Crítica del concierto inaugural del XX Festival de Piano Rafael Orozco de Córdoba, protagonizado por Grigory Sokolov
Absoluto top del piano
Por José Antonio Cantón
Córdoba, 07-XI-2022. Teatro Góngora. XX Festival de Piano «Rafael Orozco». Recital de Grigory Sokolov. Obras de Beethoven, Brahms y Purcell.
Nunca es deseable llegar a maximalismos en cualquier orden de la vida y menos en el arte. Sólo cuando se supera el umbral de la excelencia cabe entrar, de manera siempre cautelosa, en ese ámbito de juicio y valoración. Es el caso del pianista Grigory Sokolov, sin duda, la gran figura del pianismo internacional durante las últimas tres décadas. El Festival de Piano «Rafael Orozco» ha contado con su presencia para inaugurar la vigésima edición de este evento musical, una de las citas culturales más importantes de la ciudad califal. La expectación que ha suscitado su première en Córdoba ha sido de tal grado que las localidades para el concierto quedaron agotadas prácticamente el día que se anunció su actuación en los medios de comunicación.
Desde que le escuché por vez primera en directo el 1 de junio de 1995 interpretando el Tercer concierto para piano y orquesta en re menor de Sergei Rachmaninov con la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla bajo la dirección de su fundador y primer titular, el recordado maestro croata Vjekoslav Šutej, no he dejado de seguir su carrera y de comparar sus versiones y actuaciones, pese a no ser muy partidario de tal práctica, como sucede y se practica algunas veces en las audiciones ciegas entre profesionales de la crítica, dedicadas a contrastar y determinar juicios resultantes del fenómeno musical comparado, aunque se parta de una escucha experimentada y suficientemente bien informada.
El programa de su presentación en Córdoba ha estado dedicado, en su parte inicial, monográficamente, a obras del compositor barroco londinense Henry Purcell, que posee una exquisita colección de ocho suites escritas para clavecín además de otras piezas sueltas para este instrumento. Ese carácter no ha dejado de estar presente en la ejecución de Sokolov que, por su forma de pulsar las teclas e inclinaciones en el pisado del pedalero generaba una sensación del stile moderno del barroco tardío, que se impuso en el primer tercio del siglo XVIII, y que hacía que el oyente tuviera en cuenta el efecto sonoro del clavecín desde la magnanimidad expresiva de un Steinway, por cierto, con esmerada afinación y homogénea entonación. Sokolov desarrolló un estilo imitativo con la mirada puesta en la asombrosa creatividad de los virginalistas británicos como fueron Gibbons, Byrd, Farnaby, Peerson o el gran John Bull, que crearon toda una bellísima corriente estética en la música para teclado durante las postrimerías del siglo XVI y principios del XVII. El portentoso mecanismo del pianista petersburgués, al que recientemente le ha sido concedida la nacionalidad española, le permitía aportar una musicalidad nueva a este repertorio del que, en instrumentos originales, fue un referente absoluto el más que elocuente director y clavecinista neerlandés Gustav Leonhardt. La delicadeza que caracterizó esta parte del recital, sólo se quebró en alguna medida en el aire solemne que imprimió al Round 0 en re menor, ZT. 684, uno de los temas más conocidos del compositor británico, que justificaba un mayor nivel dinámico en su ejecución, y en la elegancia de la Chacona en sol menor ZT. 680 con la que transmitió toda una lección de staccato en la mano izquierda que dejaba una sensación musical de ligereza calculada que desencadenaba una gozosa experiencia para el oyente. Terminaba así la primera parte del recital en el que quedó de manifiesto la inalcanzable capacidad de articulación limpia, tersa, pura y sin error de este pianista que, no por conocida y disfrutada en cada uno de sus recitales, asombra y sorprende siempre de modo absoluto. Ante tal grado de excelencia, eché de menos que no tocara el Ground en re menor ZD. 221, dada la sugestiva belleza cadenciosa que contiene, deseando que Sokolov tenga a bien incorporarlo en el futuro a esta magnífica selección de obras de Purcell.
La segunda parte del recital contaba con la música de dos de los grandes autores alemanes del romanticismo; Beethoven y Brahms. Del primero las Quince Variaciones y fuga sobre un tema del ballet «Las Criaturas de Prometeo» en mi bemol mayor, Op. 35, más conocidas como «Variaciones Heroica», con las que desplegó íntegra su sabiduría pianística haciendo de cada una de ellas toda una razón de ser unívoca en la que el tema se reafirmaba a la espera del cambio de emocionalidad que se produce con la séptima, un canon a la octava que el pianista aprovechó para ofrecer su avasallante capacidad técnica antes de la dulzura que desprende la siguiente, con la que extrajo las bondades sonoras de un piano muy bien preparado para esta ocasión. Una deliciosa dicción de la decimocuarta anticipaba ese sustancial estilo romántico que, junto a la siguiente, Beethoven inventa con una riqueza de sentimientos que parece justificar toda la música para teclado que vino después de él. Sokolov se situaba en una dimensión de traductor quasi-demiúrgico del pensamiento del sublime compositor renano más allá de cualquier naturaleza y realidad explicable. El entendimiento del oyente quedó desbordado con la lectura de la fugada variación final, que venía a constatar la excelsa figura de este pianista por antonomasia, que se expresa y comunica de modo y forma inalcanzables.
Esta valoración tuvo su constatación en los Tres Intermedios, op. 117 de Johannes Brahms que cerraban el programa. Su talento para hacer sonar estas piezas, de las más introspectivas del compositor hamburgués, es absolutamente único e incomparable, hasta el punto de transformar el sufrimiento existencial que encierran sus pentagramas en un gozo infinito de imposible calificación. Sokolov se mete en la personalidad de Brahms en un milagroso grado de sustanciación espiritual, que impide cualquier determinación imaginable. Rompe por elevación todos los esquemas académicos, tradicionales y referenciales. El carácter elegíaco que dio a su interpretación llegaba a justificar el paradójico sentido vivificador de la muerte, como el hecho más trascendente de la existencia humana. La música en sus manos se convertía en un vehículo de meditación y profunda concienciación. Sin duda, una experiencia inefable.
Después de tal estado de cosas, quedaba el apartado de bises, que en las actuaciones de este genio del piano viene a ocupar lo que dura una parte de un concierto. Empezó con dos preludios de Rachmaninov, el noveno y décimo del Op. 23, con los que se disfrutó de las mejores esencias de este singular creador de música para piano. Siguió con dos muy contrastantes entre sí obras de Chopin, el Preludio op.28-20 en do menor, con el que alcanzó hasta más de ocho diferentes niveles dinámicos, y la Mazurca en La menor Op.68-2 que llevaba a gozar del elegante arte del polaco tratando sones populares. Cerró este capítulo extra del recital con una versión absolutamente sublime del Preludio en Mi menor Op. 11-4 de Scriabin y la curiosa adaptación de Alexander Siloti en la tonalidad de Si menor del Preludio en mi menor, BWV 855 de Juan Sebastián Bach, que ponía punto y final a una velada que pasará como una cita imborrable en la vida cultural de la capital cordobesa. Vaya desde aquí mi felicitación al director artístico del Festival, el catedrático de piano Juan Miguel Moreno Calderón, por su empeño en contar con Grigory Sokolov, indiscutible top del pianismo internacional, como se demuestra con la asistencia de innumerables pianistas a sus conciertos, curiosos ante sus hazañas en el teclado.
Fotos: María Cariñanos / Festival Rafael Orozco
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