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CRÍTICA: 'I DUE FOSCARI' EN LA ÓPERA DE ROMA, BAJO LA DIRECCIÓN DE RICCARDO MUTI. Por Raúl Chamorro Mena

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Autor: Raúl Chamorro Mena
22 de marzo de 2013
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ESENCIA VERDIANA

I Due Foscari (Verdi)  Roma, Teatro dell'Opera (Teatro Constanzi) 16-3-2013. Luca Salsi (Francesco Foscari), Tatiana Serjan (Lucrezia Contarini), Francesco Meli (Jacopo Foscari), Luca dall'Amico (Loredano), Antonello Ceron (Barbarigo). Dirección musical: Riccardo Muti. Dirección de escena: Werner Herzog. Escenografía: Maurizio Balò.


      Terminada la escena del tenor del acto primero y al iniciarse el cambio escénico, un incidente con el decorado, que chocó con el anterior, que no se retiró completamente ni encajó debidamente al fondo, provocó la desbandada del coro y la mayoría de los miembros de la orquesta. El maestro Riccardo Muti, sin embargo, permaneció impertérrito y con el mayor de los temples. Cual capitán de la nave, ordenó a los músicos que regresaran a su sitio y se dirigió al público: "Lo importante es que nadie se ha hecho daño"; y con su peculiar sentido del humor, añadió: "que esté tranquilo el tenor que no le vamos a hacer repetir su escena".
       Poco importó el parón porque, en la reanudación, el titán napolitano nos volvió a imbuir en la atmósfera de autenticidad verdiana y tensión teatral de su magistral labor en I due Foscari, magnífica ópera del Verdi temprano, de galeras o risorgimentale, estrenada precisamente en Roma (Teatro Argentina, 3 de Noviembre de 1844) que, afortunamente, se va consolidando en el repertorio. En ella, el genio de Le Roncole nos presenta la figura de un padre (habitual en su producción), que se debate entre su faceta natural como progenitor con los sentimientos propios de la misma y la que le corresponde como líder político, al personificar al Dux de la Serenissima Repubblica di Venezia. Como tal, debe hacer cumplir escrupulosamente la condena que ha recibido el único hijo que le queda con vida. Ahí radica su tremendo drama de sufrimiento e impotencia. Si bien, el auténtico protagonista y nudo causal que desencadena toda la trama es el poder. Su anhelo, junto con el de venganza, han impulsado la intriga que urde Loredano para hundir a la familia Foscari. Asimismo, la permanencia en esa cúspide del poder impide al protagonista asumir sus genuinos sentimientos como padre y no sólo el mínimo trazo de trato de favor, ni siquiera le está permitida la compasión hacia el mismo. El poder, en definitiva, personificado en ese Consejo de los Diez, que lo asume de forma total, despótica y concentrada. Dictan las leyes, también las sentencias y hacen cumplir unas y otras. No hay separación de poderes. Por ello están retratados musicalmente de manera, más que negativa, siniestra, en unos coros que fueron genialmente expuestos por Muti.

