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Crítica: 'El barbero de Sevilla' en laTemporada de Ópera de Oviedo

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Autor: Aurelio M. Seco
15 de diciembre de 2014

BARBERO AD LIBITUM

Por Aurelio M. Seco
Oviedo. 14/12/14. Temporada de Ópera de Oviedo. Teatro Campoamor. El barbero de Sevilla, Rossini. Bogdan Mihai, Enric Martínez-Castignani, Carmen Romeu, Dalibor Jenis, carlo Malinverno, Xavier Mendoza, Enrique Carmona, Mercedes Gancedo, Óscar Castillo, Víctor Leandro Ramírez. Director musical: Ottavio Dantone. Dirección de escena: Mariame Clément. Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias. Coro de la Ópera.

   Como si fuéramos a sacarnos una muela –y con un taladro, nada menos, a juzgar por las imágenes usadas por la Ópera de Oviedo para publicitar la función-, asistimos al penúltimo título del año lírico del Campoamor. Se programaba, porque son tiempos de crisis y hay que acudir a lo popular para atraer más público, El barbero de Sevilla, de Rossini, obra genial que ya se había visto hace algunos años con la fantasiosa y poco oportuna propuesta escénica de Mariame Clément, y que ahora se ha vuelto a repetir sin anestesia, para desgracia de los pacientes melómanos de la capital del Principado.

   Leemos con asombro que Clement escribe en las notas al programa que lo que debe hacer una directora de escena es “contar la historia de la forma más clara posible y resaltar lo que la hace especial sin hacernos notar”. Nada menos que sin “hacerse notar”, la directora convierte a Bartolo en un dentista, pero de los de ahora, que no sabemos gracias a qué ley actual tiene a su cargo a una pupila con la que se prepara una boda. Obviamente, la situación pierde encanto y sentido desde la perspectiva de hoy. En este contexto de hacer bufo lo que ya es bufo de por sí, disfraza al Conde de Almaviva de Rambo e introduce en medio del estilo del XIX música pop actual. En medio de tanta incoherencia dramatúrgica, la imagen de la obra se pierde en una serie de sketch que parecen más ideados para entretener al espectador liviano que para centrar la ópera.

  Es equivocada la idea de que se acerca más la ópera al público -o a los jóvenes- si se viste de moderna. Lo moderno no es más atractivo ni cercano por el mero hecho de ser moderno, ni lo antiguo es ajeno a nosotros sólo por estar alejado en el tiempo. El truco está en recrear las cosas con inteligencia y sensibilidad –sea moderna o no-, valores que nunca pasan de moda. Sin embargo, a la directora no le importó deformar con gritos de dolor el aria Una voce poco fa, que Carmen Romeu interpretaba mientras se hacía la depilación. Mal asunto confundir los gritos con bel canto. Es lo de menos hacer reír en esta situación. Es más importante cantar bien el fragmento, y dejarlo oír, simplemente porque es una gran composición musical que merece la pena por sí misma. A priori, no parece algo difícil de entender. Sinceramente, creemos que la “combinación adecuada de humildad y ambición” que Clément ha creído encontrar en sí misma para ofrecer esta lectura tan alocada, de lo que en realidad carece es de una adecuada formación. Parte del público pateo la propuesta escénica y con razón.

   Se contó con un reparto solvente, del que hay que hablar en general y también al detalle, y con un director de orquesta, Ottavio Dantone, que ofreció una versión musical discreta -al frente de la Sinfónica del Principado de Asturias-, ayuna de matices y con llamativas limitaciones para acompañar a los cantantes. Dantone pareció aburrirse dirigiendo una obra que a cada paso debe cambiar de tono, de carácter, de textura. Que debe ser cómica, lírica, satírica, afectada… Todas estas cosas caben musicalmente en El barbero de Sevilla. Ya la obertura sonó plana en exceso. ¿Pero dónde se escondió Dantone el famoso crescendo rossiniano? Optar por una presunta elegancia –si esta fue la intención- conteniendo el sonido conlleva el riesgo de lo insípido, del sinsabor. Nos ha desilusionado el trabajo de este director de orquesta, del que esperábamos muchísimo más. Acompañando tampoco estuvo certero. Eran los cantantes los que en ocasiones marcaban la iniciativa que seguía el director. Hubo demasiada inestabilidad.  La rítmica de las canciones, es decir, su figuración, se relajó en exceso al arbitrio de cada intérprete. Siempre cabe dar cierta libertad al cantante, pero dentro de un orden que debe estar claramente establecido desde los ensayos. Esta seriedad la echamos en falta y propició inseguridad en los artistas en aspectos como cuándo empezar a cantar, cómo frasear…

   En relación al reparto, hay que comentar un defecto en general, como es el llamativo cambio de color de cada voz en sí misma, incluso hasta el punto de engolar, oscurecer excesivamente o no llegar a pronunciarse bien ciertas vocales. Es importante reflexionar sobre la cantidad de defectos líricos que ofreció la función, que afearon la sonoridad de la obra.

   Dalibor Jenis acusó mucho este defecto en el grave. A pesar de lo excéntrico de la dirección escénica, se cuidó de marcar con limpieza ciertos detalles sobre el escenario (fue un gesto de calidad verle reproducir el acorde final de su fragmento en un piano de juguete, mientras sonaba la orquesta. Esta seriedad nos parece una virtud de Clément). Creemos que el personaje de Figaro sin duda mereció una mayor profundidad interpretativa, más natural y desenvuelta, pero su participación no desencantó, porque estamos ante una voz de quilates. Interpretó el papel de Conde de Almaviva Bogdan Mihai, un tenor de escasa entidad, con cierto gusto para la emoción pero demasiado nervioso y afectado en escena. Su fraseo en el agudo sonó engolado y dentro de un estilo que podría ir bien para cantar pop, pero insuficiente para proyectar sin micro.

   Carmen Romeu fue una Rosina encantadora, en escena y cantando, y a pesar de que su criterio interpretativo nos parezca un tanto plano y falto de matices, lució una bonita voz y tono lírico que sentó bien al personaje. Interpretó el papel de Basilio Carlo Malinverno, que ni es el mejor actor del mundo ni sabe proyectar la voz correctamente. Una bonita voz de bajo, eso sí, que convendría templar con más conocimiento de causa. Enric Martínez-Castignani es un artista de gran presencia escénica. Su saber estar e intencionalidad lírica y actoral destacaron su trabajo del resto, aunque cantando se echara en falta algo más de voz. Acertada Mercedes Gancedo como Berta y correcto el resto del reparto y el coro masculino de la Ópera de Oviedo.

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