Una entrevista de Mario Guada
Fotografías: Miguel Prado
Formado como violinista y director de coro, el luanquín Marco Antonio García de Paz es uno de los directores más requeridos en la actualidad del panorama coral nacional, pero también fuera de nuestras fronteras. Por sus manos han pasado –y pasarán– decenas de cantores y jóvenes directores de todo el territorio, dado que es un apasionado pedagogo de la música coral, llegando incluso a impartir la asignatura de coro en el Conservatorio Superior de Música del Principado de Asturias varios años. Sin duda, los cantores que mima con mayor cuidado son los que conforman el coro de su vida, El León de Oro [LDO], conjunto que supera ya las dos décadas de vida, al que le debe gran parte de lo que es y al que ha dedicado la mayor parte de su vida como músico. Conversamos con él para hablar de sus éxitos más recientes, su historia, su visión del panorama coral, su manera de enfocar el trabajo, su vida musical fuera de LDO, pero sobre todo de esta formación, un verdadero milagro musical surgido en una pequeña localidad de la costa asturiana.
Es preceptivo, en este caso, comenzar preguntándole por la reciente grabación de LDO junto a Peter Phillips, que saldrá oficialmente al mercado precisamente este 1 de febrero. Cuéntenos acerca de este registro y, especialmente, sobre lo que supone para su conjunto y para un coro español formar parte del catálogo de un sello de la relevancia internacional de Hyperion Records.
Es sin duda una feliz coincidencia el que vayan a estar disponibles el mismo día tanto el CD por el que me pregunta, como esta entrevista. Personalmente estoy absolutamente ilusionado con este disco, pues cada persona que está teniendo la oportunidad de escucharlo antes de su salida oficial me está diciendo que ve en él cosas muy especiales. Evidentemente, se pusieron los medios necesarios para lograrlo, pero eso no garantiza que el producto pueda salir bien. ¿Qué significa para nosotros estar en Hyperion? Pues un sueño, dado que no lo habíamos planeado así. El CD se planteó como una culminación en nuestra continua relación con Peter Phillips; usando como excusa nuestro 20.º aniversario, decidimos grabar con él un disco de polifonía renacentista –nos parecía una excelente idea a priori–. Él después decidió llevarlo a Inglaterra, enseñárselo a los dueños de Hyperion, a los que parece que realmente les gustó… Y este es el resultado. Así que puede imaginarse como estamos. Hay, además –a la espera de ver cómo funciona este primer disco, por supuesto–, sensación de que la colaboración con el sello puede continuar en el futuro, con otras grabaciones. Para un coro español es algo impensable, así que vamos a disfrutarlo todo lo posible.
Son ustedes el primer conjunto vocal español que graba en el sello inglés. Creo que esto es un dato que habla de la importancia de este proyecto.
Realmente no estaba seguro de este dato, así que agradezco que me lo aclare. Dicho lo cual, hago dos lecturas de ello: por un lado, que el mérito de LDO es evidente en cuanto a su rigor a lo largo de los años, de hacer un trabajo continuado casi con la misma gente, con un grupo bastante sólido, lo que desemboca en una cierta cohesión y en una manera concreta de hacer las cosas. Esto es algo que muy probablemente hayan hecho otros antes, pero se da la circunstancia –que no hay que obviar– de que tenemos a una primera figura de la interpretación de este repertorio, como es Peter Phillips, sin el cual no habría sido posible nada de esto, por supuesto. Quiero pensar, no obstante, que aquí se dan ambas circunstancias, es decir, la presencia de Peter, pero también ese buen trabajo que se ha ido llevando a cabo a lo largo de los años. Una sin la otra no serían posibles; sin duda se ha tratado de otra feliz coincidencia. Por tanto, significa muchísimo para nosotros, porque tenemos en este país muchas personas que aman esta música, por lo que estoy seguro que sabrán apreciar este producto, que por otro lado nos proporcionará, además, mucha visibilidad, no solo en España, sino en toda Europa –ya están saliendo críticas fantásticas del CD en medios especializados de gran importancia internacional–.
La relación de LDO con una figura de la talla de Peter Phillips ha supuesto un antes y un después en su historia. ¿Cómo se forjó este idilio musical?
El primer acercamiento hacia él vino de la mano de un par de cantores de LDO [Millán González y Fernando Fernández], que en cierto momento asistieron a un par de cursos de especialización de este repertorio con él en Barcelona y London, creo recordar. Uno de ellos [Millán], al que le atraía mucho esta música, pensó que sería fantástico que LDO pudiera trabajar con alguno de estos directores importantes en ese ámbito. Él fue, quizá, la persona que puso el foco en Peter –por supuesto, yo conocía su trayectoria y el increíble trabajo que hace con The Tallis Scholars, de los que soy un gran seguidor; pero también me había fijado en otras personas–. Sin embargo, él tenía muy claro que debía ser Peter –sin conocerle bien–, no sé muy bien si por su carácter o su manera de afrontar esta música. Él estaba convencido de que funcionaría. Hablaron con él acerca de nosotros, le propusieron una invitación y resultó ser como parecía: una persona humilde, un «antidivo» y alguien al que le mueve una vocación por este repertorio. Él aceptó gustoso venir a trabajar con nosotros; no sé si esperaba encontrar algo mejor o peor, pero lo cierto es que nosotros lo llevamos a cabo con mucha ilusión, trabajando mucho la preparación previa. Yo diría que hubo un flechazo, tanto musical como humano. Los proyectos fueron poco a poco continuando a partir de aquella primera colaboración, hasta el punto de uno o incluso dos por año en los últimos siete. La relación es ya tan estrecha, que hasta le hemos nombrado nuestro Director honorífico –título que aceptó con mucha ilusión–, dado que cada una de sus colaboraciones con nosotros es absolutamente honesta y entregada al 100%. Esa generosidad, con ese nivel superlativo, es algo que se conjuga en él y que no es muy habitual. No cabe duda, por otro lado, que a nosotros nos favorece mucho el tener a alguien de este nivel a nuestro lado. Todas las partes se benefician, diría.
