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Crítica: 'Elektra' de Strauss en La Scala de Milán, bajo la dirección de Esa-Pekka Salonen

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Autor: Raúl Chamorro Mena
11 de junio de 2014

UN TRIUNFO CLAMOROSO

Por Raúl Chamorro Mena

6-6-2014.  Milán, Teatro alla Scala. ELEKTRA (Richard Strauss). Evelyn Herlizius (Elektra), Waltraud Meier (Klytemnestra), Adrianne Pieczonka (Crisotemis), Renè Pape (Orestes), Thomas Randle (Egisto). Dirección Musical: Esa-Pekka Salonen. Dirección escénica: Patrice Chéreau.

   El 6 de Abril de 1909, menos de 3 meses después de su estreno en Dresde el 25 de Enero del mismo año, llegaba la ópera Elektra al Teatro alla Scala de Milán en traducción italiana como era normal en esas épocas y con la mítica Salomea Krusceniski como protagonista. Aunque parece ser que la ópera no tuvo el mismo acogimiento triunfal que la precedente Salomé y la crítica local manifestó que las calidades de la obra estaban lejos de la misma, Richard Strauss se manifestó exultante, “éxito colosal” “Orquesta óptima” y “jamás se ha cantado la ópera tan bien”, “felicidades a usted y a mí” eran algunas de sus expresiones en carta dirigida a Hugo von Hoffmanstal fechada el 21 de Abril.

   105 años después no se puede discutir el triunfo clamoroso de esta Elektra programada por el 150 aniversario de Richard Strauss en coproducción con varios teatros (incluido el Liceu de Barcelona) y que ha terminado por constituir un homenaje al regista Patrice Chéreau fallecido el pasado octubre después de la presentación de este montaje en Aix-en-Provence. La producción se centra en la gran tragedia familiar y el conflicto entre las tres mujeres, protagonistas absolutas de la ópera, ya que estamos ante una familia que se ha quedado, prácticamente, sin presencia masculina. La escenografía escueta y austera huye de la localización en la antigua Grecia al objeto de subrayar la atemporalidad de la tragedia y centrarse en esa caracterización de las protagonistas, apoyándose a la vez que potenciando el talento dramático de unas artistas de la talla de Hertlizius y Meier. Todo ello sin lugar alguno para la sobreactuación o el vacuo efectismo. Se abre el telón y vemos las sirvientas limpiando la casa durante unos minutos que dan paso a que Salonen (que ha entrado de manera inadvertida y, por tanto, sin aplausos del público) ataque de manera directa y contundente el impresionante acorde inicial. En fin, inolvidables la fuerza teatral de la gran escena entre Elektra y Clitemnestra que culmina con la primera, fiera y fuera de sí arrojándole una zapatilla a su madre cuando le espeta el sacrificio imprescindible es el suyo, la gran escena del reconocimiento de Orestes, caracterizado como un hombre acobardado que ni siquiera es capaz de matar a Egisto y presencia, temeroso y huidizo, como la apuñala el preceptor.

   Sensacional la dirección de Esa-Pekka Salonen y su trabajo con una orquesta que no estaba últimamente en sus mejores momentos, además de no estar ante su repertorio más afín, pero que debidamente motivada por una gran batuta, recuperó su gran nivel, el que corresponde a la casa de ópera más importante del Mundo. Decía el director y compositor finlandés en la entrevista que figura en el magnífico libreto programa, que la clave a la hora de dirigir Elektra es conseguir el debido balance entre el foso y el escenario para que las voces no se vean obligadas a gritar, dada la suntuosa, riquísima y voluminosa orquestación prevista por Strauss.  Esta circunstancia fue totalmente lograda, así como todas las atmósferas y acentuados contrastes de la genial partitura. La gran tensión y desintegración tonal,  las disonancias, los cromatismos, el intenso lirismo, la enorme violencia o  los tintes grotescos que acompañan a Egisto. Desde una magistral construcción sinfónica, de prodigioso equilibrio, sonido calibrado, radiante, buscando siempre la claridad y huyendo de la pesantez y el estruendo, Salonen fue edificando los clímax de la ópera con una tensión sostenida, pero que inexorablemente iba a más hasta llegar al gran y definitivo apogeo del final de la obra, con una tensión ya casi insoportable para el oyente, que convirtió en lógica y natural consecuencia liberatoria o más bien catártica, la explosión del público scaligero tras el último acorde. Un rugido de bravos, vítores y ovaciones con el que los espectadores se liberaron de la suprema emoción enroscada en todo su cuerpo desde el primer acorde de la obra, el de Agamenón, esas cuatro notas que aparecen como motivo principal en los principales momentos de Elektra.

   Magnífico también el reparto, a la altura de tan sobresaliente prestación del foso. Para hablar de la Elektra de Evelyn Hertlizius y después de su memorable interpretación en Dresde el pasado mes de enero  hay que entrar ya en términos históricos, por cuanto hay que acudir a las grabaciones y a nombres como Inge Borkh o Hildegard Bèhrens (la encarnación de Birgit Nilsson iba por otros derroteros) para encontrarle parangón. Es increíble como esta mujer delgada y menuda, se agiganta de manera impresionante sobre el escenario, pletórica de garra, de entrega, de fuerza dramática, con unos ojos grandes y expresivos y un temperamento siempre intenso, volcánico. Es prácticamente absurdo hablar de resistencia vocal, ya que la prestación de la soprano alemana va “in crescendo” durante la función, con un sonido perfectamente colocado, timbradísimo, proyectado, brillante que llena hasta el último rincón del teatro de principio a fin en un papel extenuante. La caracterización del personaje es completa desde todos los puntos de vista, la fiereza de la gata salvaje, la dignidad de la mujer de sangre Real, la trágica sublime  En definitiva, estamos ante una hochdramatische sopran de pura raza, que realiza una creación referencial y para la historia de un papel tan emblemático en dicha cuerda como Elektra. 

   El instrumento vocal de la gran Waltraud Meier acusa el paso del tiempo. El centro se presenta desgastado, árido, sordo, pero se mantienen incólumes la personalidad, el magnetismo, los acentos, las cualidades dramáticas que la hen convertido en una de las más grandes artistas de los últimos años. Su Klytemnestra es memorable. Intensa, teatral, si caer nunca en la caricatura o la exageración a las que a veces se presta el personaje. La escena con su hija alcanzó cotas de altísimo voltaje escénico. Un tanto decepcionante, sin embargo, la Crisotemis de Adrianne Pieczonka. La voz de la soprano canadiense, físicamente mucho más delgada que antaño, sonó falta de redondez, de cuerpo, de consistencia, de brillo y timbratura en el centro y con unos agudos apretados y faltos de expansión y punta. Una encarnación plana tanto en lo vocal como en lo dramático. El claramente secundario papel de Orestes permite una cómoda prestación casi de lujo a un René Pape en claro declive vocal. El sonido ha perdido presencia, anchura, densidad y volumen y los viajes al agudo (escasamente demandados en este caso) resultan problemáticos. El lunar del reparto fue el Egisto de Thomas Randle conocido en Madrid por su interpretación de uno de los vaqueros en el estreno de “Brokeback Mountain” en el Teatro Real. Una voz ingrata, dura y encajada en la gola, que apenas se proyectó más allá de las tablas. Destacar entre los secundarios la presencia de “viejas glorias” como Donald McIntyre, Frank Mazura y Roberta Alexander. Éxito clamoroso con estruendosas ovaciones, vítores, bravos y llamadas a plena voz de los tifosi a Salonen y Hertlizius que salieron finalmente juntos para recibir abrazados las ovaciones del público Scaligero puesto en pie.

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