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[C]rítica: Guillermo García Calvo dirige «La valquiria» de Wagner en Chemnitz

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Autor: Raúl Chamorro Mena
16 de enero de 2019

Wagner «español» en Sajonia

Por Raúl Chamorro Mena
Alemania. Chemnitz. 12-I-2019. Opernhaus. Die Walküre-La Valquiria (Richard Wagner). Stéphanie Müther (Brünnhilde), Viktor Antipenko (Siegmund), Astrid Kessler (Sieglinde), Aris Argiris (Wotan), Anne Schuldt (Fricka), Magnus Piontek (Hunding). Robert Schumann Philarmonie (Orquesta titular del Teatro de la Opera de Chemnitz). Director musical: Guillermo García Calvo. Dirección de escena: Monique Wagemakers

   A una hora en tren de Dresde se encuentra la ciudad de Chemnitz, antigua Karl-Marx-Stadt en la época de la República Democrática Alemana. Símbolo de ese período es el enorme busto, monumento a Karl Marx, erigido en 1971. De 1906 data el edificio originario de la Opera de Chemnitz diseñado por el arquitecto Richard Möbius, pero que fue destruido en la Segunda Guerra Mundial. Después de diversas reconstrucciones y renovaciones, se ha mantenido la estupenda fachada exterior, mientras la sala es tipo auditorio moderno, de pequeñas dimensiones, eso sí, con una capacidad que no llega a los 800 espectadores.

En las cercanías del teatro hay una calle dedicada al gran tenor Richard Tauber (que debutó aquí y fue kammersänger), también a su padre de idéntico nombre y que fue intendente de de la ópera de la ciudad. 

   En este mes de enero se representa un ciclo de El anillo del Nibelungo a razón de una jornada por sábado del mes, una tetralogía que firman escénicamente cuatro mujeres, una por jornada y que se estrenó a lo largo de 2018.  

   La segunda jornada, La valquiria, corresponde a la holandesa Monique Wagemakers, quien apoyada en una escenografía firmada por Claudia Weinhart diseña un marco intemporal –sobre una plataforma giratoria- a base de arcos, columnas y bóvedas de estilo gótico, combinadas con algunos tubos de luces de neón, lo que parece simbolizar la fusión entre lo tradicional y lo moderno. La pareja de jóvenes gemelos enamorados, los Welsungos (Siegmund y Sieglinde, hijos de Wälse, una manifestación de Wotan) tienen la luz de su lado. Aparecen niños en el escenario y también en proyecciones, que sin duda deben ser los referidos Welsungos en una infancia que compartieron para luego verse separados. Al término de la ópera, no vemos el fuego mágico, si no a un niño que camina desde el fondo del escenario, que debe ser Sigfrido. En fin, la dirección de actores es eficaz y la cosa funciona, con una excepción. Habría que ver la tetralogía completa para comprobar si tiene algún sentido o explicación, o bien es un «sello personal» de la regista. No hay fresno ¡¡¡ni Nothung!!! (la espada que Wotan deja clavada en el mismo y que nadie es capaz de sacar, pues está destinada para su hijo Siegmund). En fin, creo que es un elemento esencial y perder ese momento grandioso -tan bien subrayado por la música- en que Siegmund arranca a Nothung del fresno o verle en el segundo acto enfrentarse a Hundind a «pecho descubierto» me dejó perplejo, jamás lo había visto. Por supuesto, que Brunilda no recoge los restos y se los entrega a Siglinda, pues no hay ni rastro de Nothung. ¿Qué forjará Sigfrido en el primer acto de la siguiente jornada?.


   El madrileño Guillermo García Calvo, director general de música de la casa, planteó un Wagner ligero, refinado y transparente, en momentos, cuasi camerístico. Se echó en falta algo de vigor y músculo orquestal -como se ha recalcado, sala y foso son de limitada amplitud- y a uno se le hace raro escuchar una valquiria con solo cuatro contrabajos en la orquesta, pero, ciertamente, no faltaron acentos y tensión teatral, aunque si algo de personalidad y carácter. El discurso fue fluido y elegante,  bien organizado, el balance sonoro con el escenario, impecable y el rigor musical, indudable. Los cantantes no tuvieron que luchar, como pasa otras veces, con una barrera sonora, pudieron cantar, cuidar la línea, y hacerse oir sin sobreesfuerzo. No se escuchó ni un solo pasaje vociferante o estentóreo. Un director Mediterráneo se antoja apropiado para este planteamiento. A pesar de cierta inseguridad en los metales, buen rendimiento de la Robert Schumann Philarmonie.

   El elenco vocal alcanzó un sorprendente alto nivel. Puede que en una sala más grande y con un foso más amplio, la impresión cambie, pero en la representación que aquí se reseña pudieron escucharse voces bien timbradas, potentes y proyectadas. Cantantes de compañía, de ensemble, sin grandes nombres, pero que demostraron una gran compenetración y dominio del estilo wagneriano, así como entrega y compromiso interpretativo.  

   Astrid Kessler aportó timbre sano, bello y juvenil en una Siglinda femenina, ardorosa, muy entregada y con una línea de canto de clase. Sus agudos resultaron bien timbrados y penetrantes, aunque con un punto de tensión. Emocionó en el glorioso «¡Ay milagro sublime!» del acto tercero y formó una apasionada pareja de Welsungos con el tenor ruso Viktor Antipenko (conocido en Oviedo por haber intervenido en la Mazepa de Septiembre de 2016). Un Siegmund de voz robusta y de amplia sonoridad, con acentos vibrantes, muy efusivos. Antipenko emitió sonidos potentes, un tanto por las bravas, bien es verdad y su fraseo fue apasionado, muy lanzado, un tanto genérico si se quiere, pero sincero. Un Siegmund de mucho respeto. Cuando uno ha visto, por ejemplo, al afamado Klaus Florian Vogt en este papel con su timbre blanco, cuasi infantil y acentos blandengues y linfáticos, uno suspira por muchos Antipenkos. Igualmente apreciable la Brunilda de Stéphanie Müther, de centro ancho y zona de pasaje robusta como corresponde a una soprano dramática.


   Un material difícil de llevar al agudo, el de Müther que acusó cierta acritud. Muy implicada también en lo interpretativo, intrépida y guerrrera en su salida, conmovida ante Siegmund y Siglinda y ese amor que se profesan, pero que no podrá triunfar, creíble en la expresión de su cariño filial ante su padre Wotan. Un timbre un punto gris, pero de gran sonoridad, extensión y resistencia el que lució el griego Aris Argiris en un Wotan –sin lanza- de gran solvencia, un tanto plano como fraseador, pero muy sólido tanto en lo vocal como en lo interpretativo. Uno se pone a pensar y no se le ocurren muchos nombres actuales que le puedan superar en el temible papel. Altiva elegancia y orgullo regio el de la Fricka de Anne Schuldt, otra voz sana, bien emitida y de bello color que completó una estupenda escena con Wotan en el segundo acto. Por su parte, Magnus Piontek compuso un Hunding más que atemorizante, brutal, con barba prominente y cabeza rapada.

   Una muestra de que fuera de los teatros más reputados puede verse una función más que disfrutable de un título tan complejo, con un español dirigiendo Wagner en Alemania.

Foto: Kristen Nijhof

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