Para muchos, El León de Oro es un coro milagro. Ya han celebrado las dos décadas de historia, y continúan casi más fuertes que nunca. ¿Cuál es el secreto para mantenerse arriba con una agrupación coral de este tipo, que como es sabido son tremendamente cíclicas?
Son muchos factores. No se puede hablar de una fórmula. Mejor dicho, son muchos los factores que conforman esta fórmula. A lo largo de estos más de veinte años –en los que hemos cambiado tantísimo desde el origen hasta lo que somos hoy– ha habido un notable cambio en nuestras filas, sobre todo en el perfil de los cantores, pero también en los objetivos perseguidos. Es muy difícil hablar de uno mismo, de una criatura que has creado. Te diría que el secreto puede estar en la entrega total –tanto mía como de Elena Rosso–; es una cuestión –no voy a decir de sacerdocio, pero casi– simplemente de entregarse de forma total. Hay quien tiene hijos, hay quien tiene animales y hay que tiene conjuntos musicales. Para nosotros este grupo es mucho más que un proyecto musical, es una vocación absoluta. Tratamos de cuidarlo todo lo que podemos, intentando prevenir los posibles cambios de cantores, los posibles avatares que puedan llegar –como en cualquier conjunto–, hasta tal punto que decidimos crear una cantera coral que pueda asegurar la continuidad. Ahora nos encontramos en una fase de cierta encrucijada, en la que estamos tocando muy de cerca el mundo profesional, pero no eres profesional; por tanto, se te plantean otro tipo de problemas. Cuando hablo de profesional, me refiero al aspecto económico y de remuneración, no al puramente musical. Para mí, LDO es un coro profesional total y absolutamente; pero no ahora, sino yo diría que hace ya unos doce años. El trabajo que hacemos es profesional, sin ninguna duda. Yo también trabajo con grupos profesionales al 100%, y puedo decir que no diferencio absolutamente en nada la manera de trabajar en LDO a la de otros conjuntos. Quizá no soy el más indicado para analizar cómo ha llegado esto hasta aquí, ni lo que pueda pasar en el futuro. Vamos a aprovechar el momento y llevarlo hasta donde las fuerzas y la salud lo permitan.
LDO ha sufrido una fuerte renovación en los últimos tres años, con gran parte de la plantilla nueva. ¿Cómo han sabido adaptar esto a la estructura coral –que en su caso es muy potente– ya existente?
Si bien es cierto que siempre ha existido una renovación natural de los cantores –normalmente en un porcentaje bajo–, hace pocos años se conjugaron diversos aspectos que conllevaron la partida de un número mayor de lo habitual. Quiero pensar que es una cuestión generacional, de personas que crecen y buscan sus objetivos personales, los cuales a veces les impiden seguir contigo. La adaptación de los nuevos miembros ha sido en este caso como siempre ha sido, dado que LDO es un conjunto con una personalidad y una forma de trabajar, así como un sonido, muy asentados, por lo que el trabajo con los cantores nuevos consiste básicamente en darles tiempo y ayudarles a que se integren. También es cierto que el perfil del cantor ha cambiado muchísimo a lo largo de estos años. La preparación musical del coro actualmente es altísima; yo siempre digo que quizá no tenga un coro de cantantes, pero sí de músicos, que además están muy preparados. Actualmente un 75 o 80% de los componentes posee una titulación superior o estudios musicales muy extensos. La formación vocal es diversa, aunque nosotros tratamos de poner los medios para que sea siempre lo mejor posible –con profesores de técnica vocal para cada cantor– y que los que estén un poco más atrás en la vocalidad se puedan poner al día con el resto de sus compañeros. Por tanto, remando en todas estas direcciones intentamos asentar el grupo. Las mujeres vienen normalmente de la cantera, por tanto, ya con la idea de lo que queremos en LDO; es sin duda más fácil. Los hombres, que suelen más escasos y problemáticos a la hora de mantenerlos en plantilla, requieren más de este tipo de herramientas de las que he hablado. En resumen, no hay una manera especial de actuar, simplemente adaptar a cada persona de la forma oportuna. Siempre hay que tener previsión, por supuesto, por lo que pueda pasar. En estos momentos dispongo de unos cincuenta cantores, de los que puedo disponer cuando lo necesite, aunque en los conciertos el número suele rondar los cuarenta/cuarenta y cinco. Trabajamos desde un concepto de geometría variable, podría decirse, adaptando el número de cantores al repertorio concreto, pero siempre disponiendo de material suficiente para poder llevarlo todo a cabo con garantías.
