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Crítica: Claus Peter Flor y la Orquesta y Coro Sinfónico de Milán interpretan el «Réquiem» de Verdi en Ibermúsica

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Autor: Raúl Chamorro Mena
11 de noviembre de 2022

Ibermúsica acoge un concierto de la Orquesta y Coro Sinfónico de Milán bajo la dirección de Claus Peter Flor. En el programa, el Réquiem de Verdi

Claus Peter Flor en Ibermúsica

Réquiem ante mortem

Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 9-XI-2022, Auditorio Nacional. Ciclo Ibermúsica. Messa da Requiem (Giuseppe Verdi). Carmela Remigio, soprano. Anna Bonitatibus, mezzosoprano. Valentino Buzza. Tenor. Fabrizio Beggi, bajo. Orchestra e coro Sinfonico di Milano. Director: Claus Peter Flor. 

   En este día de la Almudena, patrona de Madrid, el ciclo Ibermúsica presentaba una de las obras más monumentales de todo el repertorio sinfónico-vocal, la Misa de Réquiem de Giuseppe Verdi, obra creada, más que para homenajearlo, para ensalzar a Alessandro Manzoni en el primer aniversario de su fallecimiento. Verdi sentía una profundísima devoción por el gran poeta romántico, figura esencial, al igual que el gran compositor, del Risorgimento y escaldado por el fracaso de la misa dedicada a Rossini por su muerte, que él mismo promovió, se aseguró esta vez el apoyo económico del alcalde de Milán, lo que garantizó el éxito del proyecto. Muy cerca de la Pinacoteca de Brera en la capital lombarda, se encuentra la Iglesia Parroquial de San Marco donde, bajo la dirección del propio autor, se estrenó esta grandiosa composición el 22 de mayo de 1874, con un enorme éxito que acompañó a la obra allá por dónde se interpretó.

   El gran musicólogo italiano y experto verdiano Massimo Mila destacaba los dos tipos de misa de difuntos que se perfilaron durante el Ottocento. Uno sería el Réquiem «elegíaco», en el que la muerte se acepta con resignación, sin margen alguno para la rebelión, pues se trata de un lugar al que llegar con serenidad, una vez superadas las fatigas de la vida terrenal. Estamos, por tanto, ante un tipo de Réquiem post mortem. Perfecto ejemplo de ello sería el fabuloso Ein Deutsches Requiem de Johannes Brahms, que se aparta de todo compromiso litúrgico y en el que la esperanza y el consuelo se imponen sobre la ira del Dios castigador de la tradición católica. Muy distinta sería la concepción latina de las misas fúnebres de Hector Berlioz y, especialmente, de Giuseppe Verdi. Un Réquiem ante mortem, en el que el protagonista es el hombre vivo, no el difunto, y en el que la muerte es concebida como algo negativo y fatal, que pone fin a algo positivo, la vida. Más que un carácter operístico, como tantas veces se ha achacado a esta magistral creación verdiana -el enorme hombre de teatro que fue no puede desaparecer, desde luego, pero que nadie dude que la espiritualidad también está muy presente- lo que expresa y resalta la colosal obra es el cruel drama que supone el fin de la vida y el temor, la inquietud y la incertidumbre ante la posibilidad de la muerte eterna y el misterio de cara al tránsito. La misa se articula mediante el apabullante “Dies Irae”, que evoca el Juicio Final, presidido por ese Dios iracundo y castigador, propio de la tradición católica. La magistral escritura para la voz, la inspiración melódica y magnífica construcción polifónica -tributaria de la admiración de Verdi por la obra de Giovanni Pierluigi da Palestrina- y ese dominio de la orquestación alcanzado por Verdi en su madurez completan una auténtica obra maestra. 

