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FRANCISCO ACOSTA, pianista y compositor: 'Mi fascinación por Beethoven es un delirio incurable y permanente'

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Autor: Mario Guada
1 de diciembre de 2016

FRANCISCO ACOSTA, pianista y compositor: 'Siempre quise componer, pero la vanidad de crear la mejor obra desmontaba mis ansias de compositor'

   Una entrevista de Mario Guada
Francisco Acosta es una pianista sevillano, que conjuga la interpretación pianística con su labor docente como profesor del instrumento, además de lenguaje musical en una escuela de música de una localidad sevillana. Por otro lado, desarrolla una intensa labor como compositor, pero siempre muy ligada al lenguaje pianístico que tan bien conoce. Dice tener a varias figuras de la composición e interpretación como sus referentes, especialmente en Hydromuria y Andrómeda, sus dos primeros opp., interpretados por él mismo y grabados y editados por el sello Sonografic, que pueden adquirirse tanto en formato físico en la web del sello, como en digital en las principales plataformas de descargas internacionales. Responde para nosotros algunas cuestiones acerca de su formación, su estilo compositivo, la interpretación de sus obras o su faceta como pedagogo.

Comencemos por el principio. Para usted la figura de Jonathan Douglas Lord es trascendental. ¿Qué puede contarnos de su relación y la impronta que le ha dejado?

Jonathan Douglas Lord, Beethoven y Bach fueron los orígenes de mi amor a la música, canalizado a través del piano. Del primero, teclista del grupo de rock Deep Purple, quise seguir sus pasos. A principios de los 70’s salió al mercado un curioso trabajo sinfónico que aunaba rock y música clásica; su autor, Jon Lord (conocido así en el gremio del rock), había compuesto un interesantísimo trabajo fusionando sus dos grandes pasiones. Su obra Concert for Group and Orchestra, estrenada por The Royal Philharmonic Orchestra y dirigida por Malcolm Arnold, un álbum en vivo, grabado en el Royal Albert Hall de Londres, me pareció lo más ingenioso que pude conocer hasta entonces y casaba perfectamente con mis anhelos musicales. De niño tuve un pequeño teclado electrónico donde intentaba emular las hazañas de Lord al órgano Hammond y al mismo tiempo me despachaba a gusto tocando de oído toda la música clásica que caía en mis manos. Al igual que Jon Lord, yo adoraba a Beethoven y Bach. El tiempo pasaba y mi deseo de estudiar profesionalmente música se hacía eterno. Distintas circunstancias impidieron que de niño  pudiese estudiar de manera reglada, pero al fin llegó el momento deseado y en los albores de mi huidiza juventud, después de ser autodidacta, pasar por escuelas de música y profesores particulares, pude ingresar oficialmente en la especialidad de piano en el Conservatorio Superior de Música Manuel Castillo de Sevilla.

En efecto. ¿Cómo recuerda aquellos años en el conservatorio sevillano?

Tengo recuerdos muy tortuosos y a la vez cargados de entusiasmo. Llegué al piano como imperativo hacia mí mismo, una exigencia que me impuse para dominar el arte de la interpretación a base de mucho esfuerzo, constancia, renuncia, sacrificio y una férrea autoconfianza. Lo que no pude hacer de niño tuve que hacerlo con una edad difícil para dominar un instrumento tan complejo. Recuerdo a mis profesores alentarme constantemente para vencer los demonios que me acechaban. Debo mucho a dos profesores que marcaron mi destino. A Javier Ribelles Mayo, por su talante cariñoso de una humanidad desbordante, por su tenacidad en hacerme ver que en la música encontraría todas las respuestas. Yo era un estudiante inseguro y cargado de prejuicios, un lastre que fui soltando de su mano. Y a Marcelo Haschke Kristensen, conocido artísticamente como Marcelo de la Puebla, formado en la prestigiosa École Normale Supérieure Alfred Cortot de París, y que tantos caminos abrió ante mis ojos. Las interminables sesiones de schubertiadas que pasé a su lado analizando ensimismado la cristalina ejecución de nuestro admirado Glenn Gould, fue una escuela de piano impagable. Me inoculó su amor por el repertorio francés; Erik Satie, César Frank, Gabriel Fauré, Claude Debussy, Maurice Ravel y, sobre todo, su fascinación por Olivier Messiaen y su Cuarteto para el fin de los tiempos, donde tanta fértil imaginación nos desbordaba. Aquella fue una época de incansable estudio y provecho. Años en los que fui compaginando mi formación en el conservatorio con abundante participación en cursos de clases magistrales de piano impartidas por los más eminentes catedráticos del país. Me apuntaba a todo. Cursos con Guillermo González, Emilio Molina, Ana Guijarro o Luca Chiantore. Pasado todo ese tiempo de aprendizaje e investigación, hace once años recalé como profesor de Piano y Lenguaje Musical en la Escuela Municipal de Música de Las Cabezas de San Juan (Sevilla).

