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Crítica: Jean Yves Thibaudet y Ludovic Morlot con la Orquesta y Coro Nacionales de España

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Autor: Raúl Chamorro Mena
7 de marzo de 2017

BRILLANTE THIBAUDET

    Por Raúl Chamorro Mena
Madrid. 3-III-2017. Auditorio Nacional. Ciclo sinfónico Orquesta y Coro Nacionales de España. Maurice Ravel: Alborada del gracioso, Concierto para piano en sol mayor. Sergei Prokofiev: Sinfonía número 5, Opus 100. Jean Yves Thibaudet, piano. Dirección musical: Ludovic Morlot.

   A causa de la cancelación por enfermedad del maestro David Afkham, el programa de este concierto número 15 del ciclo sinfónico de la OCNE sufrió diversos cambios, que no afectaron, sin embargo a la presencia del fascinante Concierto para piano en sol de Ravel que se mantuvo, felizmente, en la interpretación del magnífico pianista francés Jean Ives Thibaudet. Previamente y como primera pieza del concierto pudo escucharse la Alborada del gracioso, obra llena de ecos españoles, destinada originariamente al piano (Miroirs, suite de cinco piezas para piano) y que el compositor francés orquestó posteriormente. La interpretación de Ludovic Morlot, debutante en la Orquesta Nacional, aunó buen sentido del ritmo y claridad en la exposición. Ambos artistas franceses aseguraron la afinidad idiomática en el Concierto para piano en sol dedicado por Ravel a la pianista Marguerite Long, que lo estrenó en 1932. Apasionantes son los contrastes entre los dos movimientos extremos de la obra -radiantes y arrebatados- y el central, de tono poético y espiritual e inspiración mozartiana.  Todo ello fue impecablemente expresado por Thibaudet con un sonido bello, limpio y pulidísimo. Si brillante fue su primer movimiento, en que resaltó todo el refinamiento propio de la música francesa, todo el colorido impresionista de la pieza, sin olvidarse de los elementos jazzísticos (no en vano, el pianista nacido en Lyon ha realizado incursiones en esta clase música), absolutamente irreprochable resultó el muy virtuosístico y desenfrenado tercero, en el que superó con aparente facilidad la endiabalada escritura con una pulsación tan ágil como nítida. Asimismo, el pianista nacido el Lyon se mostró pleno de sensibilidad, musicalidad y lirismo en el sublime segundo movimiento. El acompañamiento de Morlot, si no especialmente inspirado y falto de un punto de transparencia, fue solvente, conocedor y colaborador con el solista, que ofreció una propina de Ravel en correspondencia a las ovaciones del público: Pavana para una infanta difunta.

   La segunda parte del concierto la ocupó una Quinta sinfonía de Sergei Prokofiev expuesta con entusiasmo y luminosidad por la batuta y muy bien tocada por la Orquesta Nacional, que sonó equilibrada, compacta y con un sonido terso y bien calibrado. Con unos tempi ligeros y atención a los abundantes pasajes rítmicos, destacó el scherzo (segundo movimiento), chispeante, inquieto y danzable, en una interpretación en la que Morlot primó el cuidado por las tímbricas y el refinamiento orquestal por encima de la rotundidad, el vigor y esa fuerza y tonos enérgicos propios de la tradición rusa. Se podría decir, por tanto, que fue una versión “más francesa que rusa”.

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