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Crítica: Eliahu Inbal dirige los 'Gurrelieder' de Schönberg con la Orquesta Nacional de España

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Autor: Gonzalo Lahoz
24 de noviembre de 2014
Foto: Z. Chrapek


SCHÖNBERG Y EL DARWINISMO

Por Gonzalo Lahoz
21/11/14. Madrid. Auditorio Nacional. Temporada Orquesta Nacional de España. Schönberg: Gurrelieder. Christine Brewer (Tove). José Ferrero (Waldemar). Albert Dohmen (Narrador). Catherine Wyn-Rogers (Waldtaube). Andreas Conrad (Klaus-Narr). Coro Nacional de España. Coro de RTVE. Orquesta Nacional de España. Eliahu Inbal, director.

   ¡Qué maravillosa música son los Gurrelieder de Schönberg! Maravillosa no sólo como composición, como obra en sí, sino también como extraordinaria  muestra de una evolución personal que supuso una de las mayores revoluciones de toda la historia de la música. De forma semejante a cómo el darwinismo explicaba las proposiciones de la selección natural, podemos encontrar en la música de Schönberg ciertos rasgos ya heredados de sus antecesores, con diferenciaciones entre sus semejantes, léase Schreker, Webern o Zemlinsky por ejemplo y todos ellos con el atonalismo como evolución alcanzada para el resto de compositores. ¿Necesita la evolución de la violencia de la revolución para dar sus mejores frutos? Bueno, con Schönberg se evidencia que sí. La música le estaba esperando. Por algo esta temporada 14/15 de la Orquesta Nacional ha sido bautizada como Revoluciones, y en Schönberg y Darwin (quien ilustra alguno de los programas) encontramos quizá los dos ejemplos más significativos de la programación. El compositor vienés era, por encima de todo, un revolucionario.


   Los Gurrelieder, divididos en tres partes diferenciadas, fueron compuestos por Schönberg a lo largo de más de una década (1900 – 1911), tiempo más que suficiente para que el compositor desplegase el inicio del atonalismo y el serialismo. Así, nos encontramos con esta espectacular ¿cantata dramática? (lo cierto es que se hace difícil denominarla) que vuela desde el más voluptuoso postromanticismo wagneriano en la primera parte hacia un final ya de tintes mahlerianos, atonalista efectivamente, pensemos que para entonces ya había compuesto Erwartung o las Piezas para orquesta con su particular uso del cromatismo, y haciendo uso del sprechgesang, ya digo de lo lírico a lo teatral, siempre a través de un entramado colosal de motivos y temas sostenido por una orquesta gigantesca que sin embargo el compositor consigue apartar de una concepción monolítica o torrencial del sonido, siempre cargada de sutilezas que hacen de esta una obra especialmente delicada a la hora de concebirla y plasmarla. No recuerdo ahora quien dijo que los Gurrelieder son en realidad el cuarteto de cuerda más grande de la historia, pero no le faltaba razón.

   Con estos mimbres y con algo de retraso ante las quejas y gritos por parte de los asistentes pidiendo que encendieran las luces del Auditorio porque querían ir leyendo los textos*, el director israelí Eliahu Inbal pareció cuidarse de no caer en cualquier intento de recreación particular al frente de la Orquesta Nacional, con una lectura templada, de tiempos modestos, en los que ni se enfatizaba ni se sustraía el lirismo inicial, concentrada en dotar de ligereza al armazón instrumental (con la cuerda sin aumentar en su número requerido) y estructuralmente bien edificada que, si bien no significó una versión de fuste personal que vaya a recordarse con el paso del tiempo, permitió que la obra se erigiese y levantase por sí misma, encontrando los momentos de mayor relevancia en la muerte de Tove y su anuncio por parte de la Paloma del bosque, y cómo no, en el Des Sommerwindes wilde Jagd final, sin duda una de las músicas más sublimes que escucharse puedan, porque sí, como apostilla el título que se ha dado a este concierto, esta música es “un raro privilegio”. Privilegio en cualquier parte, raro en España, cómo no.

  
   En cuanto a los solistas vocales, sorprende encontrar al tenor José Ferrero entre un equipo que aparentemente se ha intentado cuidar en la medida de lo posible. El problema del tenor albaceteño es que ha pasado de cantar Donizettis y Mozarts a cantar Wagners, cuando no tiene los medios para ello. Tampoco para Schönberg. 
  Andreas Conrad como Bufón y Albert Dohmen como narrador aportaron quilates e idiomatismo a un texto que domeñaron con maestría. Quizá defraudó un tanto Christine Brewer como Tove, a quien encontramos algo contenida, de emisión algo encubierta en un principio y un si final deslucido a lo verista, desgranando sin embargo su parte con sensibilidad y dramatismo. Correcta en su cometido la mezzosoprano Cahterine Wyn-Rogers como Waldtaube.
  Emocionó poder disfrutar tanto del Coro Nacional como del Coro de RTVE en una simbiosis cuasi-perfecta (mejorable la dicción en la sección masculina) de dos agrupaciones con identidad propia mano a mano, sobre las que pende de un hilo la guillotina de la política, de amargos devenires en los últimos tiempos, en los que no cabe sino sumar nuestro férreo apoyo, máxime cuando viejas glorias deportivas de la crítica, politizadas durante años, pretenden mostrarse ahora como marionetas sin hilos con capacidad propia, poniendo en tela de juicio la viabilidad de ambas entidades.

  Un raro privilegio. Un privilegio. Privilegio.


  * Permítanme la osadía de apuntar que a un concierto, a una ópera, a cualquier cuestión musical, uno ha de ir leído de casa y, si no se ha tenido oportunidad, se puede leer el programa antes, durante el descanso o después del concierto, que digo yo que a un concierto uno va a escuchar, no a leer, que para eso están las librerías y bibliotecas de libros, llenas.

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