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Crítica / Audio: Recital de Dmytro Choni en el Auditorio Nacional para la Escuela Superior de Música Reina Sofía

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Autor: Francisco Zea Vaquero
20 de enero de 2020

ESTA CRÍTICA TAMBIÉN ESTÁ DISPONIBLE EN FORMATO AUDIO EN EL SIGUIENTE ARCHIVO

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El saber y la pasión

Por Francisco Zea Vaquero
Madrid. 16-I-2020. Auditorio Nacional de Música (sala de Cámara). Brahms: Dos Rapsodias op. 79. Schumann: Gesänge der Frühe op. 133. Liszt: Años de peregrinaje II: Italia. S.161: VII: Après une lectura du Dante. (Fantasía quasi sonata). Rajmáninov: 6 Romances op. 38. III. Daisies, 12 Romances op. 21. V. Lilacs, Momentos musicales op. 16, IV Presto. Sonata num. 2. Op. 36.  Dmytro Choni (Piano).

   Esta sesión pianística, enmarcada en el ciclo de la Fundación Albéniz «La Generación ascendente», correspondió con uno de los conciertos de los que consta la gira, entre otros premios y reconocimientos, del vencedor del XIX Concurso internacional de Piano de Santander «Paloma O´Shea». Dmytro Choni, ucraniano de 27 años, digámoslo ya sin rodeos, hace honor a la corona que ciñe dando un recital excepcional y brillante.


   Este joven músico todavía sigue estudiando entre su país y Austria, y no debería extrañarnos, pues la carrera que le espera puede durar casi toda su vida. Es lógico prepararse a conciencia aun habiendo ya tocado el laurel. Se ha dedicado a probarse en muchos concursos entre los que ha ganado ya varios muy importantes, hasta su reciente gran éxito en Santander. Aun más importante es su actual actividad concertística, que se ha ganado a pulso y que, sin embargo, todavía no le ha  llevado a meterse en grabaciones, ni en tratos con casa discográficas. Choni tiene claras sus prioridades. Primero la música y la formación del músico e intérprete. Los discos ya vendrán.

   Este ucraniano marca una tendencia al estilo del siglo XX; es un pianista prematuramente sabio por su forma de programar, y apasionado por su evidente juventud y estilo que aplica a la obras que toca e interpreta. Esto último, es especialmente importante porque se trata del momento en que un joven músico se convierte por criterio, voluntad y conocimiento en un maestro que interpreta las obras que ejecuta, produciendo el realce y, en ocasiones, la sublimación de las mismas.


   En un programa Romántico bien equilibrado, en el que mostró toda la gama de estilos del siglo del piano, se nos presenta con Brahms como un exquisito fraseador, con buenas ideas sobre tensiones y acentuación en unas obras, las 2 rapsodias Op. 79, difíciles de interpretar por su intensidad, y libertades, pero evidente contención, frente a otras de sus obras más efusivas y juveniles. Preservó la estructura con transparencia, y estuvo suficientemente retenido en el tempo para facilitar que saliese toda la música que estos dos episodios magistrales llevan dentro. En tan breve espacio de tiempo, y en frío, fue capaz de marcar perfectamente la separación entre el carácter más sobrio, bello y pianístico de la primera y el taciturno y solitario de la segunda, la de Sol menor. Este el primer Brahms final, muy difícil de calibrar, apropiado para pianistas maduros, aunque todavía con importante exigencia técnica.

   La misteriosa y poco tocada Gesänge der frühe Op. 133 (cantos del alba) de Robert Schumann, fue una pura bendición para quienes no la habíamos podido oír nunca en concierto. Tenemos una suite de 5 piezas casi ligadas, con los lentos encabezando y para terminar, con toda esa emoción que tiene este piano para pianistas: imposible resistirse. Siempre se repasa como un remoquete que Schumann en sus años finales de locura ya no estaba en buenas condiciones creativas, cómo un desdoro a su producción final. Pero gracias a la audacia programadora de Choni podemos atrevernos a decir que el compositor fue un milagro de inspiración sonora hasta el fin de sus días, y en el piano, genio único e incomparable. Todo lo que compuso fue su propia respiración y pálpito cómo ser humano, su propio ser, y cómo suele decirse, su vida. Nuestro protagonista sirvió a Schumann, sin arrastrar ni exagerar en el tempo, siempre limpio, pero sin perder arrebato romántico. Buscó y encontró las transiciones y los significados ocultos que estas breves obras siempre esconden. Cómo digo, el ucraniano hizo justicia y presentó estas piezas para que pudiesen (¿por qué no?) ser lo mejor del programa. Digo esto, que parece algo descabellado si miramos el resto de música programada, porque su forma de trabajar las obras hace evita las subordinaciones, u obras de calentamiento, aunque aparezcan después las cimas maestras más virtuosas que, por fuerza, se llevan «el gato al agua». De esta manera, busca el máximo en cada compás para que cada instante pueda ser el mejor del recital. A parte de su técnica, de la que hablaremos a continuación, lo que más llama la atención es su conocimiento y preparación de los materiales para poder interpretarlos con tranquilidad y soltura.