Este es un punto interesante sobre el que me gustaría incidir. En esa facilidad que tiene LDO adaptar la plantilla para acometer uno u otro repertorio –algo no especialmente común en España, si exceptuamos algunos conjuntos profesionales–, se observa además una capacidad para mantener un nivel muy estable en el resultado sonoro y la calidad interpretativa. Es una visión más dúctil del coro, como puede encontrarse en los conjuntos noreuropeos. ¿Esto ha surgido de una forma natural o es un enfoque que se ha ido creando de forma específica?
Primeramente, ha supuesto un riesgo para nosotros. Creo que con el coro mixto «grande» –de treinta cantores hacia arriba– siempre nos hemos sentido muy cómodos, bien protegidos y hemos sabido crear un sonido rotundo, particular y muy nuestro. En el momento en el que empezamos a interpretar música renacentista de una manera más habitual es cuando vimos la necesidad de reducir miembros, nunca hasta los extremos de un conjunto vocal –no sé si ha llegado el momento de llevar esto a cabo ni si lo pretendemos en realidad–, pero sí a un coro de cámara con tres o cuatro cantores por cuerda, con el que lograr una mayor flexibilidad para este repertorio. Si quitas cantores siempre te arriesgas desde el punto de vista vocal, pero nosotros lo hemos hecho. Lo que considero que deberían hacer las agrupaciones vocales –sean o no profesionales– es conocer muy bien sus voces y adaptarlas a según qué repertorio se interprete en cada ocasión. Estoy seguro de que en los coros profesionales hay voces fantásticas para ese repertorio más antiguo, pero hay que mezclarlas y acoplarlas bien. Igual que para hacer sinfónico-coral, para lo que necesitas voces con más cuerpo, proyección y un perfil distinto. Creo que habría que diferenciar, por tanto, los tipos de voces, al igual que sucede en la paleta orquestal, con timbres y registros diferenciados en cada instrumento. ¿Por qué no hacer lo mismo con las voces? En LDO estamos intentando llevar esto a cabo de forma importante, buscando las voces que mejor se adaptan para cada repertorio. Tengo voces más grandes en el coro que no están interpretando los programas de polifonía renacentista, por ejemplo.
Y todo esto sin un apoyo económico sólido detrás, ni una entidad pública que sostenga sus necesidades. ¿Cómo es posible que una autonomía que tiene nada menos que dos orquestas sinfónicas profesionales –que pagan el Principado de Asturias y el Ayuntamiento de Oviedo– no se plantee la existencia de un coro que pueda mantener una temporada estable?
Bueno, no solo lo reduciría a Asturias, sino que lo extrapolaría a todo el territorio nacional. En cuanto a nuestra financiación, también estamos trabajando en este campo, intentado fortalecernos estructuralmente. Desde hace cuatro años disponemos de una agente, como es Adela Sánchez, que nos está ayudando en la gestión de los conciertos, y cuya incidencia se está notando de forma apabullante en cuanto a la cantidad y calidad de los mismos. También estamos desarrollando una especie de oficina –con ayuda que nos brindan algunas personas cercanas al coro– con la que movernos para conseguir subvenciones y patrocinadores, pero también en otros aspectos. Sin duda estamos trabajando sobre todo ello porque creo que es el futuro, al menos si pretendemos abordar ciertos proyectos. En cuanto a las ayudas, contamos con algunas del Ayuntamiento de Luanco, el INAEM, el Ayuntamiento de Oviedo –que nos proporciona algunos conciertos– o el Ayuntamiento de Gijón –que nos cede algunos espacios y ayudas de otro tipo–.
¿Por qué el Principado no ayuda? Pues imagino que porque ya tiene la orquesta, la cual se lleva gran parte del presupuesto, como es lógico. Tener una orquesta sinfónica es un orgullo, no cabe duda, además de una necesidad. Igualmente hay que aplaudir al Ayuntamiento de Oviedo por tener una orquesta y mantenerla. Quizá no hay coro por culpa nuestra, en buena medida, dado que les hacemos la misma función que un coro profesional cuando es necesario, así que no lo requieren. También hay en Asturias agrupaciones como el Coro de la Ópera de Oviedo o el Coro de la Fundación Princesa de Asturias, que pueden acometer también este tipo de funciones. Hay grupos, por tanto, que asumen ese rol, así que el Principado se «aprovecha» de ello para obviar la necesidad de crear algo específico para ello; del mismo modo, y quiero pensar que con buena intención, esto sirve para darle la oportunidad a diversos conjuntos corales como el nuestro. Es una casuística particular. Aun así, debo decir que cuando se detecta calidad en algún foco musical, esta debería intentar ser potenciada e incluso, por qué no –como ha ocurrido con coros como el de la Comunidad de Madrid y otros–, que torne en algo más profesionalizado y pueda dar seguridad a un conjunto. Si esto ocurriera, el estar siempre en vilo se disiparía un poco, porque al existir medios, los cantores podrían tener una tranquilidad mayor y más estabilidad con relación al proyecto. Por otro lado, tener una autonomía institucional te da más escasez económica, pero una mayor libertad, lo que a veces es impagable, porque tú puedes decidir tu programación, tu repertorio… De la otra manera, seguramente estarías sometido a una programación más fija, probablemente dependiente de la orquesta o de los organismos correspondientes. Es uno por otro. Tener un equilibrio entre ambas cuestiones sería lo idóneo, es decir, un apoyo institucional que te dejase trabajar libremente.
