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Crítica: Jonathan Nott y Elena Zhidkova en el ciclo de Ibermúsica con la Joven Orquesta Gustav Mahler

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Autor: Pedro J. Lapeña Rey
20 de marzo de 2019

En su salsa

Por Pedro J. Lapeña Rey
Madrid. Auditorio Nacional. 14-III-2019. Ciclo de Ibermúsica. Joven Orquesta Gustav Mahler. Elena Zhidkova(mezzo). Director musical: Jonathan Nott. Tres piezas para orquesta, op. 6 de Alban Berg. Rückert lieder de Gustav Mahler. La Tierra de Jesús Rueda. Sinfonía nº 15 en La mayor, op. 141 de Dmitri Shostakovich

   Tras el magistral concierto de la temporada pasada –para mí el más destacado del año 2018 como así reseñé en en el artículo LO MEJOR DE 2018– con Lisa Batiashvili y Vladimir Jurowsky, volvía a Madrid ese lujo que es la Joven Orquesta Gustav Mahler, fundada en 1986 en Viena por el inolvidable director italiano Claudio Abbado, y que desde su primera visita a Madrid en 1994, regresa casi anualmente al Auditorio Nacional. Como es bien sabido, la orquesta no tiene una temporada concreta, sino que los jóvenes músicos, se reúnen un par de veces al año para preparar un par de programas con un director concreto –en este caso el británico Jonathan Nott–, que luego interpretan en una pequeña gira por distintos auditorios europeos. La de este año ha sido prácticamente ibérica ya que se ha gestado en Lisboa donde se dieron los primeros conciertos. Posteriormente han visitado San Sebastián, Pamplona, y Oviedo. Tras los conciertos de Madrid, irán a Barcelona, y terminarán en Viena.

   Siendo Jonathan Nott un director bastante interesante, no está evidentemente al nivel de Vladimir Jurowsky, una de las mejores batutas de la actualidad. Sin embargo, los dos programas elegidos son muy del gusto del director de Birmingham. Una Tercera de Mahler que ha reseñado mi compañero Raúl Chamorro, y un programa de músicas de los siglos XX y XXI.


   Alban Berg fue un ferviente integrante de la Segunda escuela de Viena, aunque sin duda el menos radical. Nunca renegó ni de la exaltación ni del lirismo típicos del fin de siècle, y las Tres piezas para orquesta, op.6, compuestas en los albores de la Primera Guerra Mundial, no solo es su composición de mayor ambición hasta la fecha sino que se convirtió en el «campo de operaciones» para su ópera Wozzeck, la obra que le puso definitivamente en el mapa, y en la que trabajó cerca de 8 años.

   Tanto el director como la orquesta nos dieron una versión excelente. Jonathan Nott plantea la obra como una continuación de su Mahler del día anterior. La versión fue vibrante, densa, con una perfecta diferenciación de los planos sonoros, y captando esa mirada al pasado en forma de suite de danzas –Ländler, vals y marcha final–. La densidad de la cuerda, mayoritariamente en manos femeninas, no solo tuvo cuerpo sino también ductilidad para amoldarse a las indicaciones precisas del Sr. Nott. Los metales no empezaron muy demasiado bien, pero crecieron durante el concierto y demostraron que casi todos ellos están listos para dar el salto a formaciones profesionales. La construcción del crescendo del Preludio fue   toda una clase de regulación de dinámicas. En el Reigen brilló la concertino Raphaëlle Moreau, resaltando la parte más grotesca –anticipándonos el Wozzeck– de la danza, y la celesta de Rodolfo Focarelli, siempre con la pulsación precisa para dar los contrastes adecuados. La Marcha final, enigmática y misteriosa, con las llamadas de los metales hacia Beethoven, tuvo ese carácter necesario de perdición, de desconcierto, de huida hacia adelante, quizás hacia ninguna parte.


