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Crítica: «El barbero de Sevilla» de Rossini en el Teatro Comunale de Bolonia bajo la dirección de Federico Santi

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Autor: Magda Ruggeri Marchetti
22 de marzo de 2019

Un espectáculo jocoso

Por Magda Ruggeri Marchetti
Bolonia. 17-III-2019. Teatro Comunale. Il barbiere di Siviglia [Gioachino Rossini/Cesare Sterbini]. Antonino Siragusa [Il Conte d’Almaviva], Marco Filippo Romano [Bartolo], Cecilia Molinari [Rosina], Roberto De Candia [Figaro], Andrea Concetti [Basilio], Laura Cherici [Berta], Nicolò Ceriani [Fiorello], Sandro Pucci [un ufficiale], Massimiliano Mastroeni [Ambrogio]. Orquesta y Coro del Teatro Comunale. Director de escena: Federico Grazzini. Dirección musical: Federico Santi.

   Il barbiere di Siviglia de Rossini, basado en la comedia de Pierre-Agustin Caron de Beaumarchais, se estrenó en el Teatro Argentina de Roma el 20 de febrero de 1816. En la redacción de la partitura, que desde el comienzo triunfó siempre en las tablas, el compositor se sirvió muchas veces de sus obras anteriores.

   El director del montaje Federico Grazzini ha sabido realizar un nuevo espíritu y dar a los personajes una psicología moderna y casi irreal, así como subrayar la ironía y la sonrisa que transpira la partitura. Nos ofrece así un espectáculo muy divertido y, resaltando los sketches de la ópera, consigue que el público perciba la poesía abstracta del espectáculo y se divierta. Todo ello se nota ya desde el comienzo cuando, durante el preludio sinfónico, Manuela Gasperoni llena el vacío escenario de elementos como la casa de Rosina, rodeada de un jardín con un exuberante seto con rosas y una farola, que hacen su entrada casi como personajes, para después transformarse en un salón decimonónico en armonía con el gracioso vestuario de Stefania Scaraggi. De lo alto desciende un cartel ferial orlado de bombillas con el anuncio Il barbiere di Siviglia, análogo a un segundo con la palabra fine a conclusión del espectáculo, reiterando así al público que la fábula se enmarca en una atmosfera ficticia en la que el juego teatral quiere situar a personajes y espectadores en un mundo festivo y desquiciado. Una gran bola de derribo oscila amenzadora sobre la casa en algún momento, para luego, con menores dimensiones, jalonar los lances de la trama amorosa y aparecer en los dos finales de acto como elemento de rotura en el escenario, que se llena de globos rojos en el último. La función transcurre en el ensueño de un juego infantil en un país de muñecas bajo las acertadas luces de Daniele Naldi.


   La dirección de actores es dinámica y punteada de ideas hilarantes. El reparto vocal ha destacado por su habilidad interpretativa y sus buenas voces. Antonino Siragusa es un muy convincente Conte d’Almaviva con una línea de canto óptima y muy natural. Seguro en los agudos, canta con voz llena y recibe el aplauso más importante de la noche en «Cessa di piú resistere». Roberto De Candia, estupendo en su caracterización de pelo revuelto y grandes bigotes, es un Fígaro «Factotum de la ciudad»: además de barbero es también jardinero, albañil, y sobre todo pícaro y solicitado mediador de enredos. Seguro en las articulaciones, interviene siempre con lograda comicidad, su voz es clara pero robusta, con buena emisión y fácil fraseo. Marco Filippo Romano, de voz sólida y sonora, es un Bartolo que dibuja con virtuosismo el arquetipo del egoísta cascarrabias. La mezzsoprano Cecilia Molinari es una Rosina joven y pizpireta con una voz de color natural oscuro de contralto, gran naturalidad en el registro agudo y buena emisión. Andrea Concetti recrea al Basilio tontorrón con su profunda voz de bajo, mientras Laura Cherici (la criada Berta) comenta el desarrollo de los hechos con su gestualidad y la expresividad de su rostro. Buena la prueba del coro, preparado por Alberto Malazzi, que no se limita a cantar sino que forma parte de una rondalla al comienzo y una nutrida banda militar después.

   El director musical Federico Santi, ganador del primer premio absoluto y premio especial de la Opéra de Nice en el 4° Concurso Internacional para directores de ópera de Orvieto en 2008, y actualmente director invitado del Teatro Mariinskij de San Petersburgo, dirigió la orquesta con precisión y profesionalidad, obteniendo un buen sonido, pero sin la chispa y ligereza del ritmo típico de la música de Rossini. El espectáculo entusiasmó al público que aplaudió y ovacionó a todo el equipo durante la función y repetidamente al final.

Foto: Rocco Casaluci

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