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Crítica: Recital de Florian Boesch en el Ciclo de Lied del Teatro de la Zarzuela

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Autor: Óscar del Saz
30 de septiembre de 2020

Orfebrería y un poco de bisutería

Por Óscar del Saz | @oskargs
Madrid, 28-IX-2020. Teatro de la Zarzuela. XXVII Ciclo de Lied del Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM). Recital 1. Obras de Franz Schubert (1797-1828), Hugo Wolf (1860-1903) y Frank Martin (1890-1974). Florian Boesch (barítono), Justus Zeyen (piano).

   Menor entrada de la prevista en esta nueva edición del Ciclo de Lied -veintisiete ediciones no son nada-, descontando las entradas que no deben ser ocupadas por las restricciones, dado que se veían bastantes claros en el patio de butacas, algunos palcos totalmente vacíos, y se percibía que en los pisos superiores no había tanta concurrencia, y eso que hemos de decir que el Teatro de la Zarzuela ha cuidado al máximo la seguridad sanitaria instalando alfombras antivirus en la entrada, cientos de amigables y bien diseñados dispensadores de gel hidroalcohólico -presentes por todo el teatro-, además de butacas perfectamente señalizadas y aisladas para guardar las debidas distancias, huyendo de las horribles cintas de plástico de estética «escena del crimen», colocadas de cualquier manera. Felicitémonos de haber vuelto a los escenarios. Necesitamos a la Cultura y a las Artes para seguir adelante, al menos desde un punto de vista psicológico y espiritual.  

   Nos gusta decir que «El Lied es bálsamo para el Alma, orfebrería de engarce entre el Verso, el Piano y la Voz» y, por tanto, tenemos pendiente en estas críticas, asiduo lector, ir entretejiendo un acicate que permita que el aficionado que degusta con fruición otros géneros lo haga también con el Lied, pero con conocimiento de causa. Además, el recorrido estético del Lied romántico alemán se puede hacer por el camino desde sus inicios -en forma de Volkslied (el Lied popular)- hasta su asentamiento estilístico como Kunstlied (o Lied artístico). También es posible realizar el recorrido a través de los músicos que se encargaron de llevar al pentagrama tantos y tantos versos de poetas, dando como resultado una única unidad emocional. Ambas opciones son muy interesantes y cada cuál sabrá qué le place más y dónde quedarse más tiempo disfrutando.  


   Estamos hablando -en orden cronológico- de Carl Philipp Emmanuel Bach y la Primera Escuela de Berlín, La Primera Escuela de Viena (Gluck, Haydn, Mozart), Beethoven, La Segunda Escuela de Berlín, Schubert (paradigma absoluto del género), Mendelssohn, Schumann, Liszt, Wagner, Brahms, Wolf, Mahler y Richard Strauss, como los más principales. ¿Quién querría perderse las maravillosas músicas de tales reconocidos creadores? Además, el pequeño formato -piano y voz- ayuda a hacer crecer en nuestro interior un mágico mundo sonoro que irá expandiéndose y haciéndose más entendible cada vez que acudamos a un recital.    

   En la velada que nos ocupa, disfrutamos del barítono austríaco Florian Boesch (1971), -con Justus Zeyen (1963) al piano-, artista residente del Ciclo en esta temporada, que ofrecerá a lo largo de la misma tres recitales, y que fue debutante en el Ciclo en la temporada 2010-2011. El diseño del recital tuvo como protagonistas a una amplia selección de canciones de Franz Schubert y Hugo Wolf -su Italienisches Liederbuch (1892-1896)- junto a un repertorio menos frecuente en torno a los Sechs Monologe aus «Jedermann» de Frank Martin, en una línea de zoom histórico que iría desde el pasado al presente de modo que se puede observar cómo ha ido evolucionando estilísticamente el Lied.