   Ese clima de enigma y misterio continuó con los Cinco Rückert-Leader de Gustav Mahler, compuestos unos años antes –entre 1901 y 1902– y estrenados cuatro de ellos por el mismo compositor en 1905. Al no haber sido compuestos como un ciclo, los intérpretes varían el orden de interpretación según sus intereses. Para la ocasión tuvimos a la mezzosoprano rusa Elena Zhidova, que demostró estar en un gran momento de forma. Cuidó la emisión algo más que en el pasado, su volumen es lo suficientemente amplio para enfrentarse a esta orquesta de tú a tú, su fraseo fue cálido y cuidado, y su timbre carnoso y atractivo fue idóneo para estas canciones.

   Destacó sobre todo en Liebstdu um Schönheit y Um Mitternacht, de gran contenido dramático donde impuso su fraseo y su amplia proyección –en esta última se giró varias veces hacia los bancos de coro y las tribunas, para que también pudieran oírla directamente– y en un IIch bin der Welt abhanden gekommen intenso, mágico, desgranado silaba a silaba, con la emoción a flor de piel, y donde solo echamos de menos el que el Sr. Nott hubiera escalado ese último peldaño que separa a las grandes interpretaciones de las realmente memorables.

   Tras el descanso, nos adentramos en el S.XXI de la mano de La Tierra del compositor madrileño Jesus Rueda. Compuesta en 2006, la obra se ideó en un principio para completar la Suite Los planetas de Gustav Holst, compuesta en 1916, y que no tenía ni Plutón, que se descubriría en 1930, ni La Tierra. Rueda crea un poema sinfónico de unos 8 minutos, de grandes exigencias para toda la orquesta pero sobre todo para cuerdas y percusión. Es una especie de viaje del caos descrito por una turbina que gira caóticamente, como hace a diario nuestro planeta, con un movimiento frenético de las cuerdas, a un cierto orden que se va consiguiendo poco a poco, y al que los diversos instrumentos de percusión van dando forma. La orquesta había tocado la obra unos días antes en Pamplona y se notó. Claridad de texturas a pesar de la complejidad, y construcción ordenada de la estructura musical de la obra, fueron las piedras de toque del Sr. Nott que exigió y consiguió de la orquesta el virtuosismo necesario para darnos una excelente versión.


   Terminamos el concierto con la Decimoquinta sinfonía de Dmitri Shostakovich. Compuesta en poco más de un mes en el verano de 1971, cuando su estado físico decae irremediablemente –un segundo infarto y su dolencia crónica de brazos y piernas le obligaba a pasar largas temporadas en el hospital–, es su última obra para gran orquesta. Tras ella ya solo compondría música de cámara, con sus dos últimos cuartetos, y en ese canto del cisne, estremecedor y sublime a partes iguales que es su Sonata para viola. La obra atraviesa diversos estado de ánimo, desde la ironía y el sarcasmo del Allegretto inicial, donde Shostakovich se ríe de todo y de todos –incluso de sí mismo–, hasta el sublime canto del cisne del Adagio-Allegretto final donde parece despedirse del mundo, primero de manera solemne y al final con alegría y sorna.

   La versión de Jonathan Nott fue de alto nivel. El Allegretto inicial, preludio alegre de lo que nos espera –el propio compositor lo definió como una tienda de juguetes en que tras cerrar, éstos toman vida, y algunos musicólogos lo han visto como una vuelta a la infancia– tuvo la luz que requiere. Hubo excelentes aportaciones solistas de unos músicos que fueron galvanizados por Nott. El contraste con las escalofriantes armonías posteriores fueron notables.  

   El segundo movimiento fue estremecedor. Las cuerdastocaron con densidad y hondura, y tanto la violonchelista Marlene Muthspiel como de nuevo la concertino Raphaëlle Moreau bordaron sus respectivas partes. Excelente el Allegretto posterior, perfectamente ejecutado, donde sobresalieron las maderas y especial Alberto Esteve al oboe y Mahail Mitev al fagot.

   El Adagio-Allegretto final, con el tremendo contraste mahleriano de la figura de la eternidad, representado por lacelesta, con las wagnerianas de la violencia y la muerte –con la cita expresa de La walquiria–, tuvo en el Sr. Nott y sus músicos el equilibrio necesario entre claridad y tensión. En una partitura tan expuesta como ésta, el resultado final fue sobresaliente tanto a nivel individual como de conjunto.

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