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Crítica: Eliahu Inbal dirige la 'Sinfonía nº 7' de Bruckner con la Sinfónica de Castilla y León

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Autor: Agustín Achúcarro
13 de febrero de 2017

INBAL DEJA HUELLA 

   Por Agustín Achúcarro
Valladolid. 10-II-17. Auditorio de Valladolid. Temporada de la OSCyL. Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Director: Eliahu Inbal. Obras de Bruckner y R. Strauss.

   La Orquesta Sinfónica de Castilla y León y el director Eliahu Inbal conformaron una manera de entender la Sinfonía Nº7 de Bruckner (en la edición Nowak), caracterizada por una personalidad marcada, vibrante y comunicativa, que se alimentó de un ritmo vivo y unos contrastes muy bien resueltos. Inbal y la orquesta generaron un universo sonoro en el que los pasajes camerísticos y los tutti orquestales surgían en toda su potencialidad y no quedaban como bloques aislados, entre otras cosas por la ductilidad con la que el director afrontó la sinfonía. Y esto se pudo percibir desde el inicial y tremendamente sugerente tema de las trompas y violonchelos sobre los trémolos de los violines, tan afirmativo como poseedor de colores oscuros, que Inbal llevó de manera ascendente, con precisión y soltura.

     La entrada en el segundo movimiento de las tubas wagnerianas, con su canto fúnebre, aportaron una concepción solemne, como un espiritual inciso que no un paréntesis, que llegó a lo más profundo de la esencia sonora orquestal, en esa elegía a la figura y a la muerte de Wagner.

   Al Scherzo Inbal le imprimió un ritmo y una viveza que le confirió un afortunado carácter desenvuelto, lo que ocurrió tanto en los pasajes contrastantes como en los más relajados.

   Al llegar al paroxismo del movimiento conclusivo, aunque los metales lo llevaran a un estado de excitación elevado, para nada sonó como una estridencia innecesaria. Se escuchó el recuerdo del primer movimiento y la orquesta y el director volvieron a conectar los momentos poderosos con los íntimos de manera muy natural, mientras se acercaba inevitable el clímax final, que fue potente, tan potente como para que de él aflorara efectiva una súbita quietud, que hizo aún más impactantes las fanfarrias conclusivas, en un ambiente que sugería el pensamiento de Bruckner en torno a lo inexorable de lo perecedero y lo perdurable del arte.

   Antes interpretaron el Concierto para oboe y pequeña orquesta en re mayor de Richard Strauss. La obra se centra en las posibilidades del oboe y desde luego Stefan Schilli no dejó pasar la ocasión. Eso no quita para que la partitura refleje un Richard Strauss que emplea recursos ya utilizados de manera mucho más genial. Schilli, por dominio de la técnica, dejó patente todas las posibilidades del oboe –ejemplo clarísimo fueron las cadencias- y dominó los constantes retos de la partitura, si bien pudo conseguir mayor variedad en la coloración y un sonido más sugestivo. La OSCyL colaboró con el solista y se encargó no sólo de no taparle y respirar con él, sino que su sonido fuera claramente preeminente, en perjuicio incluso de la cuerda, que perdió algo de transparencia en los pianos.

   Un concierto en el que se tuvo la oportunidad de escuchar una obra para el oboe como la de Richard Strauss, que era la primera vez que se interpretaba en el Auditorio, y una sinfonía con la que se demostró lo que se puede alcanzar cuando se suman una orquesta entregada y capaz con un director que sabe buscar el equilibrio entre lo que quiere y lo que puede obtener.

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