Crítica de José Amador Morales de la ópera Iphigénie en Tauride de Gluck en el Teatro de la Maestranza de Sevilla
Ifigenia en Sevilla
Por José Amador Morales
Sevilla, 15-II-2025. Teatro de la Maestranza. Cristoph Willibald Gluck: Iphigénie en Tauride, ópera en cuatro actos con libreto en francés de Nicolas-François Guillard. Raffaella Lupinacci (Iphigénie), Damián del Castillo (Thoas), Edward Nelson (Orestes), Alasdair Kent (Pylades), Sabrina Gárdez (Diana/Primera Sacerdotisa), Mireia Pintó (Segunda Sacerdotisa/Una mujer griega), Andrés Merino (Un escita/Ministro), Julia Rey (Una Sacerdotisa). Coro del Teatro de la Maestranza (Iñigo Sampil, director del coro). Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Zoe Zeniodi, dirección musical. Rafael R. Villalobos, dirección escénica. Producción del Teatro de la Maestranza, Opera Ballet Vlaanderen y Opéra Orchestre National Montpellier.
El tercer título de la presente temporada lírica del Teatro de la Maestranza tras cerrar canónicamente el “año Puccini” con Turandot y proseguir con la Ariadne auf Naxos de Richard Strauss (cuarto si contamos con la versión concertante de Die Fledermaus) ha traído por primera vez una obra tan interesante como la Iphigénie en Tauride de Gluck. Probablemente sea esta la ópera más acabada de su autor (con permiso de su celebérrima Orfeo ed Euridice y de Alceste, Paride ed Elena, Armide o su “hermana” Iphigénie en Aulide) así como una de las más destacadas del repertorio operístico del XVIII.
Estrenada en 1779 en París, Gluck la retomó para su versión en alemán dos años después (Iphigenie auf Tauris), consciente de su potencial dramático, en lo que sería su último trabajo para el género. El compositor bohemio ofrece aquí una música netamente clasicista, aunando belleza y dramatismo aprovechando las virtudes del afortunado libreto de Nicolas-François Guillard. Este simplifica la historia de la tragedia inspirada en Eurípides, centrando la trama en Ifigenia quien, alejada de su familia, se enfrenta al dilema moral que le presenta el encuentro con su hermano Orestes a quien, como extranjero, la tradición de Tauride le obliga a sacrificar. Gluck logra una enorme conexión emocional y dramática entre música y texto, particularmente en lo que respecta a estos dos personajes y su relación - velada en un primer momento, y pública después -, logrando una obra redonda, conmovedora y poderosa.
La propuesta de Rafael R. Villalobos sitúa la acción en un bombardeado Teatro Dramático Regional de Donetsk en Mariúpol, en el contexto del ataque que esta ciudad ucraniana sufrió el 16 de marzo de 2022 durante la guerra iniciada apenas días antes. Es ahí donde el sevillano sitúa, no sin perspicacia, los temas centrales de la obra: sacrificio, muerte, redención, amor… La propuesta del sevillano convence aún más por el poderoso desarrollo actoral de los personajes, especialmente introspectivo en el caso de la protagonista, así como por la coherencia con la que fluyen los acontecimientos de la trama. Sin embargo, la producción no estuvo exenta de momentos de cierta parálisis ni de la escenificación de una violencia sexual ciertamente puntual, pero aun así encajada de forma un tanto esnob; algo ya cansino, por repetitivo, como elemento al parecer insustituible en cualquier producción “moderna” que se precie. No fue el caso del enfoque de la relación entre Orestes y Pílades, tratada por Villalobos con intensidad y hondura pero sin ir más allá del - de por sí - explícito libreto.
Musicalmente el éxito de esta representación hispalense estuvo sostenido casi exclusivamente por la excelencia de los conjuntos y, en particular, de dos mujeres. Una de ellas fue Zoe Zeniodi quien ofreció una dirección impecable, de extraordinaria intensidad dramática y muy refinada en cuanto a puro sonido orquestal. La directora griega enfatizó los contrastes rítmicos y tímbricos que contiene la obra, con tempi ágiles y una cuidada atención a las voces. También es cierto que contó con la fantástica prestación tanto de la Sinfónica de Sevilla como de un coro francamente brillantes. La otra mujer que aglutinó gran parte de los aspectos positivos de la función fue sin duda Raffaella Lupinacci quien, con su voz de mezzo aguda y timbre ciertamente sopranil, compuso una convincente Iphigénie. La cantante italiana puso su cuidada línea de canto y atractivo timbre al servicio de una caracterización extraordinaria tanto en la expresión dramática como en lo actoral. Lupinacci presentó una Iphigénie atormentada desde su primera aparición, con unos recitativos muy cincelados en lo expresivo y unas arias en la que desplegó toda su musicalidad, al margen de pasajeras y lógicas dificultades en el registro grave, como en "Ô malheureuse Iphigénie!". Mucho mejor, por ejemplo, en una bellísima "Je t'implore et je tremble” donde mostró sus sentimientos encontrados al tener que decidir sobre la vida o muerte de su hermano.
Desafortunadamente, la actuación de los cantantes masculinos bajó no pocos enteros el nivel vocal. El caso de Edward Nelson fue sumamente decepcionante: o simplemente tuvo un mal día, o ha mermado bastante desde su meritorio Pelléas hace tres años sobre el mismo escenario. Entonces apreciamos en este barítono un estimable fraseo lírico que aquí mutó en un instrumento engolado y de emisión forzada. Los consiguientes problemas de afinación llegaron a ser exasperantes conforme avanzaba la función, arruinando los escasos atisbos de una musicalidad más intuida que otra cosa en determinadas frases del americano. Al margen de otras consideraciones vocales, su desenvoltura como actor y presencia escénica fue intachable. Lo mismo podríamos decir de Alasdair Kent, del que no teníamos, en cambio, ninguna referencia. El joven australiano, presentó una voz de aceptable proyección y fraseo, bien que un tanto monótono, pero de sonido mate y carente de brillo en lo que fue un Pílades con más buenas intenciones que resultados expresivos reales. En el tercer acto optó por irse al sobreagudo en un par de ocasiones, ambas con tristes resultados al ofrecer un sonido afalsetado y nasal que puso de manifiesto una falta de solvencia técnica por una parte y de musicalidad por otra.
Sabrina Gárdez ofreció su bella voz en una estupenda Diana que dobló con una de las sacerdotisas mientras que Mireia Pintó tuvo dificultades para hacerse escuchar en su también doble cometido como sacerdotisa y como mujer griega. Excelentes los habituales de la casa Damián del Castillo como sonoro Thoas y Andrés Merino como escita y ministro, al igual que la prometedora Julia Rey como otra de las sacerdotisas.
Fotos: Teatro de la Maestranza
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