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Crítica: Florian Boesch en el Ciclo de Lied del Teatro de la Zarzuela

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Autor: Óscar del Saz
28 de enero de 2021

Un Winterreise alicorto

Por Óscar del Saz | @oskargs
Madrid. 25-I-2021. Madrid. Teatro de la Zarzuela. XXVII Ciclo de Lied. Recital 5. Franz Schubert (1797-1828), Winterreise, op.89, D 911 (1827). Florian Boesch (barítono), Justus Zeyen (piano).

   El Ciclo de Lied, coproducido por el Teatro de la Zarzuela y el CNDM, ofreció un nuevo recital de Florian Boesch, artista residente del Ciclo en la presente edición, dado que estará presente en tres recitales, de los cuáles éste es el segundo. En esta ocasión, abordó el paradigmático Winterreise [Viaje de invierno] de Schubert, con poemas de Wilhelm Müller (1794-1827), uno de los ciclos de canciones más conocidos e interpretados de la Historia de la Música, acompañado por el pianista Justus Zeyen, que según nos hemos enterado, hubo de sustituir ‘in extremis’ al pianista Malcolm Martineau -que es su pianista habitual- porque no pudo viajar a Madrid. Boesch culminará su periplo como artista residente interpretando -14 de junio- la obra Reisebuch aus den österreichischen Alpen [Diario de viaje sobre los Alpes Austriacos], op.62, del vienés Ernst Krenek (1900-1991).

   Contando sólo con 26 años, cuatro después de la composición de Die schone Müllerin (La bella molinera), y sólo cinco antes de su muerte, Schubert, ya muy enfermo de sífilis, adaptó 12 poemas de Müller, que siempre vivió muy perturbado psicológicamente al haber perdido a su madre y hermanos a una edad temprana. Al año siguiente, Schubert agregó otras 12 canciones a la colección (cambiando el orden de las primeras doce), llevando el ciclo a una sombría construcción que parece desprenderse directamente del estado anímico del propio Schubert, habiéndose instalado en él -desde que enfermara- una preocupante frialdad invernal en el alma.  


   Winterreise fue inicialmente pensado por Schubert para la voz de tenor (dado que él lo era). El músico, desde un principio, aceptó la idoneidad de una voz más grave, sin duda más apta para expresar las sombras emocionales del texto, intentando conservar siempre el esquema tonal de todo el ciclo, transportando algunas de las canciones para que todo cuadrara. Ni que decir tiene que Winterreise es una obra de poderoso magnetismo, tan popular como profunda. Quizá ello es lo que justifica su innegable longevidad en los escenarios. Nos gusta comentar que, si en él están contenidos todas las angustias, las soledades, las inquietudes, los cambios y los miedos del propio compositor, también lo estarían los de cualquier ser humano.

   Pero vayamos con las condiciones/hipótesis de contorno que debe reunir -como mínimo- cualquier interpretación de esta obra… Una de ellas, la principal, es que aunque obviamente hay personaje (un mendigo, un vagabundo, alguien destruido en vida), apenas hay acción, porque todo sucede encapsulado en una absoluta introspección, con estados psicológicos del ‘Yo’ enfermo que enlazan unos números con otros, pero siempre de forma errática, en círculos irregulares, sin dirección aparente.

   La única meta segura es la propia muerte del ser romántico, bajo la indiferencia de Dios -según teorías musicológicas y biográficas sobre las creencias religiosas del compositor-, que está representada por el viejo y tétrico zanfonista del final del Viaje. En cuanto al piano, siempre se espera del instrumentista una contribución etérea, quintaesenciada y muy amalgamada con el solista vocal.

   A nuestro entender, la versión que nos propuso Boesch pecó, en los momentos clave, -aquellos que necesitan de mayor grado de introspección- de una desmedida -por sobreactuada- afectación, en modo alguno acompañada por belleza vocal, sino más bien al contrario. De verdad que no entendemos que en esos momentos introspectivos en los que también se demanda la tesitura aguda, el cantante se limitara a sobreactuar con feos sonidos abiertos y afalsetados, laringe muy alta, todo -hasta la pose- exageradamente forzado.

