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Crítica: Eliahu Inbal y la Sinfónica de Castilla y León propician una magnífica versión de la 'Sinfonía nº 3' de Mahler

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Autor: Codalario
21 de mayo de 2018

Vibrante, poética y coherente

   Por Agustín Achúcarro
Valladolid. 17-V-2018. Auditorio de Valladolid, Sala sinfónica. Temporada de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Sinfonía Nº3 en re menor de Mahler. Solista: Maite Beaumont, mezzo. Coros: Valle de Aguas, Piccolo y  Harmonia Pueri. Director de los coros: Jordi Casas. Director: Eliahu Inbal.

   Eliahu Inbal, partiendo de un conocimiento pormenorizado de la partitura y de las características de la orquesta, planteó una versión de la sinfonía de Mahler clarividente, plagada de colores -impresionantes los claroscuros de los graves y más aún cuando parecían susurrados-, timbres, acentos y cambios dinámicos, que poco a poco fueron materializando el desarrollo de un universo sonoro e ideológico presentado entre el candor infantil y la trascendencia.

   El primer movimiento supuso un derroche de energía, en el que la música parecía querer escapar de la forma, lo que dio la sensación de que todo se iba a romper en mil pedazos buscando nuevos caminos sonoros. El director y la orquesta mantuvieron un continuo tira y afloja sin desfallecer. En el Tempo di menuetto el director trasladó un sentido de lo clásico, que por momentos se subvertía, con un sonido nítido y sin fisuras.

   Y así hasta que llegó el momento de la voz humana con la Canción de la medianoche de Zaratustra, tan bien proferida en su declamación por la mezzo Maite Beaumont. Con una voz robusta, que supo paladear las palabras y que se recreó en su relación sonora con un magnífico oboe. Después llegaría la intervención del coro de mujeres y la escolanía acertados desde su despliegue onomatopéyico, tan ingenuo como llamativo en su tímbrica, al que pondría el contrapunto la mezzo con su manera de expresar la culpa. Una labor bien hecha la de los Coros Valle de Aguas y Piccolo, así como la de la Escolanía Harmonia Pueri, cuyos directores respectivamente son Verónica Rioja, Ramiro Real y Valentín Benavides. Sus intervenciones reflejaron el trabajo meticuloso de Jordi Casas, encargado de dirigirlos. Una buena ocasión para hacer un pequeño apunte y preguntarse si no sería el momento de que el Auditorio o la OSCyL contaran con un coro. El repertorio y la evolución de la orquesta lo están pidiendo. Y llegados al último movimiento Inbal, más que buscar ciertos efectos con el máximo piano, lo hizo a través de acentos y reguladores, sin caer en la reiteración mientras se iba produciendo un desarrollo progresivo. Y luego, claro, el fortissimo final en el que el director dejó, como había hecho durante la obra, flexibilidad a la orquesta, sin que eso supusiera que se relajara el pulso o que alguna exageración rompiera la comunión alcanzada.

   Sin perder de vista que la labor más meritoria fue la de conjunto, bien se puede nombrar a unos cuantos solistas en representación de todos, empezando por el trompa de postas (posthorn) Manuel Blanco, y siguiendo por el trombón Robert Blossom, Sebastián Gimeno, oboe, Roberto Bodí, trompeta, las arpistas Marianne ten Voorde y Coral Tinoco, José Miguel Asensi, trompa, y los timbaleros Juan Antonio y Tomás Martín, y por extensión a la orquesta en su totalidad.

  También habría que reseñar que poder escuchar una sinfonía de estas características, ya la interpretó con la OSCyL el añorado Jesús López Cobos, no es nada fácil en ciudades como Valladolid, que han tenido que esperar mucho tiempo para tener un espacio como el auditorio que permita abordar con garantías determinado repertorio.

   La interpretación de la sinfonía de Mahler supuso una fiesta de la música en el más amplio sentido de la palabra en la que todos se entregaron sin vacilaciones.

Foto: OSCyL

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