Claus Peter Flor en Ibermúsica con el Réquiem de Verdi

   Claus Peter Flor demostró tener muy claro el concepto de la obra y cómo llevarlo a cabo, con una impecable exhibición de precisión, control absoluto sobre la orquesta y un admirable sentido de la organización. Su concepto se acercó más a la misa de difuntos elegíaca, germánica, huyendo de una excesiva exaltación dramática y emocional, en la búsqueda de acentuar el sentido espiritual y de recogimiento. Para ello se valió de una ejecución de enorme transparencia y una gran claridad en las texturas orquestales, en la que pudieron escucharse detalles, sonoridades y pasajes que otras veces pasan desapercibidos. Faltó tono amenazador a Dies Irae y le sobró cierta brusquedad a los golpes de gran cassa. Todo ello al frente de una orquesta, no excelsa, pero disciplinadísima a las órdenes de su director emérito y con la identidad Verdiana en las venas. Eso sí, cualquier planteamiento y/o ejecución de la misa fúnebre Verdiana, en la que no comparezca la emoción y carezca de vigor dramático, y, por tanto, que no invada la sala de conmoción y fuerza transcendente no puede ser valorada como plenamente satisfactoria y eso es lo que ocurrió en esta interpretación.  

   El cuarteto vocal a pesar de resultar musical, bien compenetrado, además de cuidado y atemperado por la batuta, fue claramente insuficiente. Voces demasiado modestas tímbricamente y con técnicas demasiado precarias para la exigente escritura verdiana y a las que tampoco favoreció la poco favorecedora acústica para las voces del Auditorio Nacional. Un cuarteto más propio de un oratorio barroco. La soprano Carmela Remigio emite en la actualidad un sonido muy pobre, árido, sin armónicos, ni brillo, ni mordiente. Apenas se salva por su habilidad en los acentos mediante un discurso canoro incapaz de dotarse de un fraseo bien construido, ni de una línea de canto bien apoyada sobre el aire. No se puede negar su entrega en el Libera me, aunque en «Tremens, factus sum ego et timeo» la ausencia de entidad en el grave resultó demasiado palmaria, también faltaron morbidez, así como vuelo y amplitud de fraseo en el cantábile spianato «Réquiem aeternam dona eis», que no pudo rematar con la nota filada exigida, además de ser engullida por la orquesta en el posterior ascenso con el tutti de orquesta y coro. En el caso del tenor Valentino Buzza, puede apreciarse una voz sin hacer, sin rematar, en la que se atisba un bonito timbre en alguna nota medio colocada. Un tenor demasiado liviano con notas de paso y agudas estranguladas, de lo que fue buen ejemplo un «Ingemisco» muy forzado, que culminó con un si bemol agudo demasiado apretado y tensionado. Mejor el «Hostias» en el que mostró cierta delicadeza musical e intención de cantar piano. Un grave poco guarnecido por parte del bajo Fabrizio Beggi restó impacto a «Mors stupevit et natura» y, aunque con cierta sonoridad, tampoco pudo llenar la larga frase verdiana «Ora supplex et acclinis» del «Confutatis» por falta de anchura y densidad, además de escasa nobleza. Un registro agudo muy apurado e inseguridades en la afinación completaron su prestación. La mezzo Anna Bonitatibus es musical, pero este papel le viene muy grande. Se trata de una cantante más adecuada, por sus medios, a Händel, Rossini o el Donizetti temprano -por ejemplo, la ópera Enrico de Borgogna, que le pude ver en Bergamo hace unos años-. El «liber scriptus» era en origen una fuga, pero Verdi lo convirtió en un solo de la mezzo en honor a Maria Waldmann. Pues bien, la Bonitatibus no pudo hacer completa justicia a la pieza por falta de entidad en el grave, un centro insuficiente en cuanto a cuerpo y armazón y agudos faltos de metal. Mejor la cantante italiana a la hora de delinear con delicadeza y musicalidad la introducción del sublime «Lacrimosa».

Claus Peter Flor en Ibermúsica con el Réquiem de Verdi

   Espléndido el coro dirigido por Massimo Fiocchi Malaspina, que con unos 100 miembros sonó bien empastado tanto la sección femenina como la masculina, además de dúctil, pues combinó los pasajes de grandiosidad sonora -como el «Dies Irae»- con pianissimi de apreciable factura.  

Fotos: Rafa Martín / Ibermúsica

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