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CRÍTICA: GRUBEROVA CONVIERTE EL'ROBERTO DEVEREUX' DEL TEATRO REAL DE MADRID EN UN ÉXITO HISTÓRICO. Por Raúl Chamorro Mena

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Autor: Raúl Chamorro Mena
7 de marzo de 2013
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EL TRIUNFO DE UNA REINA

  
ROBERTO DEVEREUX, ossia Il conte di Essex. Madrid, Teatro Real 3-3-2013. Edita Gruberova (Elisabetta), José Bros (Roberto Devereux, Conte di Essex), Vladimir Stoyanov (Duca di Nottingham), Sonia Ganassi (Sara), Mikeldi Atxalandabaso (Lord Cecil), Simón Orfila (Sir Gualtiero Raleigh). Dirección Musical. Andriy Yurkevich. Versión concierto.
 

      Gran noche de ópera en el Teatro Real y especialmente memorable por varias razones. En primer lugar, por tratarse de un melodrama romántico italiano, una obra a encuadrar de modo estricto en el post belcantismo, géneros olvidados, preteridos, cuando no despreciados, por la actual dirección artística del Teatro Real. En segundo lugar por protagonizarlo una veteranísima y ya legendaria diva con 45 años de carrera y, en tercero, por tratarse de una interpretación en concierto. Curiosamente, una ópera magistral de Donizetti interpretada en concierto y protagonizada por un reparto, todo él conocedor del estilo y encabezado por una gran señora del bel canto, ha sido el mayor éxito de público en todo el período de una dirección artística que parece abanderar un concepto de la lírica totalmente contrario.
      La gran Leyla Gencer rescató en 1964 del olvido de más de un siglo, esta joya del catálogo Donizettiano, que junto a Anna Bolena y Maria Stuarda forman la llamada Trilogía Tudor.  El Maestro de Bergamo consigue, sin apartarse de las convenciones del melodrama italiano, forzándolas, modernizándolas, pero sin jamás violentarlas, una cada vez mayor fusión de música, texto y drama, culminando con una escena final impactante, una de las grandes de la historia del melodrama y de la ópera en general.
      El papel de Elisabetta es exigentísimo tanto en lo vocal como en lo dramático. Es una Monarca absoluta y despótica, pero también mujer enamorada y vulnerable. De ahí que pocas sopranos lo hayan abordado y entre ellas, muy pocas hayan brillado y dejado huella en el mismo. Una de ellas, (las otras serían Gencer, Sills y Caballé), Edita Gruberova, nacida en 1946 y en carrera desde 1968, ofreció su histórica creación en el Teatro Real de Madrid.
      Sólo una técnica descomunal y una gran sabiduría a la hora de conducir la propia carrera pueden explicar, que a estas alturas, la gran soprano eslovaca aún presente un timbre en buen estado, asumiblemente terso, sin asomo de oscilación, ajamiento o acritud. La decadencia se hace notar en un centro cada vez más sordo y desgastado, pero los ascensos siguen ofreciendo ese metal pletórico, esa penetración tímbrica que llena el teatro y percute el oído. Asimismo, la voz ha perdido esa suprema ductilidad y blandura, ya que lógicamente, la musculatura con los años pierde firmeza, el apoyo y sostén del aire no puede ser el mismo. Por ello, esos filados y esa capacidad para la regulación del sonido, que, de todos modos, volvieron loco al público, no poseen la factura de sus buenos años. Con ella en el escenario nos retrotraemos a las épocas de la ÓPERA con mayúsculas, de los grandes que han escrito la gloriosa historia del género. En cuanto aparece, constatamos que hay una gran diva, una gran señora del canto; en el escenario, su personalidad se adueña del mismo, se hace el silencio absoluto. Desde la primera frase, la voz colocada, en su sitio, sul fiato y el sonido pleno y timbrado se enseñorea hasta el último rincón del recinto. Su aria di sortita "L'amor suo mi fe beata" ya fue una exhibición de fiato, legato, control de la respiración y regulación dinámica. La primera ovación surgió espontánea, franca, arrebatada. En la cabaletta subsiguiente "Ah ritorna qual ti spero" nos muestró toda la alegría, pero también inquietud de la reina, ya que su amado va a presentarse ante ella, pero duda seriamente si aún es dueña de su amor. La soprano desgrana magistralmente esa coloratura, nada decorativa, sino genialmente colocada por el maestro Donizetti, con efectos expresivos, como toda la escrita en esta genial ópera. La ovación subió de temperatura.