Afortunadamente, ahora cuentan con cierto apoyo privado como ayuda en algunas de las necesidades económicas que una formación de este tipo requiere. ¿Es suficiente?
Suficiente no es. Para dar un verdadero salto a la independencia de los cantores en relación con otros trabajos y poder dedicarse de forma total a LDO, por supuesto que no lo es. Es una ayuda, qué duda cabe, y son apoyos puntuales que queremos alargar en el tiempo todo lo posible. Realmente si queremos dar un paso hacia la profesionalización deberíamos cambiar este modelo; y para cambiar el modelo deberíamos tener muchos más apoyo y seguridad económica.
Precisamente uno de los grandes retos de LDO en el futuro es el paso a la profesionalización absoluta. ¿Cómo se plantean este asunto?
Esta siempre ha sido una posibilidad y nunca una necesidad. Pienso que ya se podrían dar pasos en este aspecto en la situación en la que nos encontramos, pero con un grupo muy pequeño. La dicotomía viene en el posible impacto que una decisión así pudiera tener sobre el grupo. Siempre he ido frenando esto –pues ya se ha propuesto en ciertas ocasiones–, no por un interés personal –evidentemente yo iba a ser más libre para plantear la música–, pero no quiero perder la riqueza humana que existe en este coro. LDO es mucho más que un conjunto musical: es un grupo humano, una filosofía de ver la música, de ver la propia profesión de músico. No digo que no a la profesionalización, pero no es una necesidad rápida, como todo lo que se hace hoy día, que hay una prisa enorme por conseguir las cosas. Como todo en este coro, llegará, pero llegará de una manera natural. Y si no llega, sencillamente es que no debía llegar. De momento no estoy en el punto de forzarlo, aunque sí puedo decir que me haría ilusión tener un conjunto de cámara profesional, sobre todo en este tipo de repertorio renacentista, aunque quizá también en música contemporánea.
No sé cómo se ve en LDO el asunto de esa sombra que siempre sobrevuela a los conjuntos no profesionales, especialmente en el mundo coral, ese mirar por encima del hombro que tienen algunos hacia aquellos que no ostentan el estatus de «profesionales». ¿Sentís que esto sucede cada vez menos o todavía os sentís observados?
He de decir que puedo entender cierto recelo de los profesionales que se dedican al canto, tienen una titulación específica y se dedican a ello. Como dije antes, no tengo un coro de cantores profesionales, pero sí de músicos profesionales; esto para mí pesa a la hora de defender mi argumentación, si es que es necesario. Son músicos profesionales con una formación vocal que poco a poco, por su estabilidad y manera de trabajar, consiguen ciertas cosas que son interesantes. Evidentemente, hay que mejorar en todos los aspectos: el vocal, el musical, la inteligencia coral… Cada vez estarás a un mejor nivel. Hablando de LDO, no noto este rechazo directo, aunque tampoco nos preocupa en exceso, dado que tenemos la conciencia tranquila de saber que cuando subimos a un escenario lo hacemos tratando de dar lo máximo, respetando además el espacio de los profesionales. El mundo está cambiando y el modelo de gestión de las agrupaciones también lo hace. Quizá los profesionales deban pensar en ser más versátiles en ocasiones, como los no profesionales tienen capacidad de hacer, adaptándose a más proyectos diversos, también porque disponen de más tiempo para ello. Creo que la clave está en que los profesionales pueden acometer muchas más cosas en relación con el tiempo del que disponen –muchos programas al año–, mientras los grupos como el mío llevan a cabo menos proyectos, los cuales pueden mimarse más. Son modelos distintos y que no deberían de crear ninguna suspicacia.
No es posible hablar de El León de Oro sin hablar de Elena Rosso, su compañera de fatigas y alma mater de los otros dos conjuntos que conforman el Proyecto LDO: «Los Peques» de El León de Oro y Aurum. ¿Cómo valora usted la labor que ha llevado a cabo con sendos conjuntos, además de la ayuda que le presta en el propio coro mixto?