   Llegados a este punto comenzó el fuego de verdad con un momento de fuste verdadero, la Fantasía quasi Sonata «Tras una lectura de Dante», página delirante y prodigiosa perteneciente a la culminación del 2º año de peregrinaje, pero que habitualmente se presenta de forma independiente con vida propia. Hasta tres temas de muy diverso carácter, e infinidad de recursos técnicos de todas las clases pide Liszt para esta obra maestra. Lo que se presentó estuvo a la altura, mostrándose una ambiciosa elección de tempo, amplia y reposada, que le obligaba a graduar el arco dinámico para no saturar la delicada y estrecha dinámica de esta sala; pero al mismo tiempo, no podía dejar de marcar los muchos matices existentes en esta partitura de verdadera competición contra los límites de uno mismo, por ejemplo; los poco a poco que están por doquier, o la obligación de culminar los fortissimos y sus relativos pianissimos. Una buena independencia de manos le ayudo a mantener en todo momento la transparencia en las mayores amalgamas sonoras lisztianas, o en las bestiales escalas descendentes en stacatto, climax de las alucinaciones poéticas y sonoras. No faltaron la inapelable declamación en el Maestoso inicial, la intimidad musicalísima del segundo tema lamentoso, que entonó casi cómo balada, y, por supuesto, las muchas voces mixtas e infinita poesía empleadas en el desarrollo general de esta genialidad pianística.

   La segunda parte se presentaba difícil de igualar, pero con Rachmaninov, compositor de casa, se sabía que el fascinante nivel visto hasta ahora iba a durar. Sí, efectivamente, donde otros sufren y penan con aspaviento se mostró como pez en el agua; ya había cumplido su tour de force, ahora venía el lucimiento. Un querido amigo y cronista de Codalario siempre me dice «Rachmaninov lo toca, no quien quiere, sino quien puede», y desde luego que su frase nos ilustra perfectamente la segunda parte.


   Comenzó con Romanzas florales (Lilas y Margaritas) de las más queridas y con un momento musical en presto, pero el clima ya era otro, el de un virtuoso pianista de medios incomparables recreado por otro excepcional. Se luce pronto al empezar con rotundidad armónica y el adorno fácil, natural y delicioso. Abrumadora fue la transparencia, e insultante la soltura melódica en el presto, que nos preparaba para la sonata. Comenzó con la misma como quien se encuentra con un viejo amigo, sin preámbulos y a trabajar la temática. Expresó lo ecléctico y elegiaco del segundo tema, y lo nostálgico y taciturno del primero con belleza absoluta y entrega sin reservas. Buen narrador en lo rapsódico del desarrollo de este primer movimiento, y atento siempre a los cambios de tempo, haciéndolo todo hermoso y en estilo. En el desolado Lento estuvo moderado y juvenil, según su condición. Pero al fin, todo era Rachmaninov por los cuatro costados, y nada le paraba en su expresión poética y evocación. Y así nos llevó al clímax, de nuevo, con todo su saber para culminar la obra. Este final es una de esas cosas imposibles que compuso Don Sergio probablemente para él y cuatro superdotados de la época. En el titánico allegro molto, otra orgía de precisión y calor romántico, Choni mantuvo el nivel técnico, mostrándose poderoso e inflexible con el tempo, e impresionando a todos.


   Aunque no todo fueron rosas, se puede decir que peleo bastante con la difícil acústica ya citada, pues es obviamente su primer recital en esta sala, y no siempre consiguió, pese a ligar y filtrar todo el sonido, apagar siempre limpio. Esto es, probablemente, una nota sin importancia, un rasgo de humanidad en quien exhibió sin tacha, un dominio amplio de lo que quería conseguir en cada partitura y que herramientas aplicar. Durante toda la velada fue evidente su capacidad de graduación de las obras para hacerlas culminar con todos sus recursos sonoros, técnicos y estilísticos. El jurado no se equivocaba, no ¡Que grande Dmytro Choni!

   En la propina estuvo soberbio, a la vez que humorístico, luciendo sonido arpegiado y agilidades sin tregua. Se trataba de la Fantasía virtuosa Soirée de Vienne sobre el inefable Vals del Murciélago del legendario pianista austríaco, de origen checo, Alfred Grünfeld. Este tipo de espectáculo virtuoso de la gran tradición pianística no podía faltar en la esperada presentación. Finalizó con la primera de las dos arabescas de Debussy, tocando con una mezcla inexplicable sencillez y matices musicales bien elaborados. De nuevo humilde, lució al compositor en vez de servirse de él en algún reto técnico insensible.

   No puedo, por demás, que recomendar a los aficionados de mi ciudad que acudan a escucharle cuando se presente en primavera, acompañado por la orquesta de la Comunidad de Madrid en la sala sinfónica con su spécialitè maison: El 3er concierto de Sergey Prokofiev, el 30 de marzo. Pues ya conocemos al nuevo ucraniano del Piano: sonido grande, técnica experta y sabiduría interpretativa fueron los poderes exhibidos por el joven pretendiente a solista de reconocido prestigio internacional. ¡Señores del piano, hagan sitio en la primera fila!

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