Lajtha, últimas sinfonías
Naxos sigue reeditando la integral del compositor húngaro Laszlo Lajtha (1982-1963) comercializada en la década de los 90 por el sello Marco Polo. En esta ocasión (Naxos 8.573648 DDD 65 minutos), figuran las dos últimas sinfonías, la n.º 8, Opus 66, de 1961, y n.º. 9, Op 67, de 1961, excelentemente grabadas por la Pécs Symphony Orchestra dirigida por Nicolás Pasquet. La edición sigue la línea recurrente del sello y contiene buenas notas de carpeta firmadas por Emöke Solymosi Tari.
Como en la Quinta y la Sexta, son dos obras muy diferentes entre sí. En la Octava, una de las pocas sinfonías en cuatro movimientos del compositor, domina el sentido del humor y del color en una obra que rebosa imaginación y fantasía. Contribuyen a ello la presencia del arpa, la celesta y el xilófono en una combinación tímbrica que busca efectos etéreos sobre los divisi en trémolos de las cuerdas. Una técnica que con gran variedad repite en el segundo movimiento, iniciado con una de sus clásicas intervenciones del saxofón, otorgando otro cariz. Asimilable a la estética francesa y a Vaughan Williams más que a la centroeuropea con giros que recuerdan partituras cinematográficas. Los ecos de Shostakóvitch tan presentes en sinfonías precedentes o en la Novena, aquí se reducen. El tercer movimiento, indicado como Très agitée et toujours angoissé, es un continuo hormigueo de la cuerda que oscurece el discurso siendo el más rico y contrastante en todos los parámetros: el verdadero centro de la obras tras los dos iniciales, especialmente el primero a la manera de introducción. Tras él, el Violent et tourmenté cuarto movimiento, con citas veladas a la Marcha Rákóczy, comparte el clima de tragedia en una sinfonía que va de la luz y lo apacible a la tragedia y a una danza de la muerte.
Su última sinfonía, estrenada en mayo de 1963, dos meses antes de la muerte del compositor, se divide en tres movimientos y utiliza de nuevo un lenguaje agresivo, con abundantes disonancias y un complejo trabajo rítmico como en el último movimiento. Ésta vuelve a ser una sinfonía muy bien escrita, con oficio y que presenta giros recurrentes del compositor. Algunos de los más obvios son los habituales pasajes solistas para el saxo, el clarinete bajo y la viola, instrumentos muy apreciados por el compositor como se reafirma en el movimiento inicial. O la flauta, con otro destacado solo en el Lento, como ya hizo en la Sinfonía n.º 6, proporcionando un respiro a una sinfonía que evoluciona orgánicamente sin un contraste acusado de secciones. De ello da cuenta también la gran capacidad de Lajtha para la creación de para músicas nocturnas y oníricas. Sin duda, en esto fue uno de los mejores maestros del siglo XX.