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Gregorio Marañón publica un libro de «Memorias»... que darán que hablar

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Autor: Codalario
1 de noviembre de 2020

   Atención a las Memorias de luz y tiniebla que acaba de publicar Gregorio Marañón Bertran de Lis con la editorial Galaxia Gutenberg, un libro escrito entre 2019 y julio de 2020 en el que el presidente de Teatro Real habla a lo largo de la redacción con sorprendente franqueza sobre buena parte de la historia del coliseo madrileño, que él mismo ha protagonizado. La música rezuma en la autobiografía, pero el autor ha querido reservarle en exclusiva todo un capítulo que, bajo el rótulo de «Viaje al corazón de la ópera», le permite realizar un prolijo repaso por la trayectoria del Real. Gerard Mortier, Joan Matabosch, Atonio Moral, Pedro Halffter, Miguel Muñiz, Stéphane Lissner, Elena Salgado, José María Aznar, José Ignacio Wert, César Antonio Molina, Mario Vargas Llosa, Emilio Sagi, Jordi Pujol, Carmen Calvo, Manuela Carmena..., son sólo algunos de los nombres que aparecen en una publicación en la que se expresa sin tapujos y con sinceridad sobre los políticos, artistas y gestores que han protagonizado de alguna forma la trayectoria del Real.

   El mencionado capítulo comienza con un comentario sobre Jordi Pujol: «En 1986 Javier Solana [...], ofreció hacer una importante inversión en el Gran Teatre del Liceu [...]. Pretendía convertirlo en la ópera de referencia en España siguiendo el modelo de la Scala de Milán para Italia [...].  Aquello se rechazó porque Jordi Pujol no quiso que se perdiera la catalanidad del teatro barcelonés. Fue entonces cuando se iniciaron las obras del Teatro Real», explica el autor, que afea al entonces alcalde de Madrid, José María Álvarez del Manzano que decidiera «no participar en la reapertura de la ópera de su ciudad», al no aportar ni un euro a su presupuesto, como si hicieron la Comunidad de Madrid un [27,5%] y el Ministerio [72,5%].

   En 1995 la ministra de Cultura Carmen Alborch incorpora a Gregorio Marañón al Patronato de la Fundación del Teatro Lírico, una fundación que incluía al Teatro Real y al Teatro de la Zarzuela, algo parecido a lo que se ha querido llevar a efecto recientemente y un plan que a buen seguro volverá a plantearse en el futuro. Cuando José María Aznar gana las elecciones en 1996, con Miguel Ángel Cortés como secretario de Estado de Cultura y Esperanza Aguirre como ministra del ramo, la salida forzada de Elena Salgado le obliga a él mismo a dimitir. «El proyecto que habíamos preparado  tan ilusionadamente se vino abajo con el cambio político, y de Parsifal se pasó a Margarita la tornera», explica el hoy presidente del Teatro Real, que durante todo el libro habla sobre su continua lucha por despolitizar la Cultura de la política. «Pero lo más grave», prosigue, «fue separar el Teatro de la Zarzuela del Teatro Real, pasándolo de nuevo al Ministerio. No hace mucho, una de las personas más relevantes de aquel equipo ministerial me comentaba que se hizo con el propósito de cerrar el segundo teatro lírico madrileño», añade.


   Cuando en 2004 la nueva ministra de Cultura, Carmen Calvo, propone a Gregorio Marañón volver al Patronato del teatro, se nombra a Miguel Muñiz como director general a propuesta suya. «Entre nuestras primeras decisiones acordamos que el puesto de director artístico fuera de dedicación exclusiva con el fin de evitar conflictos de interés. Esto obligó a sustituir a Emilio Sagi, que, por lo demás, estaba realizando una magnífica labor [...]. Entonces Miguel Muñiz propuso a Antonio Moral, y convecí a Carmen Calvo de la idonedidad de su nombramiento, objetado por algunos de sus colaboradores, que consideraban que su currículum no era adecuado». La salidad de Moral del Teatro no estuvo exenta de cierta polémica: «Mi decisión de constituir este Consejo Asesor para encauzar el respaldo del mundo de la cultura al proyecto del Teatro Real encajaba perfectamente con otras experiencias internacionales, y era además una tarea estatutariamente pendiente desde que se constituyó la fundación. Para mi sorpresa, días después de la reunión del Patronato vinieron a verme Antonio Moral y Jesús López Cobos amenazando con dimitir si yo mantenía la decisión de crear el consejo [...]. La posición de ambos fue irreductible y parecía un pulso personal contra el proyecto que yo presentaba, esto es, contra el empeño de despolitizar la institución y dotarla de una gestión estable y profesional», explica Marañón, que añade: «Nunca entendí la posición de Antonio Moral, a quien, además, tanto había apoyado en su nombramiento».

