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Crítica: Eliahu Inbal y Pogorelich en la temporada de la Sinfónica de Castilla y León

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Autor: Agustín Achúcarro
20 de mayo de 2019

Gracias, señor Inbal

Por Agustín Achúcarro
Valladolid. 16-V-2019. Centro Cultural Miguel Delibes. Sala Sinfónica Jesús López Cobos. Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Obras: Concierto para piano y orquesta nº2 en fa menor, op. 21 de Chopin y Sinfonía nº4 en sol mayor de Mahler. Solistas: Ivo Pogorelich, piano y Belén Alonso, soprano. Director: Eliahu Inbal.

   Los cascabeles de la Sinfonía nº4 de Mahler, el decaer de la música, su vuelta progresiva, la sutileza de lo frágil, una sensación intangible… y Eliahu Inbal en el podio. Él lo trasforma todo, saca a la luz una Orquesta Sinfónica de Castilla y León diferente, que seguro que existe porque está ahí los días en que se suben al podio directores de su talla. No hay exageraciones, no hay nada que aparentemente se salga de lo normal y al tiempo el maestro hace que todo parezca extraordinario. Hay un plus en su forma de dirigir que no es fácil de transcribir con palabras o tal vez no se pueda. Lo cierto es que Inbal se apodera de la música que dirige con una sensación de humildad, de alguien que solo sube al podio para ponerse en manos de lo que dicte la música; y entonces todo suena equilibrado, magnificente, pleno de colores, matices y timbres, que surgen en Mahler tan aparentemente sencillos como trascendentes.


   El efecto del Scherzo, con el violín afinado más alto que el resto de la orquesta, y los contrastes están ahí tan presentes, sin alardes, como una constatación de lo bello. Y en el final se vuelve a acentuar esa sencillez, que guarda algo sublime, mientras Inbal da paso a la voz. La soprano Belén Alonso interpretó La vida celestial con una voz que sabe de pianos y de sonidos tenues, pero con tintes de una emisión carnosa que la alejan de la interpretación en exceso angelical, sin renunciar a ello, lo que produce un efecto muy positivo; mientras, la orquesta y el director le rodearon de una música, de tintes arcaizantes, en que el color y su evolución caminan hacia el final, realizando su lógico desenlace material, que no sonó determinantemente conclusivo. Espléndida la participación de los solistas con una arpista en estado de gracia de principio a fin.

   Antes, interpretaron el Concierto para piano y orquesta nº2 de Chopin, con Ivo Pogorelich como solista, el pianista que muchas veces en su carrera se ha salido de lo convencional para buscar otros caminos, complejos y sinuosos, que suponen un valor añadido. En esta ocasión se le vio dominador del piano desde el principio hasta el final, con una técnica apabullante, con la que pudo e hizo lo que quiso, aunque se dejara en el camino parte de la emoción. En su propuesta dominó la compartimentación de la obra, con momentos de dominio total, antes que una visión global de la misma. A Pogorelich nadie le va a enseñar a interpretar el Larghetto con delicadeza, ni que su digitación suene como un susurro, y menos aun que en ese ambiente una pulsación de una nota sea mas tensa e inesperada, pero le faltó acompañarlo con emoción y apasionamiento. En el movimiento conclusivo la rítmica careció de cierta vitalidad. El problema de Pogorelich en este concierto es que sonó distante y frío. Inbal aprovechó los pasajes en que la orquesta se adueña del protagonismo para proponer mayor tensión y viveza, sin que eso supusiese realizar un planteamiento que distorsionara lo propuesto por el solista.

Foto: OSCyL

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