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Crítica: Giancarlo Guerrero dirige a la Sinfónica de Galicia

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Autor: Beatriz Cancela
21 de diciembre de 2016

(DES) PROPÓSITOS NAVIDEÑOS

   Por Beatriz Cancela
La Coruña. Palacio de la Ópera 17/XII/16. XXI Concierto de Navidad-Gas Natural Fenosa. Orquesta Sinfónica de Galicia. Director: Giancarlo Guerrero. Jean Sibelius: El retrato de la condesa, JS 88 y Finlandia, op. 26. Tchaikovsky: Marcha eslava, op. 31 y Beethoven: Sinfonía nº 7 en la mayor, op. 92.

   Con el acertado vocablo “Himnosis” se refería Benjamín G. Rosado en sus notas al concierto a la selección del repertorio para esta ya tradicional cita navideña que este año alcanzaba su 21ª edición, conjurando a la flor y nata de la ciudad alrededor de la Orquesta Sinfónica de Galicia cercada por los símbolos navideños del cirio, el muérdago y la flor de pascua, dispuestos en la gloria del proscenio. ¿Los himnos? Sibelius y su idiosincrásica Finlandia, Tchaikovsky y la patriótica Marcha eslava, y Beethoven con la prominente 7ª Sinfonía. Tres de los grandes compositores más implicados en sus realidades que con estas obras imploraban redención: cronológicamente en el caso de Beethoven, tratando de honrar a los combatientes en la definitiva lucha contra la Francia napoleónica; un Tchaikovsky comprometido con una Rusia que batallaba contra aquel "enfermo" Imperio turco otomano; y Sibelius enalteciendo una Finlandia, que trataba de reaccionar para desembarazarse de la Rusia Imperial.

   Himnos y símbolos… Grandes palabras para grandes obras; el concierto -a fortiori- prometía, dejando apenas lugar a frivolidades.

   Y enfrascados en la atmósfera apacible de El retrato de la condesa (1906) de Sibelius quedaba inaugurado este concierto especial. Una composición singular, ya no sólo por su reciente recuperación (1995), sino por tratarse de un breve melodrama para recitador y cuerda (en esta ocasión carente del primero) compuesto a petición de una asociación de damas sueca con motivo de un acto benéfico; inspirada en el texto de Anna Maria Lenngren y bajo la condición de que fuese especialmente bella y tranquila. Guerrero incidió en el carácter tenue, implorando una delicadeza en los violines que, como un delgado hilo, sostuvieron una frágil melodía en violonchelos y contrabajos, buscando un fraseo arqueado y envolvente.

   Como ya indicamos, no sería la única obra del compositor y así, para cerrar la primera parte llegaba el poema sinfónico Finlandia (1899-1900). Sobre un tempo lento se articularon frases ampulosas de veleidosas cadencias; un sonido mecanizado que no logró reunir a una orquesta disgregada. Desunión que también encontramos en la Marcha eslava (1876) de Tchaikovsky con momentos puntuales donde, siguiendo las exigencias del director, se percibieron pasajes de desigual intensidad. La coda final, más viva, fue la que aportó cierta intensidad y sonoridad que favoreció al conjunto.

   Con la esperanza puesta en la segunda parte llegaba el momento de la Séptima de Beethoven (1811-1813) que continuó la línea de las obras previas. Guerrero optó por una ejecución lenta, sin excesivos contrastes, rutinaria. La orquesta seguía sin encontrarse con ella misma y menos con el director, dándose momentos desproporcionados en lo que al equilibrio del conjunto se refería. El ejemplo lo encontramos en el segundo movimiento, donde un ostinato automatizado y excesivamente métrico contrastaba con unos violines ajenos, en fin, una incongruencia energética que parecía no percibir un director que encubría las carencias bajo una coreográfica gestualidad inconexa con el conjunto. Este hecho no deja de llamarnos la atención contradiciendo los generosos calificativos habituales que utiliza la crítica para con el costarricense y su Orquesta Sinfónica de Nashvile, tan dinámico y pasional, y que en esta ocasión se vislumbraron en él mismo aunque no alcanzó a reflejar en la orquesta.

   El aguinaldo no se hizo esperar... con gorro de Papá Noel incluido. Guerero culminaba el recital con una Marcha Radetzky (1848) en la que la orquesta prácticamente discurría sola mientras el batuta solicitaba aplausos al público demostrando grandes dotes de teatralidad y trivialidad.

   No sabemos si sería a causa del espíritu navideño, tendente a perdonar, olvidar y compartir, pero lo cierto es que finalmente triunfó el ambiente festivo y desenfadado sobre la magnanimidad del simbolismo de los himnos. Y en contra de lo que cabría esperar, la actuación de Guerrero, la aparatosidad y su simpatía hacia el público -que incluso aplaudió cada uno de los movimientos de la Séptima- despertarían elogios en los allí congregados.

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