       El acto segundo, monumento a la concisión y fuerza teatral, es inclemente para la soprano, sometida a una tesitura onerosísima y una escritura muy dramática, ya que la Reina, herida como mujer, reacciona furibunda al sentirse traicionada. Gruberova sufre porque, ni tiene ni lógicamente tuvo nunca, el registro grave requerido, pero tampoco fuerza ni exagera esas notas, salvo alguna puntual excepción con fines dramáticos, consiguiendo momentos de gran tensión con las frases plenas de ira " Non rispondesti... no... Un perfido, un vile, un mentitore tu sei..." y en las iracundas "Pria d'offender chi nascea dal tremendo Ottav Enrico, scender vivo nel sepolcro tu dovesi, o traditor". En fin, el gran remate que provocó el definitivo delirio del público llegó con la monumental escena final de l aópera, una de las más impactantes y grandiosas de la historia del melodrama y de la ópera en su conjunto. En ella, la protagonista, presa de remordimientos y angustias, mediante la inexorable progresión de la cabaletta "Quel sangue versato", nos llevó a un clímax tremendo, culminado con un estupendo sobreagudo que se elevó por encima de orquesta y coro y se expandió radiante, timbrado y "squillante" por todo el teatro provocando el estruendo del público.
      Al tratarse de una interpretación en concierto faltaron esos gestos que nunca olvidamos los que hemos podido verle el papel en funciones representadas: al arrojar el sello Real cuando exclama "Non regno!, non vivo!" y, especialmente, cuando se quita lentamente la peluca durante la segunda estrofa de la citada cabaletta, pero no hicieron falta para que la gran soprano consiguiera esa punta de tensión y emocionar al público presente, que prorrumpió en atronadores ovaciones y gritos de "Brava!" En fin, una grande de la ópera, que a estas alturas aún es capaz de escanciar magia y cual oficiante de un culto ya casi desaparecido en el canto, volvió a desatar esa pasión, esa locura colectiva, tan esencial en la lírica y cada vez más ausente de los teatros.
      José Bros, entregadísimo, volvió a reproducir su habitual comunión con el público del Teatro Real, cosechando un gran éxito en su encarnación del papel titular. El tenor barcelonés mostró su nítida articulación, su buen gusto, impecable legato y fraseo refinadísimo, en definitiva, su total dominio del estilo que le han colocado en la cumbre belcantista de las dos últimas décadas. En el lado negativo, el cada vez más problemático registro agudo, muy forzado, bailón y abriendo el sonido. Por ello, en su gran escena del acto segundo brilló especialmente en el bellísimo cantabile "Come un spirto angelico", primorosamente delineado, más que en la cabaletta "Bagnato il sen di lagrime" con ascensos que le pusieron en dificultades.

      Vladimir Stoyanov suena a barítono, aunque el timbre carece de belleza y atractivo. Además, resulta penalizado con un agudo apretado y sin expansión, pero mostró buen sentido del legato e indudable corrección musical y defendió con gran solvencia su magnífica cavatina, ejemplo de declamato melancólico donizettiano: "Forse in quel cor sensibile".
      Sara fue la mezzo italiana Sonia Ganassi, que quizás no se encuentre en su mejor momento vocal. En el cantabile de salida, la voz, siempre desguarnecida en los extremos, sonó entubada y sin brillo, pero mejoró posteriormente sonando más liberada en sus dúos con tenor y barítono, en los que lució su aquilatado fraseo belcantista. Andriy Yurkevich, con algunas irregularidades y algún exceso de filiación pachanguera, acompañó bien, ofreció una labor con pulso teatral y obtuvo un notable rendimiento de los cuerpos estables del teatro.
      Como ya hemos comentado, fue una gran noche sellada con un tremendo éxito, sonoros bravos y largas ovaciones especialmente centradas en José Bros y Edita Gruberova, que como es tradición es sus actuaciones fue llamada a escena varias veces al grito de "Edita!!!" Edita!!!"

 

 

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