      Toda esta humanísima creación Verdiana (una más) que por ello, tiene garantizada, como toda su obra, la permanencia e inmortalidad, fue magistralmente escanciada por Riccardo Muti que es capaz como muy pocos, de aunar el énfasis, vibración, aliento e incandescencia del lenguaje y la música verdiana con su proverbial nobleza y sentido áulico. Lo fusión entre lo grandioso y lo patético. Lo elegíaco y poético, con lo flamígero y concitato. Así, los primeros acordes del preludio ya nos introdujeron de lleno en la atmósfera del drama. Lo  motivos que introducen a los tres protagonistas durante toda la obra (esa música melancólica con solo de clarinete-magnífico el solista de la orquesta - para Jacopo; el agitato de la cuerda para Lucrezia Contarini y el correspondiente al Dux, expresión del dolor del padre y la soledad del que gobierna) fueron impecablemente expuestos.
      Fiel a su credo de que, como director, no debe limitarse a acompañar a los cantantes, sino hacer música con ellos, a destacar como memorable el acompañamiento al aria de Lucrezia (el personaje más fuerte de toda la ópera) "Tu al cui sguardo omnipossente" con una sección central del andante, a la par de delicadísimo y mórbido, monumento al aliento y amplitud de la frase verdiana con la colaboración de un coro femenino en estado de gracia. Para, a continuación de ese primor, desencadenar la endiablada cabaletta "O Patrizi, tremate" con brío, fiereza y ese sentido del ritmo, tan esencial en Verdi, y en el que Muti no tiene parangón. Tatiana Serjan lució en esta escena su buena línea de canto, dominio de las regulaciones dinámicas, garra escénica y capacidad para salir airosa de la endiablada agilidad. Sin embargo, la soprano rusa fue a menos durante la función, sintiéndose cada vez más incómoda en los ascensos al agudo y llegando muy fatigada a su cabaletta del tercer acto "Più non vive! L'innocente", en la que lo pasó muy mal. Prodigioso resultó también el preludio del acto segundo previo a la escena de la cárcel con gran actuación del violoncelo y que da paso al aria del tenor "Notte perpetua notte,...Non maledirmi o prode", que después se convierte, en la perfecta sucesión dramática de este acto segundo, en dúo con la soprano y luego, terceto con el barítono y desemboca en la escena del consejo con el fabuloso concertante.
      Muti planteó la segunda estrofa del dúo de Jacopo con su esposa, con un genial y vaporoso pianissimo, que desgraciadamente, puso de manifiesto las carencias técnicas del tenor, incapaz de hacerse oir con un susurrito blanquecino, sin apoyo, ni timbre. Ejemplo de lo que es "cantar bajito" frente a lo que sería una correcta articulación en piano sobre la emisión plena o bien, a media voz.  Efectivamente, Francesco Meli, que a pesar de su juventud ya lleva unos años en carrera en la que ha pasado de manera rápida y fugaz de Mozart , Rossini y belcanto al Verdi cada vez más pesado, es otro caso desgraciadamente habitual en el panorama canoro actual. Voz de cierta belleza y calidad (más resultaría si estuviera liberada su emisión), frescura juvenil sin estudio, sin el mínimo respaldo técnico que la sostenga. La incorrecta impostación, ausencia de enmascaramiento y sostén sul fiato no le permite, ni la adecuada proyección y resolución del paso al agudo, ni modulaciones o gradaciones dinámicas, resultando un canto monocorde, aburrido con un fraseo ayuno de la mínima variedad, imaginación e incisividad.
      A continuación de un terceto en que el maestro Napolitano impartió una lección más de sentido del vibrante ritmo verdiano, llegó el asombroso concertante que pone fin al acto segundo, en el que uno no sabe que admirar más, si la perfección de los balances, el sentido de la progresión o el prodigio de clímax dramático-musical conseguido.
      Como culminación a tan grandiosa labor, un emocionantísimo acto Tercero, que culminó con una genial variación agógica (dotar de un tempo distinto a pasajes que tienen marcado el mismo en la partitura) genial, al interpretar la segunda estrofa de la exclamación del Dux antes de morir "D'un odio infernale, la vittima sono" a mucha mayor velocidad que la primera, logrando una vuelta de tuerca a la tensión final. En este acto Tercero, el protagonista, el barítono Luca Salsi estimulado por la batuta y a base de imitar a Renato Bruson, alcanzó algunas cotas expresivas, a despecho de la emisión totalmente gutural y retrasada, la pobreza del legato y las apreturas en la subidas al agudo. Como es habitual con Muti en el foso, la producción no crea ninguna dramaturgia rompedora ni filosóficos konzep y se encuadra (al igual que las anteriores de Simon Boccanegra o Attila) en lo que se suele llamar "clásica" o "realista".
     El único símbolo, tan afín a Werner Herzog, proviene de la naturaleza y es la nieve y el hielo. La escenografía de Maurizio Balò nos presenta una Venecia helada, el León de San Marcos está cubierto de nieve y hasta aparece un bloque helado en la escena del consejo. Todo ello simboliza la crudeza despótica del poder absoluto y la severidad con que se ejerce, así como la soledad y sufrimiento del hombre que gobierna. Escasa fue la dirección de actores y lo mejor que puede decirse, es que la obra pudo seguirse con naturalidad y fluidez,  sin sobresaltos, sin libro de instrucciones, ni nada que entorpeciera el discurrir de la progresión dramatica verdiana, ni el disfrute de la maravilla que surge del foso.
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