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CRÍTICA: 'DIDO Y AENEAS' DE PURCELL EN EL TEATRO REAL DE MADRID, BAJO LA DIRECCIÓN MUSICAL DE TEODOR CURRENTZIS. Por Raúl Chamorro Mena

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Autor: Raúl Chamorro Mena
21 de noviembre de 2013
Foto: Javier del Real
KERMES Y EL NUEVO BARROCO

Dido and Aeneas (Henry Purcell) Madrid, Teatro Real, 18-11-2013. Simone Kermes (Dido), Dmitris Tiliakos (Aeneas), Núria Rial (Belinda), Marie MacLaughlin (La Hechicera),  Nadine Koutcher (Primera Bruja), Olga Malgina (Segunda Bruja). Coro y Orquesta de la Opera de Perm (MusicAeterna). Director: Teodor Currentzis. Versión concierto.

   Notable interpretación concertística la que ofrecieron las huestes de la Opera de Perm (MusicAeterna) de esta magnífica ópera, única inglesa reseñable y con presencia en el repertorio hasta la llegada de Benjamin Britten en pleno siglo XX. El Teatro Real contó con la presencia en el papel protagonista, la Reina Didon, de una de las estrellas del barroco actual, Simone Kermes, soprano un tanto peculiar, incluso con rasgos pintorescos y que ha abordado también otros repertorios con temeridad y de manera muy personal. En ella encontramos un prototipo de las características vocales propias de la praxis interpretativa barroca ya totalmente consolidada en la actualidad. Una praxis que contradice los principios esenciales de la escuela clásica de canto, la técnica verdadera, la cual, en opinión del que firma estas líneas, debería aplicarse en sus valores fundamentales, a cualquier repertorio que se aborde. Efectivamente, Kermes emite un sonido sin plenitud, sin vibrato, caído de posición, sin mordiente, obviando totalmente el pasaje de registro, sin una mínima homogeneidad tímbrica y fusión de registros. El grave, inexistente, se resuelve de una manera extraña por decirlo finamente, el agudo sin asomo de resolución canónica del paso, carece de impostación, de apoyo, de cobertura, de metal. El centro resulta algo más timbrado, aunque gutural y lejos de resultar bello y aterciopelado. Ciertamente, la testitura de Dido no reclama el registro agudo y la soprano alemana es capaz de cantar mórbido en la franja central. Si aceptamos todo esto y que estos modos se han consolidado, parece que definitiva y desgraciadamente, en la interpretación barroca, hay que resaltar que Kermes tiene personalidad, cierto magnetismo y busca siempre los acentos, la expresividad, así como el contraste en su fraseo y crear clímax, aún con alguna exageración como el arrastre de la ch en "I fear, I pity his too much" del primer acto. Todas sus intervenciones, incluido el magnífico y conmovedor lamento final "When I am laid in earth", con la complicidad de la batuta de Currentzis, tuvieron intensidad y emoción.  Mucho más pura y ortodoxa la emisión de Núria Rial, de voz liviana, desguarnecida y suficiente para este repertorio, pero carina, musicalísima, con mucho encanto en una Belinda muy bien cantada, con mucha naturalidad, apoyada en un fraseo refinadísimo y exquisito.
   Dmitris Tiliakos demostró como en su pasado Macbeth del Real, que es un gran fraseggiatore. A diferencia de la obra verdiana, en su Eneas no le penalizan las limitaciones tímbricas de su instrumento vocal y brillaron su capacidad para encontrar el acento justo y frasear siempre con elegancia, variedad e incisividad. Pocas veces se ha podido escuchar un Eneas que haya aprovechado tan bien y dado tanto relieve a sus cortas intervenciones. Si ya es inadecuada de partida la voz de Marie MacLaughlin para el papel de la Hechicera por falta de graves, escasa consistencia y sombreado, no digamos si, además, se encuentra tan desgastada como se pudo escuchar sobres las tablas del Teatro Real. Buena y solvente la intervención de las dos brujas. Fabuloso el coro, empastado y flexible, que mostró un deslumbrante rango dinámico con una exhibición de canto piano que dejó sin respiración.
   Teodor Currentzis volvió a demostrar su tendencia a la extravagancia e histrionismo con sus gestos aparatosos y constantes zapateados sobre el podio para marcar el ritmo. Ni es elegante, ni obtuvo un sonido especialmente refinado de la orquesta, que sonó cumplidora, pero no excelsa. Sin embargo, la audacia de sus contrastes dinámicos y de algunos reguladores, la capacidad para crear tensiones y atmósferas, la variedad, las aristas de una interpretación situada siempre en las antípodas de lo plano, de lo anodino, sellaron el indudable interés de su trabajo.
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