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Crítica: 'El holandés errante' de Wagner en el Teatro Real de Madrid

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Autor: Raúl Chamorro Mena
22 de diciembre de 2016

SIN DRAMA NO HAY WAGNER

   Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 20-XII-2016. Teatro Real. Der fliegende Holländer (El Holandés Errante-Richard Wagner). Samuel Youn (El Holandés), Ingela Brimberg (Senta), Nikolai Schukoff (Erik), Kwangchul Youn (Daland), Kai Rüütel (Mary), Benjamin Bruns (El Timonel). Dirección musical: Pablo Heras-Casado. Dirección de escena: Álex Ollé (La Fura dels Baus).

   En esta ocasión, el “libro de instrucciones” nos indicaba, que esta producción de El holandés errante transcurre en el puerto de Chittagong sito en Bangladesh y conocido como “El infierno en la Tierra”.  Esto del infierno y el ambicioso personaje de Daland dispuesto a vender a su hija al mejor postor suponen los principales “apoyos” o rendijas por las que se justifica –según manifiesta el propio Alex Ollé en el programa de mano- el habitual mensaje de “crítica al mundo actual” que se nos quiere transmitir y, que el citado es el lugar de la actualidad dónde “puede ser posible” la historia protorromántica de amor metafísico, de redención del hombre pecador, que ha desafiado a la naturaleza y por tanto, al Creador, por el amor puro y fiel de una mujer, que son los temas fundamentales de la esta creación wagneriana. Lo cierto es que lo visto durante la obertura resume muy bien el montaje entero: un enorme casco de barco entre las olas embravecidas por la tempestad que, además de resultar atractivo visualmente, nos introduce bien en materia. Una vez pasa el primer impacto visual, uno piensa ¿y?..., el barco termina por no llegar a ningún puerto a pesar de la indudable vistosidad de algunos aparatosos elementos de la escenografía de Alfons Flores, como el barco monumental, el ancla desmesurada, el desierto, el sol cegador, los efectos de la tormenta… Inadecuada, artificiosa y equivocada, sin embargo, la decisión de ofrecer en el enfrentamiento de los coros hacia el final de la ópera (se ofreció la versión en acto único), la parte correspondiente a los marineros del buque fantasma en una grabación. Un dislate.

   Asimismo, los cantantes pasaron algunas dificultades para mantener el equilibrio durante la representación ante la poca firmeza del suelo que pisaban. Lo cierto es que la dirección escénica resultó superficial y sin interés, al igual que el inexistente desarrollo y caracterización de los personajes, terminando por aburrir, sin llegar a nada y sin aparecer en todo su esplendor el drama y, sin drama, no hay Wagner. Una vez más se insiste en “actualizar” lo que es propio de una época, participa de una estética determinada, en este caso el romanticismo, particularmente en su concepción wagneriana, y en el que hay que entrar a fondo, no arrinconarlo como mera excusa para presentar la enésima y cansina “crítica al capitalismo salvaje”. En fin, tampoco hubo drama por parte del foso, con una dirección de Pablo Heras Casado que sólo ofreció energía desnortada con tempi incoherentes y querencia al ruido y al trazo muy grueso. Nivel menos que mediocre el ofrecido por la orquesta del Real con un sonido borroso, ayuno del más mínimo refinamiento tímbrico y absolutamente desequilibrado, entre una cuerda raquítica y unos metales invasivos y estridentes. ¿Dónde quedó la luminosidad y transparencia de filiación weberiana tan presente en esta partitura? El estruendo y el nervio atropellado no aseguran, ni mucho menos, la tensión y la progresión teatral. A años luz se situó esta prestación orquestal y factura musical de la ofrecida por la Orquesta y Coro Nacionales de España bajo la dirección de David Afkham en este mismo título hace apenas once meses en el Auditorio Nacional.

   Reparto gris encabezado por un Samuel Youn (que sustituía a un indispuesto Evgeny Nikitin) de medios vocales modestos, sonido desempastado, falto de anchura y mordiente, volumen justo. Su fraseo resultó compuesto, asentado, correctamente musical e intencionado. El intérprete, a falta de un mayor carisma, es comprometido y encarna una digna y plausible caracterización del Holandés, notándose que es un papel que ha abordado en muchas ocasiones. La Senta de la soprano sueca Ingela Brimberg destacó por el metal de su registro agudo con lo que enmascara un centro poco nutrido y un grave inexistente. Además, demostró no poseer un adecuado respaldo técnico, ya que el sonido no gira adecuadamente a los resonadores superiores, escuchándose, por tanto, notas perceptiblemente abiertas y estridentes. Como intérprete y fraseadora resultó anónima. Pésimo Nikolai Schukoff en un Erik cantado a empellones, de emisión dura y crispada, incapaz de del más mínimo lirismo. Es complicado, ciertamente, expresar efusión amorosa vestido de terrorista con un Kalasnikoff en ristre, pero no hemos de olvidar que este arma se ha convertido en uno de los iconos de la producciones actuales siempre por detrás, cómo no, de las sempiternas gabardinas. Kwanchoul Youn ha sido un notable cantante wagneriano y su voz de bajo conserva rotundidad y reciedumbre, así como aquilatamiento su fraseo, pero el desgaste del timbre es cada vez mayor y se fue agravando conforme avanzaba la representación. Mucho mejor el bien delineado Timonel del tenor Benjamin Bruns que la Mary sin relieve alguno de Kai Rüütel. El coro osciló entre una sección femenina totalmente desempastada y una masculina obsesionada por un sonido cada vez más tocho, grossolano e intratable.

Foto: Javier del Real

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