Crítica de F. Jaime Pantín del recital ofrecido por el pianista Grigory Sokolov en las Jornadas de Piano «Luis G. Iberni» de Oviedo
La Transcendencia de Sokolov
Por F. Jaime Pantín
Oviedo,16-II-2025 Auditorio Príncipe Felipe. Jornadas internacionales de Piano “ Luis G. Iberni”. Grigory Sokolov, piano. Obras de W. Byrd y J. Brahms.
Volvía Grigory Sokolov a Oviedo, justo al inicio de una gira en la que presenta como novedad una segunda parte dedicada a Brahms, mientras mantiene la primera parte -con música de Willian Byrd- de la temporada anterior. La manera peculiar con la que Sokolov planifica su actividad concertística es sobradamente conocida y con el tiempo ha llegado a plasmarse en una serie de rituales ya inalterables que -al margen de su inmensa calidad artística- han contribuido a gestar una leyenda que le ha llevado a erigirse como uno de los intérpretes más queridos y respetados por los aficionados europeos. Parte de esta leyenda radica en la confección de unos programas de hondo interés cultural en los que no hay concesiones al público -eso queda para la también ya institucionalizada sección final de sus recitales, con generosa lluvia controlada de propinas que los aficionados esperan con avidez y excitación creciente- ni a la búsqueda del éxito puntual.
Se trata de programas nada fáciles de escuchar, largos e intensos por lo general, con frecuencia elaborados sobre un oculto hilo conductor y entresacados de un considerablemente extenso repertorio acuñado a través de décadas de estudio riguroso y que el pianista administra con mesura espartana. Lo indudable es que, toque lo que toque, Sokolov es uno de los escasos pianistas actuales capaces de garantizar el lleno de una sala, como se pudo comprobar el pasado domingo. Una segunda parte brahmsiana conformada por las bellísimas aunque no muy conocidas Baladas op.10 y por unas Rapsodias op.79 que se escuchan con más frecuencia en los conservatorios que en las salas de concierto, completaba un recital que se iniciaba con la selección de piezas de Byrd antes aludida. La inclusión de un compositor netamente renacentista como Byrd en un programa pianístico es ciertamente inusual y supone un reto tanto para el intérprete como para el público. Si bien la música para teclado de ese período se articula en Inglaterra tradicionalmente en torno al virginal, cualquiera de estas piezas puede ser tocada en otros instrumentos como el órgano, el clavecín o el clavicordio, todos ellos de características organológicas y sonoras diferentes. Incluso el propio virginal ofrecía sonoridades dispares en virtud de su tamaño, extensión o ubicación del teclado con respecto a la caja, con modelos como el spinet o el muselar tan distintos en su tímbrica.
La concreción sonora no era algo tan esencial en este período como lo fue en épocas posteriores y un músico como Antonio de Cabezón -cuya influencia se dejó sentir en el teclado inglés durante su estancia con ocasión del desposorio de Felipe II con María Tudor- concebía indistintamente su música para tecla, arpa o vihuela y ya han transcurrido décadas desde que el gran pianista español Antonio Baciero llevara al piano sus obras y las de otros compositores como Francisco Correa de Arauxo o Juan Cabanilles con extraordinarios resultados. El reconocido especialista Davitt Moroney utilizó en su grabación integral de la obra para teclado de Byrd seis instrumentos diferentes, dos clavecines, un clavicordio, un órgano de cámara, otro de iglesia y tan solo un virginal muselar, lo que da una idea de la amplitud de opciones que estas obras ofrecen en su materialización sonora. La poderosa personalidad interpretativa de Sokolov se impone en unas piezas que aborda con gravedad, intimismo e inusitada riqueza de matices a partir de una concepción noble y solemne que parece aunar los aspectos esenciales del humanismo renacentista con la exuberancia de un barroco futurible que ya se vislumbra. Sus recursos técnicos imponentes le permiten obtener una gama incesante de timbres y dinámicas dentro de una planificación polifónica perfectamente definida en la que nada escapa a su control, incluyendo una pedalización generosa pero sumamente delicada y una ornamentación al límite de lo posible, resuelta con facilidad y fluidez sorprendentes. La selección ofrecida contiene distintas muestras de los géneros compositivos más habituales, variaciones sobre melodías populares, pavanas con sus gallardas, fantasías y alemandas.