   Aproximadamente setenta minutos de recital, sin pausas, en los cuáles pudimos disfrutar -sobre todo en Schubert-, de los medios vocales de Florian Boesch, ejecutando graves de calidad -dúctiles y broncíneos-, que comunicaron adecuadamente texto y canto de ambientes tormentosos de la naturaleza muy bien expuestos por el piano de Zeyen. Este grupo de canciones, que basculan entre lo desatado de Waldesnacht [Noche en el bosque], lo reposado de Im Frühling [En la primavera] y lo introspectivo de Das Heimweh [Nostalgia] fueron adecuadamente expuestas en la tesitura media y grave, aunque no entendemos que en los momentos en los que se demanda la tesitura aguda, el cantante se limitara a tararear de forma intermitente con sonidos abiertos y afalsetados -no se justifica ni siquiera pensando que el recurso fuera meramente expresivo-, olvidando que la técnica vocal, también puede ponerse al servicio de la expresividad, sin perder el más puro estilo liederista. Herbst [Otoño] fue mérito absoluto de Zeyen, con esa malla sonora continua a base de medido pedal que sólo él sabe sintetizar para recrear una verdadera atmósfera otoñal.


   Bastante más ajustado vocalmente, en general, nos pareció Boesch en Wolf, ya que -aparte de lo comentado- consideramos que el barítono es un buen contador de historias en el escenario, algo perfectamente en consonancia con que Wolf dicte que la palabra es primero que la música -y dentro de ésta equilibra en el mismo plano a la voz y al piano-, prestando por tanto atención siempre a la calidad de los poetas que seleccionaba (Heine, Mörike, Goethe, Eichendorff,…). Así lo demostró Boesch en la selección de seis Lieder -de los 46 que componen el total- del Cancionero italiano, sobre textos anónimos y de temática variopinta.

   Destacamos la muy bien dibujada de forma histriónica Der Mond hat eine schwere Klag’ erhoben [La luna ha hecho una grave queja]  y la última, Dass doch gemalt all deine Reize wären [Que todos tus encantos fueron pintados], una canción que nuestro barítono interpretó de forma muy activa, enriquecida en contrastes. Impropiamente amanerada nos pareció la versión de Benedeit die sel’ge Mutte [Benedeit la bendita madre], sobre todo en la segunda vuelta donde se impone la dinámica pianísimo -unido a una tesitura aguda- y que el artista siempre identifica con una innecesaria «fabricación» de una suerte de emisión abierta, afalsetada, que entendemos fuera de lugar, por excesivamente afectada y sobreactuada, y que rompe algunos de los cánones de cómo ha de cantarse -desde los puntos de vista del estilo, técnico y expresivo- el Lied.    

   Para terminar, el menos habitual en los recitales, Frank Martin, que según muchos musicólogos compone músicas que «son demasiado espinosas para los conservadores y demasiado melodiosas para los vanguardistas». Esto último se nota sobre todo en el piano, donde abundan complejos y enérgicos arpegios y continuos acordes disonantes, además de una rítmica muy particular y cambiante, que Zeyen comanda admirablemente. Los Seis monólogos del Harpista cuentan la historia de la persona rica que se enfrenta a la muerte, dándole un breve plazo para explicarse ante el juicio divino. Abandonado por todos, sólo puede encontrar auxilio en sus pretendidas buenas obras y en la fe, con alusiones al recuerdo de su madre.


   El dramatismo de la música está plagado de tintes declamatorios, no gustándonos cómo fueron resueltos por Florian Boesch, con una voz entre gritada, fija y desabrida, con estridencias alejadas de lo que entendemos como recurso expresivo. Así lo escuchamos en la cuarta de las canciones, So wollt ich ganz zernichtet sein [Entonces quiero ser completamente destruído], que por otro lado es una composición fiel reflejo del derrumbe de la civilización europea debido a la II Guerra Mundial. A pesar de que la quinta canción pueda servir como bálsamo para el moribundo Ja! Ich glaub [¡Sí! Yo creo], se llega a la última canción: O ewiger Gott! O göttliches Gesicht! [¡Oh Dios eterno! ¡Oh rostro divino!] como plegaria del alma perdida, que Boesch interpretó con canto hastiado y transido, pero correcto.

   El recital fue muy del gusto del público, entre los que se encontraban -seguramente- muchos incondicionales de la pareja Boesch-Zeyen; ambos se enlazaron simpáticamente por los codos en señal de triunfo. Debido a la insistencia del público, Boesch comentó en un buen español: «Es difícil hacer algo después de Martin», anunciando la pieza Wanderers Nachtlied [Canto nocturno del errante], que establece una intimidad emocional entre la naturaleza y la humanidad, cuando la vida acaba y “los pájaros callan en el bosque. Espera, pronto… Tú también descansas», algo que el romanticismo reitera continuamente en su estética.

Foto: Lukas Bech

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