Y actualmente es director y profesor en dicha escuela. ¿Cómo ve actualmente la educación musical española en este tipo de centros?

Las escuelas de música son un buen instrumento para aficionados y futuros profesionales de la música. La formación musical que se imparte en los conservatorios elementales de música ahora es posible globalizarla en un espectro bastante más amplio. Tener la oportunidad de estudiar música sin que te condicione la edad ni la capacidad innata de cada uno para asimilar ritmo, entonación, coordinación, etc. (elementos tan primordiales en la música), es muy plausible. Desde las escuelas de música es posible adaptarse al gusto musical del alumno, de esta manera hay una interacción con las pretensiones del mismo. Y al no existir limitación de edad todo se hace más llevadero. Una estructura con un buen organigrama facilita la tarea del docente. Niños y adultos se ven igualmente tratados para recibir las enseñanzas de este bello arte.

Estamos pasando por momentos problemáticos para conjugar la docencia y la interpretación, al menos en los centros de enseñanzas musicales profesionales y superiores. ¿Tiene usted más facilidad que algunos de sus colegas en este aspecto? ¿Qué opinión le merece dicha problemática?

El binomio docente/intérprete es difícil de conjugar. Casi es una cuestión de prioridades. Evidentemente hay casos excepcionales, un intérprete consagrado que esporádicamente imparte masterclass no tendrá este tipo de problemas. No es el caso de la mayoría. Adentrarse en el camino de la interpretación desde la docencia es agotador. El horario de clases, la preparación de éstas y el estudio de repertorio es una tarea titánica que sólo se alcanza a base de disciplina y estricta organización metódica.

Como intérprete de piano, ¿qué compositores, escuelas, períodos y otros intérpretes le han influido a lo largo de su carrera?

Mi fascinación por Beethoven es un delirio incurable y permanente. Su obra completa me parece una de las creaciones más sublimes de la humanidad. La englobaría dentro de las siete maravillas del mundo. ¡Cómo no mencionar también al padre de la armonía por excelencia! Johann Sebastian Bach. Tengo verdadero fervor por la inspiración de Schubert. Chopin, Schumann y Brahms, son otros tres pilares en los que he cimentado mi pianismo. Y yendo más allá del piano, es Wagner quien sublima, desde mi punto de vista, la música total, coronada en su atalaya de intelectual integral. Como período histórico siento un interés especial por el final del siglo XIX y principios del XX. Aquí se fragua una reconversión heterodoxa de la música. El Postromanticismo da paso al Impresionismo, y a caballo entre estas dos manifestaciones artísticas, aparece la figura de Alexander Scriabin. Compositor que reúne todo mi ideal musical. En él lo veo todo, desde unos parámetros clásicos, herencia del Romanticismo, pasando por sus osadías armónicas impresionistas. Recordemos su primera etapa con tanta influencia de Chopin y cómo va desarrollando su visión sonora hacia un afrancesamiento etéreo. En cuanto a intérpretes de piano podría nombrar a muchos, pero sólo mencionaré a Sviastoslav Richter. Humildad, desapasionamiento, aséptica idea de la interpretación,  magnetismo y poder hipnótico, hacen de Richter un ser supremo en todos los aspectos. Basta con escuchar su versión de la Sonata para piano en Si menor de Franz Liszt para dejarte sin argumentos.

Una faceta muy importante en su desarrollo artístico es la de compositor. Su Op. I, titulado Hydromuria, es unasuite para piano en la que se mezclan elementos tímbricos del Minimalismo con reminiscencias del Impresionismo. ¿Cómo desarrolla sobre el papel estos conceptos a la hora de sentarse a componer?

