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Crítica:  Los Solistas de Trondheim y Håvard Gimse en Castellón

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Autor: Codalario
8 de abril de 2022

La Sociedad Filarmónica de Castellón acoge un concierto de los Solistas de Trondheim y Håvard Gimse

Håvard Gimse

Encomio de paisanaje y clasicismo


Por Antonio Gascó
Castellón, 7-IV-2022. Auditorio de Castellón, Sociedad Filarmónica. Solistas de Trondheim. Håvard Gimse, piano. Bystronde, Paseo por Gade. Anna Thorvaldsdottir, Illumine. Mozart, concierto para piano números 12 y 13 y Pequeña serenata nocturna

   No hubo demasiado aforo en el Auditorio de Castelló para escuchar a la los solistas de Trondheim (la hermosa ciudad noruega que da nombre al amplio fiordo que arranca en su ribera) y que en las estancias en que hemos tenido la fortuna de adicionarla en nuestra capital, siempre ha dejado un gran sabor de boca. Y así fue en esta ocasión también. En fin, los que faltaron en el pecado llevan la penitencia. 

   Cabe agradecer al conjunto una programación que se abrió con dos obras contemporáneas de sendas autoras de paisanas. Se retribuye el gesto de que la orquesta pasee en sus giras las obras de dos paisanas de indudable merito para darlas a conocer. La primera fue el Paseo por Gade de la joven Britta Bystronde una pieza que invita al «promenade», de una lentitud que permite saborear los muchos inarmónicos y notas tenidas de la partitura y las síncopas ralentizadas. El mérito es que la armonización permite percibir la conjunción de todos y cada uno de los instrumentos de cuerda del conjunto en una armonización tan sugestiva como sorprendente. Es una obra creativa que se transfigura en un fugato lento y con cierto punto de entresijo seductor. La segunda obra, Illumine de más audaz armonización es original de Anna Thorvaldsdottir. El ideario de la obra muy descriptivista, de más narración que acordes. Consta de audaces intervalos, notas indeclinables, compases de amalgama e intervalos de enarmonías de segundas disminuidas… y plasma los distintos efectos de una iluminación con muchas clandestinidades e incógnitas. Una obra muy inmaterial con irradiaciones interiorizadas. Daba la sensación de que la música describía la hora bruja en que se despide la nocturnidad y aún no despunta el albor. De aquí que, frente a un adagio nocturnal, con tintes inquietantes intensos, que relataron los pizzicatos de los cellos, se pasase a un diverso juego inarmónico y atonal de maitines, acabando con un glisando infinito y taciturno. Una obra de gran interés en su lenguaje del hoy más hoy y una versión tan pulcra como incisiva y sugerente.

   El Concierto número 12 de Mozart para piano está instrumentado para oboes, trompas y fagotes opcionales, además de la habitual sección de cuerda. En esta ocasión la versión que escuchamos fue la que contaba solo con arcos y cabe decir que la diferencia no fue cuantiosa con respecto a la que cuenta con la sección de vientos. La calidad del conjunto instrumental, que con refinamiento y sutileza supo dar cuenta de una de las páginas en que las percepciones sugestivas Mozart, patentizaban que ya había llegado a la plenitud. La elegancia, la sutileza, el refinamiento, tanto por parte de la sección instrumental como del solista Håvard Gimse, estuvieron en ordenado fervor. En verdad el primer movimiento es un recital de piano con acompañamiento de orquesta. Esos cuatrillos en corcheas y semicorcheas para el teclado del tema cardinal del primer tiempo, no se pueden decir con más arrobamiento y más primor. La compleja cadencia dejo por sentado a un pianista de sensibilidad tanto en la articulación como en el concepto. Las escalas barrocas del 19 de ensayo embelesaron. Y la escala en fusas anterior a los nueve últimos compases fue un gorjeo operístico.

   Uno echo de menos los acordes de trompas y oboes en el noveno compás del inicio del andante, por demás majestuoso, señorial y elegante. El piano entró ceremonial con escalas de fusas en la derecha y acordes en corcheas en la izquierda, mecido por un eco de los arcos enjundioso. ¡Qué poesía tenía Mozart para cuajar los tiempos lentos! Las muy complejas dos cadencias llenas de exigencias de mecanismo y demanda de pulcritud acicalada, fueron resueltas por el solista con tanto esmero como poesía. Airoso el Allegretto conclusivo, aunque el que esto escribe lo hubiera preferido un poco más vivito, y determinante en los acordes de la coda a lo Perahia, o Pires, vamos.

   La Pequeña serenata nocturna, asimismo de Mozart, es una obra que ya solo por su escucha tenía que haber llenado el auditorio, dado su encanto y popularidad. Me parece recordar que, en mi infancia, se la sabían hasta los sapos de la alquería de mi abuelo Antonio. En el primer tiempo la versión fue clásica, llena de primores con la acentuación muy marcada de los contratiempos y una gran disparidad entre los crescendos y los pianos. Con muy buen criterio el concertino Geir Ige Lotsberg, que actuó con eficacia de director, llevó el compasillo a dos, para concederle mas vitalidad al popular motivo. Las modulaciones Sol, Re Do, Sol, no pudieron ser más vistosas y esmeradas. La romanza, cantábile, patentizó un aristocrático primor de afinación, con su relamido aire de gavota. En el minueto, marcó el 3/4, valseado a uno y el rondó final contrapuntado con propósito de fuga.

   Se cerró la actuación con el concierto número trece en SolM K 415, de Mozart, en el que volvió a intervenir el acicalado pianista Håvard Gimse. El noruego se aviene muy bien con el autor de la Zauberföte, por su pulsación refinada, por su criterio interpretativo, por su elegancia y por su cuido en las dinámicas y en el fraseo. 

   El allegro fue un fugato decidido en los arcos a quienes respondió el piano con unas arpegiaturas refulgentes de surtidor. La aristocracia de la partitura emergió contemplativa sin dejar de ser airosa. Aquí si quien esto escribe echó de menos los dúos de trompas, fagots, oboes, trompetas y timbales sobre todo en los acordes de los vientos frente a los cuatrillos de los arcos (por más que el autor también sancionó como plausible la versión para conjunto de arcos). Con todo el planteamiento tuvo postulado sinfónico y eso hay que reconocerlo., Encontró en el piano en un diálogo radiante con la orquesta. La breve pero primorosa cadencia fue un primor de exquisitez. Algo semblante sucedió con el sugestivo andante que presenta un propósito, asimismo, de cadencia acompañada en el que el piano es el dueño del discurso. Y vaya que habló con prosodia formulada, de enunciación inspirada, llena de significaciones galanas. El Allegreto final fue llevado allegro en el inicio con pulcro acicalo. En el segundo tema uno evocó a Beethoven e incluso a Chopin antes de entrar en el 6/8. Interesantísima la romanza acompañada por los pizzicatos y la cadencia pulcra y resolutiva, para volverf a la intención inicial del pulso y concluir con un final etéreo y sutil.

   Y bueno, para acabar decir que, pese a que el público se volcó en sus ovaciones al terminar el concierto, fue el solista quien, en un guiño cómplice al concertino, hizo desfilar a la orquesta hacia los camerinos y los espectadores con quedamos compuestos y sin propina. 

Foto: Carlos Pascual

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