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Libro: 'Historia insólita de la música clásica, vols. 1 y 2', de Alberto Zurrón

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Autor: Iván Sánchez-Moreno
20 de diciembre de 2016

GENIOS DEMASIADO HUMANOS

   Por Iván Sánchez-Moreno
Alberto Zurrón (2015). Historia insólita de la música clásica, vols. 1 y 2. Madrid: Nowtilus (350 pps / 350 pps). ISBN: 978-84-9967-730-9 y 978-84-9967-793-4

   Similar al estilo ameno y divulgativo del historiador Carlos Fisas, el autor de esta Historia insólita de la música clásica reúne en dos volúmenes cientos de anécdotas descacharrantes sobre algunos destacados genios de la música occidental de los últimos cuatro siglos.

   Los dos volúmenes de la Historia insólita de la música clásica compendiada por Alberto Zurrón no es una obra al uso. No es su particular intención resumir una genealogía de la música culta europea, sino que, por el contrario, concentra su mirada en una gran diversidad de temas anecdóticos, repasa las múltiples rarezas de compositores y músicos reputados (se lleva la palma Erik Satie) e incide en los peculiares motivos inspiradores de algunos de ellos. Envidias, hambrunas, torpezas tecnológicas, célebres racanerías, obras gafadas por la muerte en directo de sus intérpretes y estrenos que fueron un fracaso estrepitoso, pese al éxito póstumo –como fue el caso de la polémica Consagración de la primavera de Stravinsky– son algunos de los capítulos más significativos de esta ambiciosa obra, a tenor de las 700 páginas que ocupa en su integridad.

   Prologados por Jesús López Cobos y Joaquín Achúcarro –es un decir, porque su contribución apenas alcanza la media página–, ambos libros concluyen con una extensa bibliografía de consulta de la que su autor habría extraído la información que desglosa entre los dos volúmenes. El segundo, además, cuenta con un utilísimo índice onomástico que permite localizar las numerosas anécdotas personales que reconstruye el autor con exhaustividad. Esta deferencia con el lector se agradece enormemente, pues los dos libros obligan a una lectura algo errática al no disponer sus contenidos ordenados por sus protagonistas, sino por temáticas a veces un poco laxas, perdiéndose a menudo el lector en un maremágnum de nombres, datos, años y referencias. Asimismo, esta dispersión trae consigo el riesgo de la reiteración, un problema que Zurrón no consigue evitar del todo al repetirse algunas anécdotas en ambos volúmenes. A su favor cabe añadir que se incluye gran cantidad de fotos alusivas de los compositores y músicos citados.

   El subtítulo del segundo volumen, sin embargo, puede llevar a engaño: Los genios de la música clásica y sus insólitos procesos creadores, pues no se habla tanto de la fenomenología creativa que de las particulares fobias y manías de cada cual. Al respecto, el material que aporta Zurrón para el estudio psicopatológico de la música es muy enriquecedor. El amplio abanico de trastornos que refiere entre sus páginas incluye el pánico escénico, depresiones crónicas –como la que ocasionó a Puccini un largo bloqueo creativo–, frustrados intentos de suicidio, ingresos manicomiales recurrentes, fuertes adicciones al tabaco y al café –Verdi y Schoenberg ingerían hasta tres litros diarios–, fenómenos sinestésicos de toda índole, una extensa diversidad de conductas compulsivas y otras patologías psiquiátricas.

   Así, por ejemplo, se nos habla de la obsesiva coprofilia de Mozart y el indomable instinto onanista de Mussorgsky, como también sobre las alucinaciones auditivas de Schumann y las explosiones psicométricas que le realizó a éste el doctor Portins en Leipzig, antes de recomendar su encierro preventivo. También se nos describen los ataques ciclotímicos de Wagner, a quien el autor dedica varios apartados. No en vano, a punto estuvo Wagner de exiliarse en América tras el fiasco económico que supuso el primer montaje operístico en Bayreuth.

   Las aversiones y las particulares inquinas que los músicos se profesaban entre sí van a ocupar un espacio destacado en esta Historia insólita de la música clásica, desde la extraña fobia que le provocaba a Wagner la mera visión de la fruta hasta las muchas enemistades que éste despertaba a su paso: no en vano, le detestaban Rossini, Stravinsky, Brahms, Rubinstein y una larga lista que no nos cabe aquí. Por su parte, Brahms le producía dentera a Chaikovsky, Mahler a Von Bülow, Schoenberg a Strauss y suma y sigue… Pero el que fuera el rey de los excéntricos es sin duda alguna Erik Satie. La extrema pobreza en la que vivió y el hambre nunca le impidieron conservar el buen humor. Aunque en toda su vida no hubiera tocado una pastilla de jabón ni por casualidad, eso no impidió que durante mucho tiempo compartiera una prenda tan íntima como los pantalones con su compañero de piso: a lo largo del día se los ponía uno para salir a la calle y por la noche los lucía el otro.

   Beethoven también presume de más de un apartado propio. En un momento, se nos relata bajo qué circunstancias compuso su Missa Solemnis. Contra todo pronóstico, no fue un éxtasis místico la principal fuente de inspiración sino que, según su amigo y biógrafo Anton Félix Schindler, Beethoven parecía estar poseído por el mismísimo diablo, afectado por un estado casi de enajenación mental. No es tan raro imaginar la situación vital del sordo de Bonn, considerando que llegó a extraviar la partitura, la cual le sirvió a la criada en un descuido para envolver la manteca del almuerzo. Satie y Beethoven no serían los únicos que vivían al margen de la higiene: Brahms se olvidaba casi siempre los tirantes en casa, hasta el punto de que en algún estreno se le escurrieron los pantalones hasta los tobillos.

   La formación de Zurrón como abogado asoma también entre las páginas de esta vasta Historia insólita de la música clásica, denunciando al eminente oculista que dejó ciegos a Bach y Haendel o la desnazificación de algunos popes de la música alemana como Herbert von Karajan –alguien que, por cierto, fue capaz de cruzar en bicicleta los 350 kilómetros que separan Berlín y Bayreuth sólo para ver un concierto dirigido por el mítico Toscanini–. De paso, nos confiesa los secretos motivos inspiradores de genios de la música como Wagner y Mahler: al primero se le ocurrió buena parte de la Tetralogía tras una larga siesta en Italia que le dejó amodorrado todo el día; al segundo le llegaba la musa cagando, según atestiguan su amada Alma y su amigo Alban Berg, quien dijo haber encontrado un esbozo de la Novena sinfonía garabateado en un rollo de papel higiénico.

   Otro bloque interesante lo constituyen los capítulos que se podrían desglosar independientemente para una especie de manual de etología musical. Entre otras preciosas historias, Zurrón nos regala la del mirlo que regresó al hogar del propio escritor para morir junto a sus seres queridos, pero también nos describe la pasión gatuna de Liszt, Mahler, Ravel, Debussy, Stravinsky y Borodin, y la perruna de Wagner, Verdi y Schoenberg, entre otros. Al valsero Johann Strauss, sin ir más lejos, le acompañaba a todas partes un fiel terranova al que le trasquilaba rizos de vez en cuando que regalaba a sus fans haciéndolos pasar por suyos. En cambio, perros y gatos fueron el único alimento del que pudo beneficiarse la familia Shostakovich durante el asedio que sufrió Leningrado en la II Guerra Mundial. No se pierdan tampoco las lavativas que Léhar practicaba a su loro, así como el canguro del que se encaprichó Claudio Arrau en su gira australiana. Serán tildados de “genios”, pero los músicos más encumbrados de nuestra cultura presentan más debilidades que un ecce homo.

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