se convierte en la fiesta de una adolescente tipo Paris Hilton con sus jóvenes amigas, todas ellas bastante alocadas, con coloridos vestidos ajustados y con sus teléfonos móviles dispuestos a sacar una foto tras otra para colgarlas en Instagram.

  Lo más impactante es la separación de la figura del enano en dos, por un lado un enano de verdad interpretado por el actor Nick Morris Mehnert y por otro el tenor David Butt Philip, ambos vestidos de riguroso frac con pajarita blanca. El tenor inglés, con una voz un tanto impersonal, y un tamaño no muy potente, nos impresiona aquí mucho mas que en sus recientes visitas al Teatro Real como Roberto Deveraux de Gloriana o Froh de El oro del Rhin. Con una solvencia y una capacidad de proyección que no nos demostró en Madrid, en esta ocasión su voz lució plena y redonda, sobrepasó sin problemas la densa orquestación, haciendo una versión creíble y verosímil. Estremecedora y de una riqueza plástica arrebatadora la escena del espejo, cuando Ghita, la doncella de la infanta le lleva hasta allí, y él, poco a poco se va dando cuenta de su aspecto. Tobias Kratzer sitúa a los Sres. Mehnert y Philip a ambos lados del espejo, consiguiendo un cuadro de gran fuerza dramática, donde la tensión crece por momentos, la voz del Sr. Butt nos conmueve y finalmente, en un último arrebato, termina arrojando al suelo las nueve esculturas antes de desplomarse sin vida.

   La soprano rusa Elena Tsallagova bordó el papel de Donna Clara. Si en el pasado la hemos visto como una estupenda Melisande en la Opera de Paris o una impresionante Bystrouška en la producción de Robert Carsen de La zorrita astuta de Leos Janacek en la Opera de Lille, aquí raya al mismo nivel. La voz no es grande pero tiene un timbre muy atractivo y la maneja con gran soltura. Sin duda, su trabajo en el pasado con el inolvidable Alberto Zedda le ha ayudado mucho en este sentido. Pero lo que impresiona de ella es como se mete en el personaje, como se implica en él, alcanzando unas cotas de expresividad que te ponen los pelos de punta. En papeles como éste es donde da lo mejor de sí misma.

   A gran nivel también la Guita de Emily Magee, con su voz de soprano lirica ancha, que tras un inicio titubeante se guardó lo mejor de su canto para la parte final donde con una fuerza y una emotividad exultantes nos hace partícipes de su desazón y enfado por el juego que la infanta se trae con el enano. Al terminar su plegaria final en la que casi se desgarra de dolor por la muerte del enano, Don Estoban entra en escena con una escultura de Zemlinsky y la coloca en la peana central. Con el acorde final, la figura del compositor vienés resurge en un gran contraste final en blanco y negro de gran belleza.

   El armazón de todo el conjunto estuvo en manos de Donald Runnicles, que abusó un poco de exceso de decibelios en la primera parte de la obra, pero ya en la parte lírica previa al dúo de Donna Clara y el enano, se relajó y extrajo toda la pátina de colores necesaria para dar lustre a una orquestación densa, bella y exuberante. Fue magistral el acompañamiento a la escena del espejo donde primero fue regulando y luego incrementando el pulso dramático, que llevó en volandas al Sr. Philip. La orquesta de la Deustsche Oper estuvo a la altura, con unas cuerdas de alto rendimiento, cómodas en este tipo de repertorio. Salvo un par de pequeños deslices al comienzo de la obra, maderas y metales también estuvieron a un gran nivel.

   El éxito fue tremendo, más de 8 minutos de aplausos, y 3 salidas a saludar de todo el elenco con todo el patio de butacas puesto en pie. Con ello se demostró que El enano es una obra de tensión recogida, que va ganando en intensidad según avanza y que toca las fibras sensibles del público. Interpretada en solitario se destacan sus virtudes y se disfruta mucho más de ella, dejando de estar a la sombra de Una tragedia florentina, que con su triángulo amoroso que bebe claramente de fuentes veristas, es una ópera de impacto más directo.

Foto: Monika Rittershaus

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