Elena es una pieza tan fundamental del proyecto, que diría que sin ella no existiría LDO, por muchas cuestiones. Primero por su trabajo con la cantera y en el mantenimiento de los cantores, algo que vino dado por la necesidad de plantearse el futuro con ciertas garantías, pero también por eso apoyo incondicional que me brinda. Siendo una pareja que se dedica a lo mismo, que cuidan los mismos intereses, es difícil mantenerlo en el tiempo con cierta armonía; creo que lo hemos conseguido y ese es precisamente uno de los secretos y las bazas de este proyecto. No obstante, me gustaría resaltar especialmente un aspecto de ella –que no sé si llamar humildad–, que es el desprendimiento total de aspiraciones vanas, que son las que se suelen tener normalmente, ese querer aspirar a cotas de protagonismo. Elena carece de toda necesidad de brillar o de estar en la palestra. Esta es para mí su mayor virtud. Por supuesto, considero que su capacidad musical está a un nivel máximo, pudiendo hacer perfectamente el mismo trabajo que yo hago, de otra manera, pero sin ningún problema. Para mí es una de las mejores directoras que hay en este país –estoy convencido de ello–, y podría estar dirigiendo en cualquier lugar. Además, tiene ese don con los más jóvenes, el que supone trabajar de manera armónica y con un respeto total hacia lo que se hace, pero de forma totalmente natural, con niños desde los cinco años hasta las mujeres de treinta que tiene a su cargo. Trabaja de una manera natural, muy fácil, con mucho rigor y con esa humildad. Las cosas se disfrutan, se hacen por lo que son y no por las consecuencias que pueden conllevar… Este es un lema que muy poca gente está dispuesta a asumir.
Usted se ha formado a nivel superior como violinista, pero también como director de coro. Por increíble que parezca, en este país una titulación como la de dirección coral es poco menos que incipiente. ¿Cómo analiza esta situación?
Esta es una buena pregunta, porque es necesario comentar dicha situación. Antiguamente existían los estudios de dirección, así a secas y sin especialidad alguna, por lo que una persona que acudía para realizar dichos estudios se formaba, supuestamente, en toda la gama de dirección al respecto: orquestal, coral y bandística. Con el nuevo plan de estudios, en algunos conservatorios y centros superiores se tuvo la oportunidad de instaurar la separación entre dirección orquestal y dirección coral –también me consta que en alguno llegó a existir también la dirección de banda, aunque es todavía casi más incipiente que la nuestra–. En aquel momento –calculo que ya entrados los 2000–, los conservatorios que tenían más posibilidades implantaron esa especialidad de coro, de la que han salido unos cuantos titulados en estos quince años aproximadamente. No obstante, con la última ley implantada, debo decir que me parece que hemos involucionado con respecto a lo que teníamos, perdiéndose en muchos casos esa especialidad de dirección coral, pues se ha vuelto a integrar en los estudios generales de dirección. Únicamente ha sobrevivido en algunos grandes conservatorios, así como con el sector privado, como Musikene o ESMUC. Se trata sin duda de unos estudios que habría que potenciar como especialidad, porque estudiar cuatro años dirección está muy bien, pero cuando yo me formé eran cinco años únicamente dedicados a nuestra especialidad. Me parece fantástico que los directores tengan una formación lo más integral posible –algo que en mi caso no fue estrictamente necesario, dado que provengo del mundo orquestal, con el violín–, pero la realidad es que ahora mismo hay muy pocos sitios en España donde se pueda estudiar dirección coral de una manera profunda y específica. Siempre quedan los cursos de veranos y talleres de dirección, donde sin duda se forman muchos directores, pero no es lo más deseable de forma única.
¿Cómo ve el panorama coral nacional en estos momentos?
Por un lado, habría que centrarse en el mundo profesional, en el que existen muy pocos coros que ostenten esta categoría, tanto los sinfónicos y de cámara por un lado, como los que se encargan de un repertorio operístico y zarzuelístico más estricto, por otro. El número total, que no debe superar la docena, resulta claramente muy poco para un país que ronda los cincuenta millones de habitantes. Después estaría el mundo coral amateur, semiprofesional o no remunerado –llamémoslo como queramos–, en el que proliferan coros por doquier y en los que cantan probablemente cientos de miles de personas –no sé si se llegará a esa cifra, pero estaremos cerca–. Este panorama, si bien es cierto que históricamente se ha ceñido a algunas zonas concretas, con una tradición algo mayor, hay que reconocer que en los últimos años ha cambiado mucho y que existen otras regiones que se están sumando a aquellas que tenían más tradición, a lo que sin duda ha ayudado también la mejoría en la formación de las personas implicadas. Pero, el problema real es que sigue sin existir una escuela coral en este país, sino que continúa estando el foco donde hay un director o una serie de directores que tienen energía, habilidad y competencia para desarrollar una labor, pero siguen siendo impulsos personales. En España no existe todavía un tejido coral asentado. Podemos hablar de que en algunas zonas hay focos, pero no es suficiente. En cuanto a Asturias, creo que la situación es extrapolable al resto del territorio. Quizá nosotros hemos sido responsables, en buen parte, de haber creado un foco aquí, con nuestro proyecto, aunque es bien cierto que es nuestra región ya existía una cierta tradición coral, aunque a mi modo necesitaba de una renovación.
Hablemos de su papel en el mundo coral actual. Usted es requerido permanentemente como director invitado de agrupaciones de todo tipo –profesionales, semiprofesionales y amateurs–. ¿Con cuáles se encuentra más cómodo y cuál es su planteamiento en relación a cada una de ellas, si es que las diferencia?
