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Crítica: Recital de Ismael Jordi en el Teatro de la Zarzuela

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Autor: Raúl Chamorro Mena
1 de diciembre de 2020

Veinte años de inteligencia, musicalidad y sensatez

Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 28-XI-2020, Teatro de la Zarzuela. Ismael Jordi en concierto. Rubén Fernández Aguirre, piano. Obras de Manuel García, Joaquín Turina, Francis Poulenc, Francis López, Jacinto Guerrero, Federico Moreno Torroba, Carlos Imaz, Amadeo Vives, Reveriano Soutullo-Juan Vert, Rafael Calleja-Tomás Barrera, Manuel Alejandro, Jules Massenet y Pablo Sorozábal.

   El tenor jerezano Ismael Jordi ha alcanzado veinte años de carrera encarnando un ejemplo de lo que es el triunfo del artista, de la inteligencia, sobre unos medios vocales modestos. Esto último te lo regala la Naturaleza y cuántas veces hemos visto timbres agraciados, dotadísimos, arruinados por cantantes burdos, antimusicales y sin cerebro alguno. Pues bien, Jordi es un modelo de todo lo contrario, inteligencia, musicalidad, acentos y fraseo, que es donde se aprecia al gran cantante, se suman a la profunda sensatez en el desarrollo de su carrera y un importante carisma y poder comunicativo para imponerse sobre un timbre poco agraciado en cuanto a volumen, brillo, cuerpo, metal y riqueza de armónicos.

   El recital comenzó con tres canciones del mítico tenor, compositor y pedagogo sevillano Manuel García, en las que destacaron el garbo y gracia con los que el tenor jerezano desgranó “Caramba” de Caprichos líricos españoles y “Floris” sobre texto del compositor, así como la forma en que paladeó la bella “Parad, avecillas” sobre texto de Meléndez Valdés perteneciente, como la anterior, a la colección Chansons espagnoles. Entre la primera y segunda pieza Jordi se dirigió al público para celebrar, como se merece, que el teatro de la Zarzuela, por fin, dedica un palco, concretamente el número 6, al inolvidable maestro Alfredo Kraus, del que el tenor el jerezano fue alumno en la Escuela de Música Reina Sofía de Madrid. En la segunda parte, Jordi también brindó un merecido recuerdo para otra de sus maestras, la eximia Teresa Berganza. De ambos destacó el respeto y dedicación profunda e incondicional a la profesión, “algo que, lamentablemente, se está perdiendo” lamentó el tenor jerezano. Y con razón, apostilla el que suscribe.


   Otro ilustre andaluz, el magnífico compositor sevillano Joaquín Turina, compareció a continuación con tres piezas. Ismael Jordi puso de relieve la racialidad, acentos apasionados y hondo andalucismo de la mejor Ley de “Anhelos”, así como la intensa devoción religiosa de la “Saeta en forma de Salve” sobre texto de los Álvarez Quintero, además de reproducir adecuadamente la difícil coloratura, que evoca el folklore del cante “jondo”, en “Cantares”, número tres del Poema en forma de canciones, Op. 19 sobre textos de Ramón de Campoamor.

   Luis Mariano protagonizó la última etapa de la opereta francesa y gozó una enorme popularidad en Francia, aún más que en España. Le Chanteur de México de Francis López fue uno de sus más grandes éxitos y el progatonista del recital, Ismael Jordi, participó en la reposición de la obra en el año 2006 en el mismo Théâtre du Châtelet, donde se había estrenado en 1951 con un éxito apotéosico. El tenor jerezano recordó a Luis Mariano de la mejor manera, como es hacer justicia a unas piezas en las que el gran tenor irundarra dejó la impronta de su gran técnica, ductilidad, deslumbrante fantasía en el fraseo y carisma. Si hermosa resultó “Acapulco” con ese sentido del decir y un canto tan comunicativo como elegante y ensoñador, qué decir de “Rossignol” en la que el fraseo variado, personal, pleno de efusión lírica y buen gusto del jerezano se combinó con las acariciadoras medias voces y juego de dinámicas. La “Chanson basque” puso el brillante broche al capítulo dedicado a la opereta de Francis López y a la primera parte del recital, que como es habitual por el protocolo anti-covid, se ofreció sin descanso.


