
Crítica de Álvaro Cabezas del concierto ofrecido por la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla con el pianista Eldar Nebolsin y bajo la dirección musical de Gyorgy Gyoriványi Ráth
De menos a más
Por Álvaro Cabezas
Sevilla, 16-1-2025. Teatro de la Maestranza. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla; Eldar Nebolsin, piano; György Györiványi Ráth, director. Programa: Los preludios, S. 97, de Franz Liszt; Concierto para piano y orquesta nº 2, en la mayor, S. 125, de Franz Liszt; Concierto rumano de György Ligeti; y suite de El mandarín maravilloso, op. 19, de Béla Bartók.
La relación entre György Ráth y la Sinfónica de Sevilla es muy estrecha y duradera porque el maestro húngaro ya subió al podio hispalense para dirigirla en los primeros conciertos que dio esta formación en la Sala Apolo, a principios de los noventa. Luego, hará unos diez años (coincidiendo con la interpretación de una 6ª de Tchaikovsky memorable), fue candidato a ocupar su trono tras la amputación que sufrió Pedro Halffter en sus funciones directivas del Teatro de la Maestranza y la ROSS, cuando ambas instituciones disfrutaron por espacio de una década de una entente cordiale que no ha vuelto a tener lugar. Finalmente fue elegido para ese puesto el norteamericano John Axelrod, que llevó a la orquesta al punto más bajo de su historia para salir corriendo con un estrepitoso fracaso (no sólo artístico, sino también de gestión), bajo su brazo. Pasado el tiempo, la nueva gerencia ha querido tener un justo gesto de agradecimiento con Ráth que, si bien parece no será nunca director titular, sí será principal director invitado en las tres próximas temporadas, coincidiendo con el mandato de Lucas Macías Navarro. Ráth es un músico solvente, la orquesta le tiene cariño (se percibe claramente la química y coincidencia artística de la que disfrutan en el escenario), pero no es un gran artista capaz de llevar a una entidad necesitada de constantes impulsos a las más altas cotas de calidad que le corresponden. El concierto del pasado jueves ejemplificó todo eso, aunque el público se lo pasó maravillosamente.
Ya se ha reparado en su carácter antológico de música húngara-rumana, pero esas piezas, además de sonar rústicas y con detalles folclóricos bien entendidos, también hay que encuadrarlas en las cercanías geográficas y durante mucho tiempo políticas, artísticas y culturales en general de la Viena capital del imperio austro-húngaro y, por tanto, modelo y referente de ese hinterland musical. Por ello no creo que fuese memorable, aunque sí resultona, la interpretación de Los preludios de Liszt, con una orquesta muy matizada e incisiva por momentos, pero con unos metales desabridos y protuberantes que desdibujaban constantemente la melodía principal y, en ocasiones, actuaban como elementos distorsionadores, más rudos que diabólicos o ironizantes. Para esa composición hace falta algo más de espiritualidad, sosiego y trabajo y menos bastedad. Algo parecido ocurrió con el Concierto para piano nº 2 de Liszt, donde el piano de Eldar Nebolsin fue tapado en algunos momentos por el tutti orquestal de cuerdas hiperrobustas y ásperas. Este problema de equilibrios, hurtó en parte la apreciación de una interpretación solística de calidad con la pobreza interpretativa de la orquesta en una página que, a pesar de su fama, no suele ser interpretada todo lo que debería y, por tanto, ofrecía espacios para el desarrollo y el despliegue estético. Aquí faltó emoción, ironía y sarcasmo.
Todo cambió en la segunda parte, tras el descanso. La página relativamente desconocida del Concierto rumano de Ligeti, una obra de juventud donde primaba lo nacionalista antes que la vanguardia que suele asociarse con este compositor, se reveló como asombrosa y dinámica por parte de una orquesta que lo dio todo de sí y ofreció intervenciones solísticas muy destacadas, entre las que habría que celebrar la de la concertino Alexa Farré Brandkamp, que deslumbró con los sonidos que extrajo de su instrumento, sobre todo al recrear canciones y danzas típicas rumanas. El magiarismo de la obra inundó toda la sala, el director estaba muy inspirado y la orquesta refinada a la vez que contundente, fue celebrada por el público como una buena aportación a nuestro imaginario musical.
Para cerrar, la apabullante y rica suite de El mandarín maravilloso de Béla Bartók, que ojalá en alguna ocasión podamos disfrutar íntegramente en el Teatro de la Maestranza, sonó a gloria musical. Ráth estuvo entonces extraordinario, presentándose como un auténtico experto en la obra. La orquesta ofreció convicción y entusiasmo, dedicación y valentía y las cuerdas se mostraron brillantes y versátiles, las maderas de las dos Sarahs (Bishop y Roper), mostraron la calidad y precisión por las que han ganado su prestigio y la danza macabra y explosión final enardeció a un público que celebró durante muchos minutos la agradable velada que había vivido. Una interpretación interesante que justificó la celebración de este quinto programa de abono de la temporada de la orquesta.
Fotos: Marina Casanova
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