La pregunta tiene mucha miga, porque existe tal variedad de grupos corales, que es complejo acotar. Sin duda, lo primero es estar prevenido ante todo y tener muy claro dónde vas a trabajar. No obstante, el enfoque siempre es el mismo: tratar de sacar lo máximo de aquellos a los que tienes delante, intentando recoger su energía, cualidades, su entrega en algunos casos, su pasividad en otros, la diversa preparación de cada cual… y con todo ello crear música. El director de coro ha de ser como un camaleón, pues en muchas ocasiones no hay nada hecho previamente. Me explico, con la orquesta –y todo lo que conlleva por su profesionalidad– se tiene la suerte de partir de unos parámetros ya bastante altos, siendo raro encontrar una orquesta que no suene a la primera, por decirlo así, dado que el mundo amateur apenas existe. En cambio, en los coros suele ser necesario construir más ese sonido, la afinación e interpretación, cuidar mucho más el instrumento –en una orquesta el timbre, por ejemplo, ya viene prácticamente dado, y aunque hay que ajustar otros parámetros, no es un trabajo tan minucioso–; sin embargo, un director de coro quizá tiene que velar más por el instrumento.
Dicho lo cual, me encanta trabajar con todo tipo de coros –todo lo que se suponga poder hacer música es siempre bienvenido y supone una alegría–, pero debo confesar que me encanta trabajar con jóvenes, porque suelen aportar mucha energía y frescura. Tuve la oportunidad de trabajar con este tipo de perfil en el Conservatorio Superior del Principado de Asturias, por ejemplo, o con un proyecto en el que ahora estoy metido ahora en Andalucía, el Coro Joven de Andalucía, perteneciente al Programa Andaluz de Jóvenes Intérpretes de la Junta. Me encuentro muy cómodo en ese rango de edad, entre los 20 y 25 años. También me encanta trabajar con coros profesionales, por motivos obvios, pues existe ya una estructura, llegas y vas directamente a ensayar, dispones de muchos medios a tu alcance, tienes la posibilidad de hacer muchos tipos de música y, en definitiva, aprendes mucho. Es sin duda un aprendizaje diario. Lo que más se ha de poner de manifiesto en relación a todo esto –creo que en todos los casos, pero más en el del coro– es que el director, amén de las habilidades musicales que se le suponen, debe de tener algo más, un parte de carácter y carisma en los que radica la verdadera potencialidad de un director; sin duda multiplica los resultados. La capacidad de hacer música o de estar bien preparado suma, pero lo que multiplica es la personalidad del director.
Ya ha tenido la oportunidad de trabajar con algunas de las agrupaciones vocales profesionales de este país, como el Coro de RTVE, el Coro de la Comunidad de Madrid y un ensemble vocal masculino del Coro Nacional de España. ¿Cómo recuerda esas experiencias?
Todos los recuerdos que guardo de estos proyectos son realmente buenos, no puedo decir otra cosa. Fueron experiencias muy satisfactorias y gracias a ellas mi dimensión como director es ahora otra, porque te ponen a prueba en todos los aspectos –tanto técnicos, como de preparación del ensayo, de resultado del concierto…–, te topas con grandes músicos en los ensayos, con dificultades que no esperabas a la que tienes que dar soluciones y, en otras ocasiones, con cuestiones que esperabas más complejas, pero que se solventan de forma más sencilla de lo que esperabas. Por hablar de forma más específica de cada una de ellas, la experiencia con el Coro de RTVE fue fabulosa, porque me encontré con un instrumento del cual no conocía la potencialidad real en cuanto a la capacidad de sonido y de la cual me quedé muy sorprendido, de esa gama sinfónica, diría, que tiene este coro, que es capaz de hacer un crescendo casi como una orquesta, por ejemplo. Se ve que es un coro que está acostumbrado a resolver. El programa que hicimos, con esa misa a doble coro de Josef Rheinberger, siempre quedará en mi memoria, porque creo que la defendimos muy bien, con el coro involucrado. Recuerdo con mucho cariño a todos, en un momento en el que yo no estaba anímicamente bien –con mi padre muy enfermo–, pues recibí un apoyo de todos ellos realmente increíble. Es un coro formado por grandes personas, lo tengo que decir. Ahí está su trabajo, que es de sobra conocida. Creo que tienen una potencialidad extraordinaria. Por otro lado, conozco su situación actual, en la que existen ciertos problemas con los profesionales que acuden de refuerzo, a los que parece no se está tratando muy bien desde la institución, no salen pruebas, no cobran suficiente, existe un agravio comparativo con otros cantores –personalmente recuerdo no encontrar diferencia alguna entre los fijos y los refuerzos–. Quizá se deban cuidar más los coros profesionales de este país.