   Cinco romanzas de Zarzuela que reúnen tanta popularidad como enjundia y dificultad ocuparon la segunda parte del evento. En primer lugar, Jordi desgranó a flor de labio y con la apropiada morbidez y arrobo la bellísima “Flor roja” que interpreta Gustavo en Los gavilanes de Jacinto Guerrero.  En “De este apacible rincón de Madrid”, fruto de la inspiración melódica del Maestro Moreno Torroba, romanza muy exigente, Jordi fue capaz de expresar todos los estados de ánimo que el teniente Javier revela en su relato al comienzo de Luisa Fernanda, lástima que un Si Natural agudo conclusivo con mayor dosis de metal y punta no redondeara con más brillantez la interpretación. Otra cumbre de la escritura tenoril de nuestra zarzuela es el papel de Fernando de “Doña Francisquita”  de Amadeo Vives y tal y como ocurriera en las representaciones de la obra que tuvieron lugar la pasada temporada, Jordi volvió a delinear con fraseo bien trabajado y siempre personal, la exigente “Por el humo se sabe”, una pieza en la que el Maestro Kraus dejó la impronta eterna de su arte. Algo parecido ocurre con la siguiente romanza del programa, “Bella enamorada” de El último romántico que el tenor canario interpretó en la gala del SGAE celebrada en el Teatro Real el día 5 de enero de 1999, que fue la última vez que le ví cantar en vivo. Jordi delineó con abandono y embeleso, pero sin pasar la raya del excesivo edulcoramiento, la frase “Noche de amor, noche misteriosa”. Para finalizar el programa, el jerezano volvió a dejar, como en la Gala homenaje a Montserrat Caballé de Septiembre del pasado año, una tan bella como sensible interpretación del “Adiós Granada” de Emigrantes de Rafael Calleja y Tomás Barrera, que fue recibida por una cerrada ovación del público.

   Rubén Fernández Aguirre se mostró seguro y siempre colaborador con el solista durante toda la noche y sus modos finos y elegantes brillaron en sus dos piezas a piano solo, especialmente en la fabulosa Improvisation 15. Hommage à Édith Piaf de Francis Poulenc. Después de ofrecer esta pieza, Fernández Aguirre se dirigió también al público, particularmente a Daniel Bianco, director artístico del Teatro de la Zarzuela, para agradecerle la reprogramación de este recital y que continue la actividad del Teatro a pesar de la pesadilla en forma de pandemia que continuamos viviendo.

   El capítulo propinas comenzó con la interpretación por parte de Ismael Jordi de una canción de su paisano Manuel Alejandro, uno de los compositores de canciones de música ligera más reputados, “Se nos rompió el amor” que popularizó Rocío Jurado. Muy distinta fue la recreación de Jordi, más contenida y saboreada, alejándola de la exuberancia y temperamento desbravado de la Chipionera. Como continuación de su homenaje, siempre sincero y devoto, al maestro Alfredo Kraus, el tenor jerezano abordó el aria que, probablemente, más se identifica con el inolvidable tenor canario. El “Porquoi me revéiller” de Werther de Jules Massenet cantado con indudable gusto y fraseo bien torneado por parte de Jordi, si bien, se echaron de menos mayor carne vocal y metal en los ascensos. Para finalizar, precisamente la otra romanza que cantó Alfredo Kraus en la referida Gala de la SGAE del día 5 de enero de 1999, el “No puede ser” de La tabernera del puerto, romanza que el maestro Pablo Sorozábal dejó como piedra de toque de todo tenor de habla hispana –no exclusivamente- que se precie y en la que Jordi destacó especialmente la parte central “los ojos que lloran no saben mentir, las malas mujeres no miran así…”, tantas veces descuidada en espera de la brillantez del cierre.  

Foto: F.J. Gómez Pinteño

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