   Algo mas tarde Jesús López Cobos «amagó de nuevo con dimitir si no se le garantizaba su renovación en 2010», explica Marañón. «Cuando se le respondió que su pretensión era extemporánea retiró de inmediato su dimisión, pues con este nuevo pulso sólo trataba de forzar su continuidad. En junio, la Comisión Ejecutiva decidió, por unanimidad, no renovar en 2010 a Jesús López Cobos ni a Antonio Moral», aclara el autor del libro, que no elude su opinión sobre el trabajo de López Cobos: «en sus primeros siete años, no había logrado conformar una buena orquesta ni un buen coro [...]. En cuanto a Antonio Moral, que había realizado una muy buena labor, lamento que en repetidas declaraciones haya achacado a la política la no extensión de su contrato, cuando fue una decisión estrictamente profesional, olvidando que su nombramiento fue el último que se hizo en el Teatro real cuando la gestión estaba politizada».

   Es sabido que a la hora de elegir nuevo director musical, sonó el nombre de Daniel Harding, a quien Marañón invita a su casa: «Se quedó para ver un partido del Manchester United. Condicionó su posible aceptación a que se le permitiera constituir una nueva orquesta, compartiendo la opinión crítica que sobre la titular del Teatro Real tenían otros relevantes colegas suyos. Naturalmente no procedió». El trabajo de Jesús López Cobos no siempre sale bien parado desde la perspectiva del autor:«López Cobos había interpuesto una demanda absurda contra Mortier, y éste me dijo que se querellaba con él después de haber dejado el Teatro Real en un estado musical lamentable mientras se enriquecía con su presupuesto»: "En Viena le pagaban 10.000 euros por dirigir, y él se pagaba a sí mismo en el Real 18.000, cuando deberían haber sido 8.000, pues dirigía más de treinta espectáculos, y era, además, el director musical que decidía"», explica el autor que, sobre la marcha de Moral, afirma: «Cuando Moral supo que no seguiría, decidió dejar de programar, aunque aún le quedaban dos años de contrato, limitándose a concluir la temporada 2009/2010. Esa decisión facilitó el cambio».


   Gregorio Marañón dedica bastante espacio a relatar su relación Gerard Mortier, una amistad que, como era habitual en el mediático director artístico, no estuvo exenta de tensiones. «Gerard Mortier se hizo buen amigo de Pili y mío. Eran muchos los días en los que me escribía o me llamaba pasada la media noche. Estaba muy solo, y su pareja, el director de orquesta Sylvain Cambreling, trabajaba en Tokyo. No tenía más pasión que la ópera y su profesión. Gerard no comprendía cómo en Madrid las autoridades vivían ajenas al mundo de la ópera, acostumbrado a tratar con reyes, jefes de Gobierno y ministros de Cultura. Una de sus mayores satisfacciones fue la larga audiencia que nos concedió la reina doña Sofía». No sucedió lo mismo con Esperanza Aguirre: «Tras esperar un rato largo, pasamos a su despacho. Nos explicó apresuradamente que tenía que dejarnos inmediatamente para ir a recibir a los futbolistas, pero no quiso hacerlo sin antes preguntarle a Gerard lo que opinaba sobre las voces africanas, en un francés perfecto que no admitía confusión alguna sobre la pregunta. Gerard respondió como pudo, y ahí terminó nuestro encuentro. A la salida, Mortier no sabía cómo articular el relato de esta experiencia de poco más de cinco minutos de duración. Mortier tuvo múltimples desencuentros en Madrid». Entre ellos con Pablo Heras-Casado quien, según explica el autor del libro en una nota a pie de página «había sido la primera opción de Mortier en la conformación de su equipo de tres directores, pero hubo un desencuentro entre los dos, motivado por una falta de disponibilidad de fechas de Pablo, y Mortier dejó de contar con él».

   Las presiones políticas se vuelven a hacer notar con la aparición de José Ignacio Wert como ministro de Cultura: «Wert me llamó para exigirme que nombráramos director artístico a Pedro Halffter, a lo que me opuse. En primer lugar, porque suponía una interferencia que rompía la autonomía del Teatro Real para elegir sus cargos, y además porque no era el candidato adecuado». «A las diez de la mañana, yo recibía a Pedro Halffter, que había solicitado reunirse conmigo. Sabía que a principios de año había intentado inutilmente que el Ministerio le nombrase director de la Orquesta Nacional, pero nunca supe, como dijo Pedro, que Miguel Ángel Recio le había ofrecido como alternativa la dirección artística del Teatro Real». 

   La publicación prosigue detallando los pormenores del intento de unificación del Teatro de la Zarzuela y del Real, el período del coliseo en relación con Carmen Alborch y Manuel Carmena, la situación padecida por la entidad durante la pandemia del coronavirus y su reapertura tras los meses de confinamiento.

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