Con el Coro de la Comunidad de Madrid he tenido la oportunidad de colaborar en varias ocasiones en los últimos dos años. Me propusieron como uno de los candidatos a ser titular de la formación, trabajando con ellos una temporada en la que invitaron a diversos directores a preparar dos programas, uno como mero preparador –en el que tuve la oportunidad de montar una obra de estreno para el director titular de ORCAM, Víctor Pablo Pérez, sin duda un reto complicado [con una obra de Leoš Janáček además del estreno] y un trabajo muy interesante en esa vertiente de director preparador– y otro ya como director, en el que interpretamos un programa con música del Romanticismo y del siglo XX –que creo le va muy bien a este coro, un poco más pequeño que el de RTVE–. Es un coro con una gran actitud a la hora de ensayar, con profesionales de mente abierta y con muchas ganas de hacer buena música. Disfruté mucho de ambos programas. Posteriormente me reinvitaron para realizar otra aportación en lo sinfónico-coral, con una misa de Haydn, un repertorio diferente de lo habitual, con el que aprendí que un coro con este tipo de voces ha de adaptarse a todos los repertorios, no solo a lo sinfónico-coral más grande, sino tan bien a una obra de características más camerísticas, así como al repertorio estrictamente a cappella. Creo que el Coro de ORCAM es un coro heroico, con un mérito enorme, porque tan pronto te canta un motete renacentista, como lo encuentras cantando una obra sinfónico-coral de enormes dimensiones. Habría que pensar en reforzarlo quizá un poco, para poder dar descanso a algunos cantores y hacer programas de diversos tipos. No obstante, es un coro con una potencialidad extraordinaria, con el cual ojalá pueda volver a colaborar pronto.
En cuanto al Coro Nacional de España [García de Paz dirigió en un proyecto del Ciclo Satélites al octeto masculino Analema Ensemble], lo poco que conocí me pareció excelente. Esta es la palabra. Me encantaría poder trabajar con el coro completo. El trabajo con los ocho cantores a los que tuve oportunidad de dirigir fue muy bueno; en muy poco tiempo se acoplaron y ajustaron a hacer música de cámara con grandes resultados. Fue una experiencia preciosa –también en la sala de cámara del Auditorio Nacional–, con un programa muy variado que iba desde el Renacimiento hasta Krzysztof Penderecki. Si todo lo que hay dentro del Coro Nacional es como lo que hay en este grupo, quiero pensar que tiene un futuro esplendoroso.
Además, suele ser requerido como jurado en varios concursos corales del panorama nacional e internacional. ¿Cómo afronta uno esta labor de analizar y puntuar a otros conjuntos? ¿La realiza gustoso o no es una actividad que le agrade en exceso?
Este tema al principio me parecía bastante complicado y me asustaba un poco, sobre todo el tener que poner en valor el trabajo de otras personas. Con el tiempo –tengo bastante experiencia ya como jurado–, y por los resultados que suelen salir en los concursos, parece que no estoy muy lejos de lo que pueden opinar otros compañeros, lo cual me dejo más tranquilo. Pienso que un jurado debe ser una persona que haya manejado la música coral al nivel que se está exhibiendo; hemos de entender el trabajo, esfuerzo y preparación de un conjunto cuando acude a un concurso de este tipo, en el que te juegas todo en muy poco tiempo, así que conviene que quien lo esté juzgando comprenda todo lo que hay detrás. Poco a poco creo que he ido acertando al intuir esto, aunque después haya que basarse en datos objetivos para puntuar. Por supuesto, es una labor compleja, que requiere siempre ser justo y saber lo que está pasando en cada momento. No es una actividad que me desagrade, especialmente porque aprendo mucho de ella: conozco nueva música y nuevos músicos, lo que me satisface enormemente –uno de mis lemas vitales es intentar aprender de todo–. No obstante, diría que es algo que es mejor hacer espaciadamente, sin mucha frecuencia, aunque hay veces que se te presentan propuestas de forma muy seguida, las cuales no puedes dejar de aceptar. Este año estaré en varios concursos internacionales –algo que me gusta especialmente, pues la variedad de coros es increíble–, pero también nacionales –concursos en los que ya conoces el panorama mucho mejor y tratas de ser escrupulosamente objetivo–.
En relación a este aspecto de los concursos, y dejando ya su faceta de jurado, sino regresando a su trabajo al frente de LDO –un coro que ha practicado de manera asidua y muy exitosa esta faceta–, ¿cómo enfoca este tipo de concursos con su coro –un aspecto este siempre conflictivo, dado que son muchos los que critican que la música debe estar alejada de este tipo de competencias–?