Con Hydromuria todo fue rodado. Es una composición nacida de manera muy intuitiva. Siempre quise componer, pero la vanidad de crear la mejor obra desmontaba mis ansias de compositor. Mezclaba tantos estilos musicales que todo se volvía muy incoherente. No encontraba la conexión deseada, pero vi el camino claro cuando un día analizando la música actual que rige el Minimalismo, corrí a por las partituras de los Preludios de Scriabin y las Gymnopédies/Gnossiennes de Satie, y probé cierta combinación sonora con estos tres elementos. El resultado me alentó. Me sentaba al piano, ideaba una secuencia armónica y variaba el mensaje sonoro hacia una estabilidad al borde del precipicio tonal, pero siempre guardando la consonancia. Si la disonancia me resultaba muy agresiva cambiaba la estructura de la frase para que no se notara demasiado. Así nació mi primera obra y que tantas satisfacciones me ha dado. Recuerdo las conversaciones con Marcelode la Puebla referentes a su mentor, el gran compositor y guitarrista contemporáneo Leo Brouwer y cómo, desde niño, a Brouwer le llamaban la atención las disonancias. A menudo relataba aquella anécdota cuando Leo comenzó a tocar la guitarra; su padre le enseñó dos acordes, un La menor y un Mi Mayor, y le invitó a encontrar un tercero que se adecuara armónicamente a estos dos acordes tan estables (I.º y V.º son los dos acordes tonales más importantes dentro de la tonalidad). El niño encontró ese tercero, pero al ejecutarlo se equivocó en una nota y tocó el acorde mal, fue ahí realmente donde descubrió su camino; esa nota mal tocada le daba al acorde un carácter versátil y original que provocó en él años más tarde un enorme deseo por transitar ese camino dentro de la composición. En Hydromuria, salvando las distancias y con mucha cautela, intento emular ese tercer acorde donde Leo Brouwer encontró la inspiración y la mía se ve siempre reforzada. Por cierto, en breve participaré en unas masterclass de composición que Leo Brouwer impartirá en Sevilla. Debo añadir que el vocablo Hydromuria es una palabra inventada por Julio Cortázar en su célebre novela Rayuela. Mi adoración literaria por el argentino fue el origen de este homenaje musical. Las piezas del disco están tituladas con este gíglico cortaziano, henchido de una gran fuerza fonética.

Después compuso Andrómeda, un poema sinfónico para piano, que supone su Op. II. Es un trabajo relacionado estrechamente con la astronomía y la astrofísica. ¿En qué forma se conjugan estos elementos extramusicales, con los elementos visuales que los acompañan, en un género como el del poema sinfónico y llevado aquí el piano a solo?

La idea de componer un poema sinfónico obedece a una petición de un buen amigo para ilustrar imágenes en el campo de la astrofísica. Es una especie de encargo propuesto por D. Sebastián Luis Hidalgo Rodríguez, doctor en astrofísica, profesor en la Universidad de La Laguna e investigador en el Instituto de Astrofísica de Canarias. En los conciertos de Hydromuria se proyectaron unos vídeos que él se encargó de realizar con imágenes de distintas temáticas. Su pasión por la fotografía y la música hizo que esto se llevara a cabo. El resultado dio pie a esta nueva obra musical, así nació Andrómeda. Teníamos largas charlas sobre ciencia y música y se nos ocurrió esta feliz idea de combinar estos dos aspectos tan humanistas. La tarea descriptiva del poema sinfónico se ve aquí reflejada en una música que intenta evocar toda la inmensidad del espacio. Andrómeda narra el universo en expansión, ocho piezas que se desarrollan hasta llegar al clímax final del último interludio. Hay energía y lirismo, que desde el timbre característico del piano tienen una gran presencia, un instrumento que es capaz de hablar distintos idiomas instrumentales; al menos, ese ha sido mi objetivo. Al igual que en Hydromuria, predomina el estilo minimalista, pero en Andrómeda está tratado con más libertad, llegando a conclusiones sonoras más amplias. Está en proyecto la realización de un documental sobre el origen del universo que utilizará la música de Andrómeda como soporte audio.