   Ello, no se justifica ni siquiera pensando que el recurso fuera meramente expresivo o de locura del personaje, olvidando que la técnica vocal, la de sonidos impostados, apoyados, con proyección, también puede ponerse al servicio de la expresividad del texto, sin perder el más puro estilo liederista, que tiene que ver con que se mantenga intacta la línea de canto, y que en los ascensos a los agudos o al enfatizar palabras clave o por mostrar fuertes estados emocionales, se opte por ‘ensuciar’ los sonidos precedentes con perniciosos ‘sucédaneos’ de un canto técnicamente ortodoxo.

   Si dividiéramos mentalmente el Viaje en cuatro etapas -de 6 canciones cada una-, digamos que en la primera de ellas hubo unos pocos fulgores intermitentes de belleza interpretativa, como en Gefror’ne Tränen [Lágrimas heladas] y en Der Lindenbaum [El tilo], en esta última más por parte de Justus Zeyen que por nuestro barítono, que en general fue muy reservón para dar la debida fluidez a este tramo.

   En la segunda etapa, sólo destacamos positivamente la complicada y difícil de cantar Rückblick [Mirada hacia atrás]; y por el desmedido afectamiento/amaneramiento comentado, Frühlingstraum [Sueño primaveral]. En el resto de esas 6, reinó la aspereza vocal a poco que se demandara volumen y zona aguda.

   A peor, sin duda, fue en la tercera sección de 6, cantando de forma muy tensionada Die Post [El correo], y afectadísimo en Der greise Kopf [La cabeza gris], salvándose a medias Der stürmische Morgen [La mañana de tormenta], que es la canción que más claramente habla del ‘indómito invierno’ -desde el punto de vista puramente meteorológico-, y que tanto piano como voz dibujaron adecuadamente en las dinámicas.


   Para el último tramo, verdad es que le sirvió para terminar la obra mucho mejor que la comenzó. Sin embargo, la lentísima Das Wirtshaus [la posada] no pudo más que corroborar nuestro mencionado desencanto sobre la versión realizada por Boesch; y sí, aceptamos Mut [Coraje] y Die Nebensonnen [Los parhelios] como muestras de ejecuciones ‘salvables’ por su fuerza y correctos enfatizados.

   En el remate, una muy aceptable versión de la belleza hipnótica de Der Leiermann [El zanfonista], que es en donde se resume la inteligente delineación de Winterreise: encontrar al final la paz del camposanto (aquello de lo que habla en Das Wirtshaus [La posada]), y poder saldar cuentas de aquello que en la vida nos ha sido desfavorable, pero que en la muerte encuentra su finalidad y su bálsamo definitivo.

   En resumen, para nosotros una versión bastante alicorta, deslucida, en toda la gradación de grises que en esta obra es necesario desplegar: una versión afeada y afectada, de Winterreise, por todos los argumentos que hemos dado, contando además con que se notó cierto desapego entre ambos intérpretes, y el binomio voz-piano se resintió a veces, dado que -sirva como disculpa- quizá es porque no trabajan estrechamente de forma habitual.

  Por supuesto que hubo cosas buenas, muy valorables, como pueda ser que Florian Boesch también integre en la obra una articulación que se acerca en muchas ocasiones a la declamación más que al canto propiamente dicho, con una adecuada expresividad que es muy plausible aplicar, pero que a nuestro entender no compensó -o equilibró- las debilidades expuestas. El público, digámoslo también, premió la actuación de ambos artistas con aplausos e incluso con algunos ‘¡bravo!’, respetando esos segundos de ‘magia’ que surgen entre la última nota y los aplausos.

Foto: Rafa Martín

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