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Crítica: Georg Mark dirige obras de Mozart y Sibelius al frente de la Filarmónica de Málaga

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Autor: Alejandro Fernández
7 de diciembre de 2015

LIBERTAD DE FORMAS

Por Alejandro Fernández
Málaga. Teatro Cervantes. Sábado, 5/XII/15. Temporada de abono de la Filarmónica de Málaga. Concierto abono nº 7. Director: Georg Mark. Obertura en si menor, op. 26, “Las Hébridas”, de Mendelssohn; Sinfonía nº 35 en re mayor, Kv. 385 “Haffner”, de Mozart y Sinfonía nº 2 en re mayor, op. 43, de J. Sibelius

   Georg Mark, violinista, profesor del Conservatorio de la Universidad de Viena y director de orquesta subió al podio de la Orquesta Filarmónica de Málaga (OFM) en su séptimo concierto de abono. Mark demostró con su trabajo poseer la seguridad que le proporcionaba el repertorio del programa, caracterizado por la fluidez en el desarrollo de las ideas musicales entre Mozart y Sibelius pasando por Mendelssohn, compositor con quien dio comienzo el concierto. Dos grandes sinfonías, separadas geográficamente y unidas por el repertorio, y una obertura de concierto fueron las propuestas para este encuentro más que correcto. Sibelius es un compositor para el lucimiento de los conjuntos sinfónicos y la Filarmónica de Málaga no desaprovechó la mano de director salzburgués para demostrarlo.

   Obertura de concierto, impresiones, poema sinfónico… Formas todas ellas válidas dan nombre a Las Hébridas de Mendelssohn-Bartholdy, partitura que conoció hasta tres revisiones, desde su concepción en 1829 hasta su versión definitiva en el Londres de 1832, y obra donde el compositor alemán pone de manifiesto su profundo conocimiento del color orquestal. Más allá de los tópicos, Mendelssohn escribe una música bien hilada, precisa, con notas que resaltan un marcado carácter poético. La obertura se despliega como si contempláramos una gran pintura en la que el gran protagonista es la naturaleza, que lejos de aparecer capturada se presenta oscilante e inquieta, como así mostró Mark al subrayar dentro del conjunto la idea de continuidad, de sucesión no rupturista entre los dos temas que se suceden en el poema.

   De las impresiones marinas del norte de Escocia volvimos al corazón del continente con la primera de las seis últimas sinfonías mozartianas, la 35 Haffner, que muestra ya la seguridad precisa que hasta ahora había caracterizado sus trabajos sinfónicos. Esta primera sinfonía vienesa, que en un inicio nacería con vocación de serenata, finalmente se transforma en un mar de libertad proporcionado por la independencia que le proporciona Viena al músico. Cuatro movimientos claramente contrastados entre los centrales y los tiempos exteriores.

  Ágil define Mozart el desarrollo del Allegro inicial sobre la idea de un mismo motivo, que en la batuta de Mark tuvo especial incidencia en las cuerdas, si bien no todo lo resuelta que debería, como sí se mostró en la segunda parte del concierto con Sibelius. El andante transcurrió como una plácida serenata, cuya belleza se centraba en la exposición de sus dos temas en contraste a la aceleración del tiempo anterior. A modo de danza se sucedió el minuetto que Mozart escribió para el tercer movimiento y así desembocar en el finale allegro especialmente animado por el director, dándole cierta originalidad a una interpretación que en líneas generales no paso de la corrección. Resultó más bien plana, falta de chispa.

   Cuando nos acercamos al catálogo de Jean Sibelius apreciamos la fuerza que pueden ejercer los convencionalismos asociados a los compositores: los pesados tópicos. Más allá de sus silencios, su reconocimiento de músico patrio, descubrimos un artista en constante evolución personal. La fuerza de la naturaleza lejos de constituir una pincelada expresiva es la esencia misma de su lenguaje musical y Segunda sinfonía muestra esta afirmación. Los cuatro tiempos avanzan el fin de una etapa, la más permeable a las influencias de Tchaikovsky y otros grandes nombres para convertirse en la puerta de entrada a un nuevo escenario compositivo resuelto frente a las reticencias de las corrientes de su tiempo, ésas que acabarían imponiéndole un silencio voluntario de tres décadas.

   Desde los compases iniciales del Allegretto, donde la cuerda adquiere colores inusuales, destacó el idilio que la OFM tiene con esta sinfonía. Ante esta composición el conjunto crece, se hace tan inmenso como la fuerzas naturales que la sazonan junto a la batuta de Mark, muy centrado en destacar frases y modular las dinámicas, convirtieron el movimiento en toda una declaración de intenciones alejada de folklorismos nacionales. El Andante ahondó en la idea de música pura, donde las secciones quedaron bien contrastadas dando paso al vivacissimo que se encadena con el finale evocando, en el motivo coral, el último tiempo de la quinta sinfonía del músico finlandés.

   Aplausos generosos aprobaron un programa que osciló entre el entretenimiento y una sublime profundidad.

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