Por José Amador Morales
Córdoba. Gran Teatro. 1-I-2019. Giuseppe Verdi: Otello. Jorge de León (Otello), Rocío Ignacio (Desdemona), Carlos Álvarez (Iago), Marifé Nogales (Emilia), Luis Pacetti (Cassio), Manuel de Diego (Roderigo), Francisco Tójar (Ludovico), Isaac Galán (Montano). Coro de Ópera de Málaga (Salvador Vázquez, director del coro). Orquesta Filarmónica de Málaga. Marco Guidarini, dirección musical. Alfonso Romero, dirección escénica. Producción del Teatro Principal de Palma de Mallorca.
En las tres o cuatro últimas temporadas hemos asistido a diversas producciones del Otello verdiano en los principales teatros andaluces, como el caso del Teatro de la Maestranza de Sevilla en 2015 (Kunde/Ódena/Di Giacomo/Halffter), el Teatro Villamarta de Jerez (Montserrat/López/Auyanet/Aragón) o hace poco más de dos meses en el Gran Teatro de Córdoba (Kunde/Ódena//Ortega). Ahora le tocaba el turno al Teatro Cervantes de Málaga que ha acudido (como en los citados casos de Jerez y Córdoba) a la conocida producción que ideara Alfonso Romero para el Teatro Principal de Palma de Mallorca. Una propuesta escénica enriquecida con el tiempo (aunque los efectos sonoros así como las videoproyecciones de la tormenta son ciertamente prescindibles) y que, dentro de su sencillez, se muestra versátil y muy eficaz en escenarios de este tipo.
Evidentemente el reclamo artístico de esta producción residía en el debut del rol protagonista por parte de Jorge de León. Todo un desafío vocal en un personaje cuyo abordaje es «el sueño de todo tenor» en palabras de Gregory Kunde (indudablemente el gran Otello de estos últimos años como volvió a demostrar en su recreación cordobesa) que a menudo supone bien un aldabonazo, bien un paso atrás o incluso el encallamiento de toda una carrera: en este sentido, pocas veces admite medias tintas. En esta su primera aproximación al moro veneciano, De León aportó el innegable metal de su voz, con momentos de impactante proyección como el «Esultate!» inicial, al tiempo que el innegable aseo en la franja aguda donde la voz parece circular con más comodidad. No obstante, su recreación naufragó por las deficiencias técnicas que le llevaron a ofrecer un registro central-grave desnudo, con poca densidad y casi siempre engolado, así como por su habitual escasez expresiva, demasiadas veces compensadas con exabruptos veristas. El fraseo deslavazado, la falta de un acento incisivo y la ausencia, en definitiva, de la parola scenica verdiana (es decir, el logro de la plenitud dramática a través de la simbiosis teatral entre palabra y música) fueron evidentes en pasajes como el diálogo previo al dúo «Si pel ciel marmoreo giuro!» o el exasperante – por plano – «Dio mi potevi scagliar», fríamente planificado para acceder al sobreagudo final («Oh gioia!») sin dificultad. En definitiva, un Otello pobremente caracterizado que sin duda De León debe cincelar en muchos frentes, tal vez excesivos.
Carlos Álvarez ofreció su acostumbrado y meritorio retrato de Iago, cómodo vocalmente y muy creíble escénicamente. El clímax de su actuación llegó con un tan contundente como inmenso Credo en el segundo acto a partir del cual quizá se desdibujó un tanto, al menos en relación a previos acercamientos al rol que quien esto suscribe le ha escuchado. A pesar de sus ya conocidas carencias técnicas (esos sonidos guturales y emisión irregular), Rocío Ignacio remató una aceptable Desdemona que fue a más a lo largo de la velada, ofreciendo lo mejor en el final del tercer acto y su gran escena del cuarto. Aceptable el resto del reparto en el que destacó un musical aunque un tanto ligero de Luis Pacetti.
El Coro de la Ópera de Málaga no tuvo su mejor noche, si bien mejoró sensiblemente desde una escena inicial con más desajustes de los tolerables (en su descargo, ciertamente la división escénica de las voces en la primera escena hace estragos en prácticamente todos los conjuntos vocales que hemos visto enfrentarse a esta producción) y la Filarmónica de Málaga tuvo una actuación profesional pero sin mucha enjundia. Y es que la dirección de Marco Guidarini, siempre buen concertador y diestro en el género, tal vez buscando el control sobre los conjuntos acusó falta de intensidad e incluso fraseo lírico, en una lectura por momentos demasiado plana y metronómica, aspectos estos sorprendentes en un maestro de origen italiano.
Foto: Daniel Pérez
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