La canción popular John come kiss me now, sobre la que Byrd desarrolla 16 variaciones, ilustra un texto que describe la discusión de una pareja, sugiriendo un probable contenido humorístico que en todo caso es soslayado en la visión de Sokolov a partir de un tempo muy contenido que se mantiene invariable durante las primeras variaciones, con intrincado contrapunto y progresivo estrechamiento de la figuración que conduce a un aire de giga en la que la mano izquierda asume especial protagonismo hasta la penúltima variación, en la que se recupera la disposición polifónica inicial con mayor densificación y ya en la última de las variaciones escuchamos el tema en la voz central, sobre la que se elabora un delicado contrapunto conclusivo. Perteneciente al mismo apartado pero con menor vuelo instrumental, Callino casturame ilustra un texto de Shakespeare y se presenta a modo de siciliana sobre la que se construyen 5 variaciones de carácter ligero que Sokolov expone con preciosismo refinado en uno de los escasos momentos de distensión de la velada. En el polo opuesto se coloca la First pavan, que utiliza la austeridad del do menor dórico para presentar un discurso solemne que el pianista afronta con gravedad dolente, dramatismo incisivo y rubato delicado en uno de los momentos de mayor concentración expresiva. La gallarda es enunciada con introspección, manteniendo el clima anterior hasta que la alternancia entre el 3/2 y 6/4 aporta cierta ligereza y liberación. La Pavan The Earl of Salisbury, popular por la transcripción realizada por Sir John Barbirolli para orquesta, viene acompañada por dos gallardas, acercándose así a una estructura de suite en la que Sokolov, al contrario que en el resto de las piezas, realiza todas la repeticiones, presentando una elegante y sensible pavana y poniendo de manifiesto su magistral dominio de la ornamentación en las gallardas que la secundan. La Fantasía se expone a modo de preludio contrapuntístico cuya textura concentrada se aligera gradualmente hasta desembocar en una danza de ritmo extravertido que concluye con una cadencia muy ornamentada.
Las cuatro Baladas op. 10 que abrían la segunda parte del recital trajeron los momentos más emotivos de la velada. Obras densas y profundas cuya belleza fascinante se despliega en un entorno de soledad contemplativa que anuncia, aún desde la lejanía, los líricos testimonios vitales de las últimas piezas para piano. Obras de juventud, pero no juveniles que, concebidas por un genio de apenas 21 años, Sokolov aborda ahora desde la perspectiva de una una vida dedicada a esta música y de un conocimiento exhaustivo de la obra brahmsiana, lo que le coloca en un una posición de privilegio para entender y transmitir sus misterios más recónditos. Lo hace, además, desde un pianismo madurado hasta el límite, que desde hace ya algún tiempo viene administrando sabiamente los desafíos físicos en aras de una profundización analítica, visión perspicaz y comunicación íntima plasmadas a través del culto a un sonido esculpido día a día cuya belleza y riqueza de matices no cesa de crecer y actualmente es el mejor patrimonio técnico de un pianista que sigue haciendo historia. Para el recuerdo quedan momentos mágicos como la imponente plenitud sinfónica alcanzada en la sección central de la primera balada, la alucinación schumaniana de cáusticas apoyaturas de la segunda, la truculencia descarnada del motivo principal de la tercera y su contraste radical con la letanía lejana e irreal que le sigue y la fascinante e hinóptica belleza interminable con la que Sokolov enuncia la dilatada melodía inicial de la cuarta.
Lo sublime suele eclipsar cualquier otra manifestación posterior y las Rapsodias op.79 quedaron un tanto desdibujadas en relación a lo ya escuchado, algo perfectamente entendible tras un derroche emocional agotador para el pianista y también para un público ya inquieto ante la proximidad de unas propinas a las que no estaba dispuesto a renunciar a pesar de la fatiga evidente del pianista. Sokolov cumplió generosamente con el ritual y ofreció 6 piezas fuera de programa, despertando un entusiasmo creciente no vivido durante un recital transcendente.
Foto: Klaus Rudolph
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