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Crítica: Harding y Lewis abren la temporada de La Filarmónica

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Autor: Montserrat Ferrer
31 de octubre de 2014
Foto: Daniel Harding


AMANECER Y ATARDECER DEL ROMANTICISMO

Por Montserrat Ferrer
22/10/14. Madrid. Auditorio Nacional. La Filarmónica. Beethoven: Concierto para piano nº 3. Mahler: Sinfonía nº 1. Paul Lewis, piano. Daniel Harding, dir. Orquesta Sinfónica de Radio Suecia

   La Filarmónica Sociedad de Conciertos estrenó su temporada 2014/2015 con un repertorio categórico, eligiendo como inicio para la primera parte el Concierto para piano nº3 en do menor op.37 de Ludwig Van Beethoven, con Paul Lewis, como solista.  En la segunda parte, se escogió la Primera sinfonía de Gustav Mahler, otra figura emblemática de finales del siglo XIX.  

   Dado que en el Tercero de Beethoven, piano  y  orquesta participan con un muy parecido nivel sonoro,  las densidades sonoras deben ser coherentes entre sí, además deben cuidarse para mantener el equilibrio  en todo momento para facilitar  un diálogo  eficiente entre el solista  y los  instrumentos de la orquesta. La Orquesta Sinfónica de Radio Suecia acompañó al solista de manera amable en algunos  momentos y algo rebasada en otros. 

   Si nos situamos dos siglos atrás, una orquesta de principios del siglo XIX tenía un volumen de sonido menos elevado que el actual, ya sea por el material del que estaban formados los instrumentos o por la construcción de los mismos. La sensación que se transmitió en la primera parte fue que nos encontrábamos ante una orquesta que estaba tocando con la mente puesta en Mahler y no en Beethoven. Así, a nuestro parecer, echamos en falta unos fortes más equilibrados, donde no se produjera una lucha de sonoridades, sino un diálogo constante, que finalmente es lo que pretende la forma concierto.
   Esta obra integra dentro de los conciertos para piano, un eje transversal. De los cinco que componen el ciclo, en este se puede apreciar el equilibrio y la armonía entre los parámetros musicales que desarrolla a través de sus tres movimientos el compositor romántico.  Su estructura clásica recuerda a las formas que Mozart y Haydn utilizaban en el siglo XVIII para los momentos de tensión y distensión, donde el juego melódico estaba presente de forma constante y las cadencias procuraban ser armónicamente prudentes. Así, la forma sonata con la que desarrolla el primer movimiento, expone los elementos clásicos que aún perviven en el 1800 de Beethoven, pero en su desarrollo temático y armónico es donde se encuentra esa idea dramática intrínseca, que encubierta por acordes agradables y biensonantes incluye alguna que otra disonancia que procura dar esa característica dramática y melancólica tan propia del romanticismo.  A través de bloques tímbricos, alternados entre las cuerdas y la sección de viento madera en general, el compositor se sumerge en lo más profundo de su ser, hallando refugio a su gran tormenta interior, producida por su enfermedad.  

 
   Al margen  de estos reducidos detalles sonoros, la orquesta Radio Suecia y Paul Lewis, supieron llegar al oyente de forma amplia e intensa. Pudimos disfrutar de una interpretación brillante, donde la delicadeza y la sutileza del piano estuvo impecable. El pianista londinense interpretó de forma precisa y enérgica las escalas ascendentes con las que se inicia la intervención del solista. No por centrarse en la perfección técnica, Lewis dejó de lado el sentimiento, al contrario, procuró transmitir de manera constante la esencia romántica, sobre todo en el segundo movimiento donde se pudo apreciar el regocijo del pianista y el empaste entre la orquesta y el solista. Debido a su trayectoria y experiencia beethoveniana, nuestro protagonista de la primera parte del concierto pudo mostrar al público madrileño cuán bien impregnado está de la esencia musical vienesa del XIX. 
   La proyección del sonido pudo escucharse  con equilibrio  por todo el Auditorio llenando la sala de tal forma que se podían apreciar perfectamente todas los comienzos y conclusiones de las ideas musicales que Beethoven había escrito sobre la partitura. 

  El trabajo  del director Daniel Harding fue fundamental para guiar las intervenciones  de los protagonistas, solista y orquesta. Su conducción fue muy acertada y el papel de mediador fue vital para llevar a todos los músicos a buen puerto. La frescura del tercer movimiento, que contrasta con la sutileza y tranquilidad del segundo,  estuvo lleno de claridad. Como si de colores se tratase, iban creando de la mano orquesta y solista, un lienzo radiante, que con el trabajo de matices, timbres y expresividad de todos los músicos, dio lugar a un final  extraordinario que terminó con la ovación agradecida y generosa del público que durante varios minutos aplaudió premiando el trabajo estupendo de los artistas.