Usted mismo ha interpretado y registrado en soporte físico ambas obras. Entendiendo que en ocasiones nadie mejor que el propio compositor para interpretar su obra, ¿nunca consideró encargar la interpretación a otro intérprete?

Créame que sí, por momentos me cuestionaba esta posibilidad, pero dada la sutileza del lenguaje sonoro decidí grabarla desde mi subjetividad. Teniendo en cuenta que estoy más vinculado a la docencia y composición, este atrevimiento de la interpretación grabada en un disco para los anales de la historia, me ha provocado estados de verdadera clemencia. Estoy satisfecho con la grabación, aunque uno nunca sabe cómo hubiera resultado en otras manos y otras emociones. Me viene a la mente esta frase de Mahler: En la partitura está todo, menos lo esencial, y en Andrómeda lo esencial lo conocía de primera mano. Durante las arduas jornadas de grabación todo fue tomando la forma deseada.

Actualmente trabaja en su Op. III, Synesthesia, una serie de preludios para piano que transitan sobre el origen del impresionismo minimalista, así como en su Op. IV, Fantasiestück en Do menor, que se identifica con el Romanticismo y el Postromanticismo. Háblenos de estas obras.

En Synesthesia pretendo volcar todo mi imaginario sonoro. Una serie de preludios de reducida extensión, donde intento comprimir en una o dos frases musicales toda la paleta disponible del sistema hexátono y diatónico. Cada micropieza es un haz de luz muy sugerente, prescindiendo de pasajes de transición modulante que desembocan en un terreno casi inhóspito. Estas piezas tienen más en común con el primer impresionismo minimalista de Erik Satie de atmósfera volátil. El estilo postromántico aparece aquí como homenaje a Scriabin. Al mismo tiempo estoy componiendo mi opus IV, Fantasistück en Do menor, una pieza de fantasía de grandes dimensiones con marcado caráctervehemente y pasajes íntimos, una pieza muy contrastante. A veces necesito implosionar la música que llevo dentro de una manera estruendosa y este tipo de composición obedece a tales intenciones. Esta obra es una amalgama de brío y fina seda sonora.

¿Concibe usted la música como un elemento sinestésico? Parece imposible no pensar en Aleksandr Scriabin al referirse a esta obra, una serie de preludios para piano que hacen alusión a la sinestesia. Cuéntenos más acerca de su  relación con el gran autor ruso.

A lo largo de la entrevista ha aparecido varias veces el nombre de Alexander Scriabin, no es casualidad. Desde mi etapa de estudiante sentí una especial atracción por la música del ruso loco, así lo llamada Vladimir Horowitz, el gran pianista ruso que tocó para Scriabin en sesiones privadas. La sinestesia del gran compositor del acorde místico, esa cualidad de sentir y ver la música en colores me fascinaba, porque yo sentía algo parecido. Las tonalidades se me aparecen interiormente en distintos colores según el grado de emoción que me producen. Del blanco luminoso del Do Mayor al negro abisal del La bemol menor, toda la paleta cromática de colores convive conmigo. Cuando pensé seriamente en la posibilidad de componer y grabar un disco, siempre me acercaba al equipo de sonido para escuchar su música. Es mi autor de referencia, en el que primero pienso a la hora de reproducir un CD. Llevo con Scriabin en la cabeza muchos años, es una especie de obsesión. Su música para piano me cautiva. Es un autor que sintetiza todo aquello que me interesa en el piano. Vivió la transición más revolucionariaen la historia de la música. Tantos siglos de música tonal irrumpieron en un mundo conlos cambios precisos para que yo me enamorara de este nuevo estilo. El Romanticismo tardío dando la bienvenida a ese primer Impresionismo sentó las bases de mi estilo compositivo. Una estética musical en la que merodeo junto a los vericuetos del Minimalismo, desde Philip Glass a Ludovico Einaudi, pasando por Michael Nyman y Yann Tiersen, todo desde una perspectiva muy personal, un enfoque que me identifica como compositor de tendencias actuales con miradas al pasado; no en vano, la literatura pianística del siglo XIX es la madre de todo el desarrollo posterior. Los románticos intentaban describir las pasiones humanas y los impresionistas se acercaban a una naturaleza discreta, intentando mostrar la serenidad del paisaje, una música contemplativa. Quiero llegar a fusionar estos dos mundos, este es el terreno musical al que aspiro.

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