En el caso de LDO –que lleva casi sesenta premios a lo largo de su historia, entre nacionales e internacionales– es quizá un tanto extraño y poco frecuente, creo, porque el propio coro nació en un concurso; lo lleva, pues, en el ADN. ¿Cuándo acudimos a un concurso? Muy sencillo, cuando queremos cambiar de estadio. Cuando quise cambiar de Asturias al panorama nacional, empezamos a presentarnos a los concursos nacionales. Cuando quise que diéramos el salto a Europa y a ser conocidos en otros lugares, acudimos a los concursos internacionales. Cuando estos últimos empezaron a ir bien y ya tenía un coro bastante conformado en este aspecto, empecé a dejarlos un poco fuera de nuestra mentalidad y dedicar más nuestro tiempo solamente a la música. Es cierto que un concurso en sí mismo es algo antinatural, no tiene mucho que ver con la cuestión puramente musical, pero la experiencia me dice que los cantores se ponen las pilas, se motivan enormemente –al menos los míos– y, por otro lado, creo que soy una persona que sabe competir, es decir, elegir un programa muy adecuado, tratando de estar brillante el día del concurso y que inculca a los cantores la importancia de hacer el mejor papel posible, pero en sana competencia. En realidad les engaño un poco, porque lo único que persigo es que el coro pegue un salto más hacia delante, pero también que vean y escuchen otras propuestas, que abran su mente. Un concurso debe ser siempre un medio, nunca un fin, porque si no te puedes ahogar. Si el coro está en un período de reconstrucción, con alguna cuerda que se ha reforzado mucho o se presenta algún tipo de contratiempo, nunca viene mal un concurso para volver a poner al coro en su sitio. Es casi una cuestión de lutería coral, es decir, estoy arreglando mi instrumento e intentando que sea mejor para poder acometer después el trabajo que me gusta de verdad, el puramente musical. Dicho lo cual, un concurso cuesta mucho sacrificio y esfuerzo; conlleva el tener que estar muy expuesto, y como no todo el mundo está dispuesto a estar muy expuesto, pues entiendo que no lo hagan. Pero, como en mi caso no me importa mucho exponerme –dada mi experiencia y que puedo admitir que un día se puede estar peor y otro mejor–, me lo sigo planteando. El caso es quedar satisfecho con tu trabajo, y en caso negativo, admitir que debías hacerlo hecho mejor. Creo que los fracasos son necesarios y positivos para reinventarse; una crisis es una oportunidad, así que un fracaso también lo es.
Sus compromisos más recientes y futuros tienen a la Milano Choral Academy, el 35th International Choral Festival of Preveza o el VIII Early Music Morella como protagonistas, por mencionar solo algunos. Realmente está usted asentándose como un referente en la dirección coral, pero últimamente y de forma considerable también en el de la polifonía renacentista. ¿Le hace esto especial ilusión?
El mundo de la dirección es un mundo cambiante, que pasa por épocas y en el que además tú no eres el dueño de tu destino, pues las invitaciones van y vienen. Es cierto que últimamente estoy teniendo mucho predicamento en diversos lugares y parece ser que las puertas se mantienen medio abiertas tras visitar estos lugares, algo que me alegro mucho. Este año voy a estar mucho en el extranjero, sí: Bulgaria, como jurado, Francia –en Tours, a participar con LDO en un concurso–, Grecia, Italia y otras cosas que trae además el futuro, algunas de ellas nacionales [Sevilla y Mallorca]. Dentro de estas actividades me gusta especialmente la enseñanza de la práctica de la dirección, por ver a los directores jóvenes, qué ideas tienen, cuál es su energía y poderles transmitir mi experiencia, pues al fin y al cabo se trata de un intercambio de conocimientos; no es más que eso, compartir tus experiencias con personas que quieren aprender.
En cuanto al tema de la música antigua, siendo sincero es algo que me hace muchísima ilusión. Que se me pueda ver, no diré referente, porque es una palabra excesiva, pero sí como alguien que puede tener algo que decir en este repertorio, me encanta, porque lo amo y me apasiona. De todas maneras, nunca se está suficiente preparado para abordar la música de esta época, porque requiere de una erudición muy amplia, estar históricamente bien informado, pero también saber manejar los grupos y la música de una manera nítida. Creo que la musicología es muy importante, pero no puede sepultar a la música, siempre lo digo; ha de existir un equilibrio entre ambas, las decisiones de un intérprete, por un lado, y el gozar de fuentes lo más pulcras posibles, por el otro. Creo que hoy se está avanzando mucho en todo esto y tenemos la suerte de poder beneficiarnos de ediciones, textos, tratados y demás fuentes que facilitan la labor. Vivimos, sin duda, en una época muy buena para él intérprete; otra cosa es que haya suficientes conciertos y que todo ello trascienda al gran público, pero poco a poco se está haciendo mucho.
¿Qué le espera en un futuro cercano a usted, por una parte, y a LDO como proyecto, por otro?
Con LDO las cosas pintan muy positivas: tenemos contacto con festivales importantes, lo que se traducirá en conciertos en el Ciclo La voz humana de Granada [LDO, 16 de febrero; Aurum, 17 de febrero]; el Festival de Música Antigua de Sevilla, con un concierto especial, dado que interpretaremos la Messe pour double chœur, de Frank Martin, como segunda parte, con una primera dedicada al Renacimiento, además del estreno de una obra contemporánea de un compositor sevillano –que llevará a cabo el Grupo Vocal Kea, quien nos acompañará en la misa–; también conciertos importantes para septiembre, con Peter Phillips [Zamora y Santiago de Compostela]; parece ser que el CNDM quiere volver a contar con nosotros –algo que podría producirse finales de 2019–. Además, se está fraguando una relación para un proyecto muy importante con Jordi Savall para 2020 –que pronto podremos anunciar–, por el cual estamos muy ilusionados. Existe también una posibilidad, que estamos barajando, de presentar nuestro CD en concierto en Inglaterra con Peter. Por mi parte, todo lo que hemos ido contando ya, un año que viene cargado de mucho trabajo, tanto en España como en el extranjero, y que me tiene muy ilusionado de poder seguir haciendo música, que al fin y al cabo es lo que me gusta hacer en la vida.
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