   La segunda parte del concierto dio comienzo con una de las sinfonías más importantes de Gustav Mahler, la denominada “Titán”, en alusión a la novela de Jean Paul. La sinfonía primeramente fue concebida como un poema sinfónico, pero más tarde cuando  el compositor la retomó,  la catalogó como sinfonía. En el comienzo de la obra, a través de un pianísimo, Mahler nos introduce en un ambiente tenue y sombrío, simulando un mundo de ensueño. La orquesta de Radio Suecia supo extraer desde el más absoluto silencio los primeros agudos con los que comienza el Langsam schleppend, y como si fluyera un hilo de voz comenzó el discurso musical.

   Proverbial la paciencia de Harding, quien aguantó hasta encontrar el silencio absoluto antes de iniciar las primeras notas del primer movimiento, y es de agradecer que de vez en cuando se deje en evidencia la dejadez de esa parte del público español que normalmente es incapaz de respetar los comienzos, cambios de página, o de movimiento y los finales de las obras sin estornudar, toser o abrir un caramelito.
   Cuerdas y viento armonizaron la sonoridad y timbre que se produce en la sección central del primer movimiento. De esta manera, mostraron cada punto y coma que había escrito en la partitura. Reinaba un equilibrio ejemplar. Esmerándose por llegar al clímax, la orquesta envolvía nuevamente las paredes del Auditorio con ecos pastoriles que de alguna manera conectaban y recordaban al espíritu de Beethoven, a través de su Sexta sinfonía. Las trompas interpretando uno de los temas principales, y las maderas con sus trinos y adornos hicieron de la melodía un idea totalmente reconocible, cuidando los planos sonoros.
   En el scherzo: Kräftig bewegt, doch nicht zu schnell, a un ritmo de danza, se pudo respirar un tempo de  tres por cuatro, muy solemne y elegante donde la consonancia entre metales y cuerda estaba presente. Debido a la gran cantidad de instrumentos de viento que incluye la plantilla orquestal, dio una sensación de fanfarria muy categórica. La melodía principal, siempre tan ligera y volátil, adoptó un tono cordial y risueño que con la colaboración del director, que dirigió la obra de memoria, parecía  acariciar hasta el último oyente de la sala. El tercer movimiento, que es el más conocido de todos, toma como marcha fúnebre la melodía del popular de origen francés  Frère Jacques. El carácter de este movimiento rompe con el clima anteriormente citado. Aquí la melodía se desarrolla de forma sarcástica  alternando con pasajes de traza más lírica, en un canon que desde un principio refleja lo que ocurrirá algunos compases después. Cada intervención de un nuevo instrumento que se sumaba al tema y contratema principal, añadía un valor tímbrico que se fundía con la masa orquestal a través de un tejido sonoro que entrelazaban los primeros atriles de cada sección de cuerdas. El diálogo instrumental mostraba un trabajo camerístico y sinfónico simultáneo. La ironía que encarna esta parte de la obra, se pudo percibir  hasta la última nota del movimiento; trompetas enfurecidas con un diálogo interno sobre adornando un clarinete satírico, con percusión de fondo y la melodía final de un fagot, nos podía sugerir el eco de  algún tema popular de la isla  de Sicilia. 
   El airado cuarto movimiento, como si de una tormenta se tratara, sobrevoló la sala. Con un brío infalible y una fuerza rompedora. La velocidad de la orquesta, ahora  impregnada  de una manifiesta apoteosis no descansó ni un minuto en el desarrollo del Stürmisch bewegt, el cual simboliza la idea de pasar de la oscuridad a la claridad  del día dentro de un diálogo que evidencia el poder entre lo bueno y lo malo.

  
   En estructura de sonata, este último movimiento, desarrolla la positividad y el sentimentalismo romántico. Todos los parámetros musicales que existen son explotados en la plantilla orquestal que compuesta por más de 100 músicos hacen que el sonido se rebase. La densidad sonora que tiene este movimiento es evidente, y el desarrollo armónico con el cual concluye la obra, requiere de la calidad de unos instrumentistas, que en el caso que comentamos, lucieron en todo momento su técnica y brillantez, transmitiendo a los oyentes pura energía. Esta es el hilo conductor que conduce el último movimiento de esta sinfonía a un final apoteósico en cual pudimos escuchar el lucimiento de las trompas, que de pie, expusieron el tema principal para después ser relevadas por la totalidad de la orquesta  en un final de éxtasis sonoro  y apoteósico con el que concluyó el concierto.

 

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