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Crítica: 'Die Soldaten' vuelve a sobrecoger en Múnich

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Autor: Alejandro Martínez
10 de noviembre de 2014

DEMOLEDOR Y MEMORABLE

Por Alejandro Martínez

02/11/2014 Múnich: Bayerische Staatsoper. Zimmermann: Die Soldaten. Barbara Hanningan, Daniel Brenna, Michael Nagy, Okka von der Damerau, Hanna Schwarz, Nicola Beller Carbone y otros. Kirill Petrenko, dir. musical. Andreas Kriegenburg dir. de escena

   Rara vez se asiste por segunda vez a ver una misma producción. Tal fue sin embargo el impacto que nos causó contemplar estos Die Soldaten en Múnich el pasado mes de mayo , que no dudamos en volver a Múnich para asistir a su reposición. Estamos sin la menor duda ante una de las partituras capitales del pasado siglo XX. Y al mismo tiempo, sin embargo, la partitura trasciende las fronteras de ese fatídico siglo en el que los derechos humanos se vieron tan reconocidos como pisoteados, siendo de hecho un gran memorial sobre occidente y el perverso relato de una modernidad bienintencionada. La partitura de Zimmermann constituye así un fresco histórico de indudable valía. Es una instantánea intemporal, un gran retrato de la desolación de occidente, un autorretrato de la modernidad y su perversa relación con la barbarie. La violencia, el militarismo, la amoralidad y toda la panoplia de elementos que han abonado la autodestrucción del género humano durante los últimos siglos desfilan uno tras otro por esta partitura, que tanta vecindad guarda con otras obras de semejante aspiración, como El gran macabro de Ligeti. La obra de Zimmerman, por otro lado, tiene una rara virtud: te hiere despacio, te hunde lentamente y te aniquila como espectador al cabo de sus poco más de dos horas de duración. Consigue el compositor, aquí tan bien reforzado por el trabajo de Petrenko y Kriegenburg, que su música tenga sobre el oyente el mismo efecto que lo que el libreto nos narra.

   La citada producción de Kriegenburg, que ya glosamos elogiosamente en su día, tiene una virtud narrativa innegable, y es que permite seguir el relato del libreto sin mayor dificultad, lo que ya debiera ser suficiente mérito para cualquier producción que se enfrente a la honda complejidad de esta obra. Asimismo, Kriegenburg plantea en todo momento una dirección de escena perfectamente acompasada con el desarrollo de la música, sabedor de que ésta marca un ritmo indefectible al que sólo cabe sumarse. La espléndida iluminación de Stefan Bolliger es un elemento fundamental a la hora de dar continuidad a ese planteamiento. Por otro lado el retrato de cada uno de los personajes que plantea Kriegenburg es portentoso, aupado aún más si cabe por el espléndido figurinismo de Andrea Schraad. De entre todos los solistas destaca por méritos propios la encarnación de Marie por Barbara Hannigan Cabe hablar en su caso de una actuación memorable. Como ya dijéramos en mayo, no sólo es Hannigan una cantante con unas dotes musicales intachables, sino que sabe actuar además con todo su cuerpo, para sacar el máximo partido a su expresividad en el escenario, haciendo con ello que su timbre, delgado y escueto, comunique hasta lo inefable. Es imposible no terminar la función sintiendo una mezcla hiriente de sensaciones en torno al personaje de Marie y con el angustioso recuerdo de su jadeo fatigoso con la sala a oscuras, en los últimos minutos de la representación.

   Probablemente sea ese tramo final de la función lo más sobrecogedor de todo el espectáculo, con una secuencia en la que la mezcla de sonidos amplificados va in crescendo hasta convertirse en un martilleo ensordecedor, que culmina en un silencio seco e imprevisto, al que sigue un grito escalofriante, verdaderamente horrible, de la multitud que inunda la escena. Después sólo queda una inmensa y desesperante oscuridad que se prolonga durante unos cuantos segundos, interminables y angustiosos, con la sala enmudecida y el jadeo de Marie como único sonido audible. Estremecedor, se vea una o mil veces.

   Como en su estreno en Munich el pasado mayo, para esta reposición se ha vuelto a contar con el titular Kirill Petrenko. Y sin duda buena parte del mérito de estas funciones recae sobre su batuta, de una ambición colosal y con unos resultados abrumadores. Con esa densidad transparente tan propia de su enfoque, seco, intelectual y esquemático, consigue sin embargo llegar a la médula de la música que se trae entre manos, sin necesidad de almibarar su gesto ni precipitarse en grandilocuencias improductivas. Su trabajo con esta obra es simplemente demoledor.

Fotos: Wilfried Hösl

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